Por Antonio Zapata
Esta semana es especialmente movida. Luego del baguazo y la oleada huelguística en la sierra sur, tendremos un virtual paro nacional con la CGTP irrumpiendo en el escenario. Los voceros gubernamentales argumentan la presencia de una conspiración extranjera detrás de los movimientos sociales del último período. En realidad, los paros nacionales son políticos, porque buscan alterar la correlación de fuerzas y de este modo cambiar los planes del gobierno. Por ello, una lectura fácil los identifica con una supuesta conspiración extranjera, ya que los huelguistas actuarían para impedir el desarrollo nacional, objetivo natural de los enemigos de la patria.
Durante el siglo XX, el Perú tuvo dos paros nacionales muy importantes, uno en 1919 y el otro en 1977. El primero conquistó la jornada de las 8 horas, mientras que el segundo aceleró el retorno del país a la democracia. Pero, ambos compartieron un duro costo para los trabajadores. Veamos.
El paro de las 8 horas fue en enero de 1919. Tres días de lucha lograron una ley que declaró obligatoria la nueva jornada laboral. Los trabajadores estuvieron unidos e impusieron la medida de fuerza. No circulaba por Lima ningún vehículo salvo los autorizados por el comité de huelga. Los estudiantes ofrecieron su local para las reuniones y fueron mediadores. El papel principal correspondió a Víctor Raúl Haya de la Torre, que obtuvo del presidente José Pardo la aceptación de la demanda obrera. Por su parte, los trabajadores respondían a la ideología anarco sindicalista y tuvieron grandes dirigentes como Adalberto Fonkén, Manuel y Delfín Lévano, etc.
Pero los trabajadores de 1919 tuvieron una evaluación demasiado optimista de la debilidad del régimen. Por ello, planearon una segunda huelga denominada de las subsistencias. El reclamo fue contra el elevado costo de los productos alimenticios. Sin embargo, se interpuso el calendario electoral. Las presidenciales fueron en mayo de ese año y para ese mismo mes se programó la segunda huelga. La atención del público estaba puesta en la escena política y el paro fue un fracaso. La huelga fue derrotada por el gobierno y sus dirigentes sufrieron dura represión.
Los sucesos de 1977 guardan cierta semejanza. El presidente Francisco Morales Bermúdez venía conversando con los partidos la convocatoria a una Asamblea Constituyente, como paso previo al retorno de los militares a sus cuarteles. Asimismo, había realizado un ajuste estructural de la economía que afectó sensiblemente el nivel de vida de los trabajadores. En ese contexto, la CGTP y una serie de federaciones independientes organizaron un exitoso paro nacional el 19 de julio. Sobre todo en los Conos de Lima, donde se desarrollaron grandes movilizaciones, la participación popular fue intensa y paralizó completamente las ciudades peruanas.
Morales respondió acelerando la transferencia del poder. Ese mismo 28 de julio hizo la convocatoria en el mensaje de Fiestas Patrias. Pero, también adoptó una respuesta represiva, despidiendo a cinco mil dirigentes sindicales que constituían la flor y nata del clasismo, un movimiento social y político que englobaba a la izquierda de aquellos días. Así, el gobierno realizó dos movidas: concedió y golpeó.
Desde entonces, los líderes clasistas pugnaron por un nuevo paro que obtenga la reposición de los despedidos. La CGTP fue renuente porque evaluaba que no había fuerzas suficientes. Finalmente, la izquierda radical logró el paro nacional para enero de 1979. Pero, había interferido la escena electoral. Las elecciones fueron en 1978 y la Constituyente estaba sesionando. La gente evaluó que los militares se estaban yendo de una manera pactada y que toda gran huelga podía complicar ese camino. Por eso, no acompañó la convocatoria y el paro fracasó.
Surge de la historia una compleja relación entre la agenda social y la electoral, que puede llevar al fracaso a líderes sociales que no toman en cuenta la coyuntura política nacional. Asimismo aparece que, incluso en el mejor momento del auge huelguístico, el exceso de optimismo ha llevado a serias derrotas. Ellas han sido especialmente costosas para el movimiento popular porque dispersaron liderazgos en formación, como puede suceder ahora si las luchas se desbordan. Es el momento del autocontrol, en caso contrario vendrá el orden represivo.
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