Es lo que quisiera el gobierno de Alan García
A los gobiernos soberbios les cuesta reconocer sus errores y los suelen encubrir con razones exógenas al desempeño propio, como está ocurriendo con el actual cuando usa, como chivos expiatorios, una conspiración externa y –¡qué raro!– la prensa.Así, en la continuación de su saga periodística, García reiteró ayer –A la fe de la inmensa mayoría–su versión del complot como explicación de su fracaso para encarar los más de 200 conflictos sociales que cada mes recuerda la Defensoría y que son consecuencia del antiguo olvido del Estado.
Radicales siempre ha habido y habrá, pero pretender que los de ahora significan una real conspiración contra la democracia resulta, por la falta de pruebas sólidas, un engaño. “Me bastan las declaraciones de gobernantes extranjeros”, respondió el viernes el presidente cuando se las solicitaron. Tanto lo repite que hasta Evo Morales acabará creyéndose el cuento.
Lo más peligroso es que el combo del presidente también incluye a la prensa como factor desestabilizador pues acaba“retroalimentando el terrorismo del desorden”. Agrega que “tomar un puente es un hecho pero lograr que todo el país se entere y se atemorice vale mil veces más”, en lo que constituye una evidente invitación a censurar de la cobertura periodística hechos que sin duda son noticia en favor de su propia imagen.
Es lo mismo que opina el dirigente aprista Mauricio Mulder cuando dice que la prensa debe colaborar con el gobierno, o el aún premier Yehude Simon, quien el sábado se la pasó responsabilizando a “una prensa que no gobierna pero sí atiza”.
En dirección similar apuntan algunos empresarios como los que de manera anónima citó El Comercio el viernes en el contexto del riesgo de que la inestabilidad política afecte la inversión: “La prensa no debería prestar tanta atención a sucesos como el de Bagua –y en general a noticias ‘desestabilizadoras’– porque –según ellos– le dan una idea equivocada al mundo sobre cómo va avanzando y desarrollándose el país”.
Eso es parte de la disyuntiva tramposa de que no puede haber ‘prensa neutral’ pues o se está con el gobierno o con la conspiración, y explica iniciativas antidemocráticas como la de Jorge del Castillo contra La Primera para que la Sunat revele su secreto tributario –lo que no hace con sus medios afines– o el cierre ilegal de radio La Voz de Bagua Grande, algo que ha criticado hasta el Consejo de la Prensa Peruana.
Hoy el Perú enfrenta la amenaza creciente de recortes sustantivos a la libertad de expresión por parte de un gobierno que cree que toda crítica a su gestión es herejía desestabilizadora y se la debe castigar, y que –parafraseando el libro de Horacio Verbitsky– mejor estaríamos en un mundo sin periodistas.
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