martes, 23 de noviembre de 2010

EL SECRETO DE TUS OJOS UNA LECCION JURIDICA PARA QUIENES ESTUDIAMOS DERECHO

Luis Pásara

A partir de la película argentina “El secreto de sus ojos” el autor reflexiona sobre el sistema de justicia.

Pese a su carácter aparentemente consagratorio, como sabemos, el Óscar no siempre acompaña a buenas películas. De allí que el premio otorgado este año, como mejor película en lengua no inglesa, a “El secreto de sus ojos” a muchos nos satisfaga y alegre. Para quienes tenemos interés en el tema de la justicia, la ocasión es singularmente significativa por tratarse de una película que es una lección sobre la administración de justicia en América Latina.

Por lo menos tres cuestiones resaltan en la película argentina. La primera está destinada principalmente a no iniciados y consiste en la descripción precisa de la rutina de los tribunales. Esa rutina a la que están confiados la vida, la libertad y los bienes de las personas aparece cuidadosamente ilustrada, tanto cuando se recurre a detalles divertidos –como los modos ingeniosamente desaprensivos de responder el teléfono en el juzgado–, como cuando se plantea un asunto tan serio como la práctica de encontrar un par de culpables sin preocupación alguna porque lo sean de veras.

El segundo asunto es, obviamente, la relación con el poder. Puesto el caso de la historia en la circunstancia de los años setenta en la Argentina, es portador de algún riesgo de despistarnos. Porque, según entiendo, el tema planteado no se limita a la suerte que la justicia corre en épocas de dictaduras y gobiernos militares. Va más allá: el poder permea la justicia y la tuerce hasta donde requiera hacerlo. Como, por desgracia, hemos aprendido a través de la experiencia, también democracias y gobiernos civiles intentan manejar –¡y manejan!– a la justicia según las necesidades del poder. De modo que, no nos confundamos, es la siempre presente relación con el poder lo que está en cuestión y eso es, precisamente, lo que da a la novela de origen de Eduardo Sacheri y a la película premiada de Juan José Campanella su horizonte universal, a partir de una historia localizada en un país y tiempo determinados.

El tercer tema es acaso el más inquietante, debido a su actualidad. Si un espectador escoge refugio en el encuadramiento de la historia en la Argentina de las juntas militares, la justicia por mano propia lo confronta con una alternativa del presente. Alternativa que se ha extendido en las últimas dos décadas –acaso alentada por los medios de comunicación–, indudablemente nutrida por la manifiesta y creciente insatisfacción social con la justicia. Sin embargo, la delicadeza de la historia hecha ficción nos aparta de la brutal violencia del linchamiento. Por el contrario, el ciudadano asume el papel de policía, juez y carcelero, sujetándose a la lógica de una ley que no se cumple. “Ud. dijo ‘perpetua’”, recuerdo de la previsión con base en la norma –que ineficiencias e interferencias impidieron realizar– es una suerte de invocación a la legitimidad jurídica.

Muchas preguntas pueden hacerse a partir de esta magnífica película. Guiado por los cada vez mayores escándalos por los que atraviesa hoy la justicia peruana y el desenfadado desnudamiento del poder que aparece detrás de la justicia española que quiere acabar con Baltasar Garzón, me quedo con la interrogante más turbadora: ¿es posible reformar a esta justicia

domingo, 21 de noviembre de 2010

La felicidad como indicador de calidad de vida

Alberto Chirif

El autor explora el concepto de felicidad tal como se concibe desde la sociedad occidental y critíca con agudeza a quienes promueven un modelo económico “caótico y destructor”.

Sin duda, cuando las futuras generaciones estudien

cómo contabilizamos como desarrollo y felicidad nacional

un crecimiento económico que consistía en recalentar la

atmósfera, derretir los glaciares, crear escasez de agua, alimentos

y subir peligrosamente el nivel de los mares, clasificará el PBI como

el más conspicuo indicador de nuestra barbarie.

Oswaldo de Rivero,

“Más de dos siglos buscando la felicidad”. En Le Monde Diplomatique, agosto del 2010

La lectura de un artículo de Oswaldo de Rivero,1 ex embajador del Perú en la ONU, del cual he extraído el epígrafe que encabeza estas reflexiones, me ha quitado el temor de escribir sobre un tema que me venía dando vueltas en la cabeza pero que no sabía cómo llamar ni, menos, encarar: ¿Alegría, felicidad? En suma, quiero referirme a la capacidad de los indígenas de asumir las tareas que plantea la vida cotidiana con buen humor, con gran capacidad de reír mientras trabajan. Salvo casos extraordinarios, como los que han vivido la barbarie desatada por la subversión durante la década de 1980 y parte de la siguiente, y otros que son consecuencia de haberles expropiado sus territorios y convertido en dependientes de un sistema económico que no les ofrece otra alternativa que vender barato sus productos y trabajo, me atrevo a decir que ellos no conocen la palabra estrés.

Digo temor porque, pensaba, cómo podría escribir acerca de este tema sin perderme en apreciaciones subjetivas, ya que, a fin de cuentas, la felicidad es algo muy personal y exclusivo de cada quien. Además, ¿cómo medir la felicidad de la gente? La lectura del referido artículo me ha ayudado a superar el entrampe, al menos por dos razones. La primera, porque me hizo reflexionar sobre los indicadores que actualmente usan los organismos nacionales e internacionales para medir la pobreza o el desarrollo,2 y llegar a la conclusión de que si bien los datos que se extraen de las mediciones son objetivos (porcentajes de alfabetismo, escolaridad, servicios de saneamiento y otros), inducen a conclusiones poco fundadas que, con frecuencia, solo sirven para que los políticos y propagandistas de este modelo de desarrollo justifiquen sus decisiones y las impongan. Pongo enseguida algunos ejemplos.

El analfabetismo (alfabetismo para el índice de desarrollo humano-IDH) sugiere en la mente del lector la idea de que el alfabetizado lee. Esto es cierto solo a veces, al punto que hoy los estadígrafos han creado el concepto “analfabeto funcional” para referirse a aquellas personas que, habiendo aprendido a leer, no leen, por la razón que fuera: falta de dinero para comprar libros o de interés por la lectura, por ejemplo. Pero el tema se puede llevar más lejos. Como la lectura no es un fin en sí mismo sino un medio para que la gente se desarrolle intelectualmente, se desenvuelva como un ciudadano con mayor conciencia cívica sobre sus derechos y deberes, y alcance finalidades más pedestres, como superar la prueba de un examen para un cargo determinado y mejor remunerado que el que tiene (si lo tiene); y considerando que una parte de la población lectora solo lee basura, como la prensa amarilla que únicamente consulta en los titulares que se exhiben en los quioscos de periódicos (en esto se limitan a lo justo, dado que esos diarios no desarrollan los contenidos adentro), es claro que una lectura así no está cumpliendo los fines que se proponen los programas de alfabetización. Me pregunto: ¿Por qué lectores de insultos y difamaciones propaladas contra personas críticas de regímenes políticos, viles en sí y envilecedores de los ciudadanos, deben ser considerados más desarrollados que personas basadas en la tradición oral y que mantienen su capacidad (aunque mellada por la “modernidad”) de transmitirse relatos que reviven los actos fundadores de su mundo y sus costumbres?

Pero para que no se piense que el caso del indicador comentado es una excepción, tomo otro: agua potable, calificativo generoso para referirse al agua que le llega a uno a través de tuberías, pero que no corresponde a la realidad del nombre: bebible, saludable. Aunque en cada caso hay variaciones, ni aun en Lima la gente se atreve a beber dicha agua, al menos aquélla con ciertos recursos, porque, como siempre, los pobres tienen que contentarse con lo que les llega. ¿Es esto algo cualitativamente mejor que recoger agua en tinajas de quebradas o puquios? En honor a la verdad, también debo decir que la modernidad, representada por industrias contaminantes y por ciudades en crecimiento que arrojan desperdicios sin tratamiento al agua, ha hecho que las cosas cambien en muchos lugares.

Un indicador como el ingreso monetario que no tome en cuenta las condiciones en que vive la gente es un dato mentiroso. Una familia de cinco miembros que gana 500 soles al mes es pobre si vive en la ciudad, porque ese dinero no le permite afrontar los gastos necesarios para llevar una vida digna; mientras que para una que vive en una comunidad se trata de un ingreso importante (ojo: expresamente no digo que la convierte en rica), porque tiene asegurada parte de la alimentación mediante su trabajo en la chacra, en el monte y en los ríos; dispone de una casa que él mismo construye y repara, de agua limpia (salvo los casos de contaminación ya citados) y, lo que es importante, de un vecindario de parientes con los que mantiene una relación de intercambio recíproco de bienes y servicios.

No se diga ahora que sostengo que no es importante que los indígenas vayan a la escuela, se alfabeticen, tengan derecho a mejores servicios de salud y salubridad y cosas por el estilo.

Por cierto, ellos mismos quieren y buscan estas mejoras. Lo que digo es que la manera como esto se realiza no está mejorando la calidad de vida ni de ellos ni, en general, del resto de la población que lee titulares chatarra en los quioscos de periódicos.

Otra manera de manipular los datos estadísticos es la que ha hecho De Soto en su último despilfarro de dinero (ocho páginas a color, en suplemento especial de El Comercio, 5/6/2010, en día sábado, es algo que debe costar por lo menos unos 70 mil soles), bajo el título “La Amazonía no es Avatar”. Allí él señala que hay quienes afirman que “los indígenas son ricos a su manera”, algo que en realidad nunca he leído, lo que, claro, no quiere decir que, efectivamente, alguien haya mencionado tal despropósito. Lo que sí he leído, e incluso firmado personalmente, es que “los indígenas no son pobres”, aludiendo al hecho de que cuenten aún con comida, vivan en un medio ambiente sano y tengan capacidad de manejar sus propios conflictos internos. Esto, claro, a menos que los “programas de desarrollo” —colonizaciones y otros— los hayan despojado de sus tierras y bosques y que las industrias extractivas hayan contaminado su hábitat y deteriorado su propia salud. La afirmación que hace el economista es tan absurda como glosar a quien afirma que “no todos los políticos son corruptos”, señalando que “los políticos son virtuosos a su manera”.

Me refiero ahora a cómo De Soto usa los datos estadísticos para apoyar su propuesta de que la alternativa de los indígenas es convertir sus tierras en mercancía. Señala él muy contento, pensando haber encontrado el argumento contundente que justifica su idea, que “cinco de los distritos más pobres del Perú (Balsapuerto, Cahuapanas, Alto Pastaza3 y Morona, en Loreto; y Río Santiago, en Amazonas) se localizan en zonas indígenas de la Amazonía norperuana”. Lo primero que hay que decir es que, de acuerdo con el INEI,4 entre los diez distritos que considera más pobres del Perú no está ninguno de los que él cita y no hay ninguno de las regiones y provincias que menciona. Lo segundo es que, según la misma fuente, existen muchos distritos que no tienen población indígena que se encuentran en situación de pobreza, incluyendo algunos de Lima. Pero lo que aparentemente quiere demostrar De Soto con su referencia es que la causa de la pobreza de esos distritos (efectivamente Balsapuerto ocupa el puesto 12 en el ranking nacional de pobreza y Cahuapanas el 16, seguidos muy de lejos por Morona —242— y Andoas —246—) se debe a la presencia de población indígena que vive en comunidades. Se trata de un disparate, porque los indicadores de medición de la pobreza son consecuencia de la falta de inversión del Estado en escuelas, salud, saneamiento y en otros campos. Entonces su información implica más un cuestionamiento al Estado que al modo de vida de los indígenas, que es mucho más grave incluso considerando que al menos dos de esos distritos que menciona (“Alto Pastaza” y Morona) se encuentran en una zona donde la industria petrolera extrae buena parte de los hidrocarburos que produce la selva peruana.

¿O es que él piensa que vendiendo sus tierras los indígenas van a tener dinero para mandar a sus hijos al Markham, contratar seguros en la Clínica Anglo-Americana y pagar a Odebrecht la instalación de servicios de saneamiento?

La cuestión es qué derecho asiste a los propagandistas del mercado para pretender incorporar —o, mejor dicho (porque ya están incorporados), hacer depender— a gente que por sus propios medios, con su inteligencia y esfuerzo, construye, con cierta independencia de los circuitos comerciales, sus propias condiciones de vida, que, si bien no hacen que viva en la abundancia (¿por qué ésta debe ser considerada un valor universal?), no la condenan a la falencia ni a la desesperación del que nada tiene, ni a la frustración del que se tragó el cuento de que la modernidad (mejor educación, salud, salubridad y, sobre todo, más dinero) es un objeto al alcance de la mano para todos quienes estén dispuestos a estirarla (y a vender sus territorios ancestrales). ¿No son acaso indicadores contundentes de que la cosa no funciona la falta de trabajo de millones de peruanos, los deplorables resultados que arroja la evaluación del sistema escolar, el aumento crítico de enfermedades en los sectores más pobres, la creciente violencia social que azota a todo el país y los procesos de destrucción del medio en los que por desgracia a veces los propios indígenas se han convertido en agentes activos?

La segunda razón por la cual el artículo de De Rivero me ayudó a superar el bloqueo que sentía para abordar el tema es que por él me enteré de que la felicidad constituye hoy un indicador de calidad de vida y bienestar usado por los estadígrafos en los países desarrollados. Mis reflexiones, no obstante, van en otra dirección que las de ellos, en primer lugar, porque el punto de partida son realidades nacionales totalmente distintas: sociedades ricas, altamente industrializadas, aquéllas; versus una sociedad como ésta, empobrecida por la corrupción al grado de metástasis de políticos que prefieren el regalo de los recursos nacionales a cambio de prebendas recibidas bajo la mesa, al trabajo honesto para construir país en beneficio de todos los ciudadanos.

Una diferencia entre esas sociedades aludidas es que en el Perú existen pueblos indígenas que, a pesar de estar insertos en las redes nacionales que dominan el conjunto del país (de las que derivan sus peores problemas: contaminación de sus hábitats, intercambio desigual con el mercado, pérdida de conocimientos propios adecuados a su realidad a cambio de rudimentos adquiridos en la escuela y otros), mantienen un grado de autonomía que les permitiría, con una mejora sustantiva de los servicios sociales del Estado, fortalecer una opción de desarrollo basada en las capacidades de su gente para manejar de manera sostenible el medio ambiente y no solo en el incremento del PBI.

¿Cómo plantean la felicidad los ciudadanos en los países desarrollados? La respuesta sigue los planteamientos hechos por De Rivero en el artículo que comento, que, a su vez, se basan en diversos estudios sobre el tema. El factor principal de la felicidad es el dinero, no solo para lo necesario sino, mucho más que eso, “para adquirir y consumir las nuevas necesidades creadas por el mercado y la publicidad” (ibid.: 4). Como éstas son ilimitadas, la búsqueda de la felicidad se convierte en estrés que termina por conducir a la infelicidad. No basta un auto, es mejor tener dos —sobre todo si el vecino ya se adelantó—, que además hay que cambiar para estar con el último modelo; ni una casa: hay que tener también otra de playa y mejor aun una más de campo, además de la urbana, y así sin parar. Ésta es la lógica del sistema: producir y consumir de manera ilimitada, porque el día que esto se detenga, el sistema colapsará. Un adelanto de esto ha sido la crisis económica desatada en los Estados Unidos hace pocos años, que no fue causada por problemas de mala administración. Fue, en cambio, manifestación de la crisis de un sistema fundado sobre el consumo, como lo son el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la acumulación de basura (incluyendo la biodegradable; si no pregúntele a los holandeses sobre el tema de los excrementos de una población porcina, varias veces superior a la de los habitantes del país) y otras. El PBI es así, desde ya, un notable indicador de la barbarie del actual sistema, aunque tal vez hoy seamos incapaces de evaluar sus estragos y tengamos que esperar que lo hagan las generaciones venideras.

Sin embargo, en los últimos tiempos han surgido dudas sobre considerar el PBI como indicador de la felicidad, sobre todo a partir de la comprobación de que su crecimiento no necesariamente implica un incremento de los ingresos de la población. Esto es algo que sucede en el Perú y otros 134 países, donde los ingresos solo crecieron en 2,3% en el periodo que va de 1960 al 2008, lo que es insuficiente para terminar con la pobreza nacional y mucho más incluso para pretender llevar la felicidad del dinero a sus habitantes. En los Estados Unidos, los premios Nobel de economía Joseph Stiglitz y Paul Krugman afirman, refiriéndose al tema de la falta de relación entre dichos factores, que el crecimiento del PBI, desde 1990, solo ha favorecido al 10% de la población (ibid.: 5).

Debido a estas consideraciones, señala el autor, los países del Norte han comenzado a buscar nuevos indicadores de felicidad en reemplazo del PBI. Así han aparecido el indicador de riqueza genuino (IRG), que pone mayor énfasis en la calidad de vida; y el índice del planeta feliz (IPF), que le da prioridad a una larga vida sin impactos nocivos contra el medio ambiente. En los Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países europeos se han realizado estudios y se han conformado comisiones para estudiar el tema de la felicidad, y se ha creado algo así como una nueva disciplina que De Rivero califica de “happylogía”.

No obstante estas preocupaciones, de acuerdo con estos estudios y encuestas, la percepción de la población sobre el tema no ha cambiado sustancialmente: le sigue otorgando prioridad a los ingresos que le permitan consumir más allá de sus necesidades básicas. Al respecto, dice el autor: “Los psicólogos y psiquiatras tienen otras lecturas de esta cultura adquisitiva. Ellos consideran que ganar más para adquirir más está generando una neurosis, que el destacado psicólogo británico Oliver James llama Afluenza, cuyo síndrome es una ansiedad permanente por tener más y mejor, desde inmuebles, autos, pasando por todo tipo de objetos domésticos y personales, hasta más grandes senos, menos arrugas e inclusive penes más largos” (ibid.: 5).

Se trata de un síndrome que hace que la gente se identifique por lo que tiene y aparenta, lo que crea un vacío espiritual que es cada vez más corriente en los países del primer mundo o “sociedades afluentes”, a diferencia de las sociedades en desarrollo donde, según la Organización Mundial de la Salud, casi no existe. La compulsión por tener y consumir termina finalmente en el Prozac, medicamento para calmar la ansiedad y los nervios de gran venta en esos países.

El corolario es triste: la búsqueda desenfrenada de la felicidad mediante el tener más ha llevado al medio ambiente a una situación peligrosa debido al calentamiento global y demás desajustes y estragos causados sobre el hábitat; y a las personas, a la neurosis, es decir, a la infelicidad, al arribo a una meta contraria a la que estaba en su mente al inicio del camino, y a otros males, como la obesidad, los infartos, la diabetes y otras enfermedades propias de los tiempos.

En cambio, en muchos pueblos indígenas las cosas funcionan de otra manera. Ignoro cuál es el contenido que ellos le pueden dar a la palabra felicidad, por lo que sería arbitrario y subjetivo de mi parte pretender definirla. Lo que sí sé es que en las comunidades se viven frecuentemente situaciones que se puedan asimilar a ésta. No sé por esto si felicidad es la palabra para nombrar la manera cómo las familias, solas o con otras, desarrollan sus labores cotidianas, con bromas y risas y tiempo para tomar un mate de masato cuando el calor aprieta, así como para descansar y hacer visitas a parientes y allegados. Cualquiera que haya estado en una comunidad indígena amazónica ha percibido esta situación. No es que no trabajen y ganen su pan con el sudor de su frente, pero éste es consecuencia del calor y no de la carga abrumadora que le impone la competencia y el consumo.

El “buen vivir” sí es un concepto indígena, como lo ha desarrollado en un bello libro mi colega Luisa Elvira Belaunde y otras personas.5 Se trata de un concepto que, en teoría, parecería acercarse a las nuevas búsquedas emprendidas en los países desarrollados que intentan reemplazar el PBI por la calidad de vida (aunque incoherentemente, porque terminan siempre dándole prioridad al consumo). Ella se refiere a que durante su estadía en una comunidad secoya escuchó “a hombres y mujeres repetir palabras como éstas: ‘hay que vivir como gente’ (Pai Paiyeje Paidi); ‘hay que vivir bien’ (deoyerepa Paiye); ‘hay que pensar bien’ (deoyerepa cuatsaye). En lugar de apelar a principios políticos de organización residencial y jerarquía social para mantener el orden y el buen espíritu de la comunidad, ellos apelaban a la capacidad de cada una de las personas de contribuir efectivamente a su bienestar personal y al desarrollo de la vida colectiva” (28).

Precisamente en un viaje que hice en octubre de este año a una comunidad secoya, ubicada en la cuenca del Alto Putumayo y no en la del Napo, donde trabajó mi colega Luisa Elvira Belaunde, ante la pregunta a dos grupos de adolescentes (entre 12 y 17 años) sobre qué consideraban ellos que era un derecho, sus respuestas, con distinto fraseo, fueron las mismas: “derecho es vivir bien, es pensar bien”.

Qué derecho tiene la economía de mercado de destruir su vida para forzarlos a depender de un modelo caótico y destructor que se encuentra en franca crisis y que es incapaz de dar trabajo y riqueza a quienes no tienen otra alternativa que la venta de su fuerza de trabajo. Si alguien piensa que este mal durará más de 100 años y los cuerpos lo resistirán, no ve realmente la gravedad de una crisis que a estas alturas es indetenible por la falta de voluntad (y probablemente de posibilidades) de cambiar de rumbo.

¿O se trata de una idea suicida de arrastrar a todos en la caída?
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1Rivero, Oswaldo de.“Más de dos siglos buscando la felicidad”. En Le Monde Diplomatique, agosto del 2010, pp. 4-5.

2Los indicadores usados para evaluar la pobreza y el desarrollo de una población determinada en realidad son los mismos, pero usados al revés: si los primeros miden las carencias (analfabetismo, falta de servicios), los segundos estiman los avances (alfabetismo, servicios instalados).

3Supongo que se refiere al distrito de Andoas, ya que el de Alto Pastaza no existe.

4Cito la fuente: “Los resultados muestran que en el departamento de La Libertad, se ubican los distritos más pobres del país: Ongón (provincia de Pataz) con 99,7% de pobreza total y 97,2% de pobreza extrema y Bambamarca (provincia de Bolívar) con 98,7% de pobreza total y 92,4% de pobreza extrema. Cabe indicar, que de los diez distritos más pobres, seis de ellos corresponden al departamento de Huancavelica: tres en la provincia de Tayacaja (Tintay Puncu, Salcahuasi y Surcubamba), dos en la provincia de Angaraes (San Antonio de Antaparco y Anchongo) y uno en la provincia de Churcampa, que es el distrito de Chinchihuasi”. (Mapa de Pobreza Provincial y Distrital 2007. El enfoque de la pobreza monetaria. Dirección Técnica de Demografía e Indicadores Sociales. Lima, febrero 2009, p. 35).

5Belaunde, Luisa Elvira. Viviendo bien. Lima: CAAAP, 2001. Viteri, Carlos. “¿Existe el concepto de desarrollo en la cosmovisión indígena?” (Mimeo).

Luis Guillermo Lumbreras: “El nacionalismo deriva fácilmente en fascismo”

Lumbreras, Guillermo
 Patricia Wiesse / Gerardo Saravia

"Yo no conozco gente de izquierda de los 60 que no haya pensado que el camino era el cubano, el chino, o el leninista."El ex Director del Instituto Nacional de Cultura (INC) es uno de los más importantes arqueólogos latinoamericanos. Su libro Los orígenes de la civilización en el Perú ha sido recomendado entre los 60 que todo peruano culto debiera leer. Ha sido fundador de la primera Facultad de Ciencias Sociales en el Perú: la de la Universidad San Cristóbal de Huamanga, donde conoció y llegó a ser amigo de Abimael Guzmán. Fue director del INC durante el Gobierno de Toledo. Marxista convicto y confeso, reconoce culpas generacionales y se adapta a los nuevos tiempos.



¿Cuánto ha cambiado tu visión de la sociedad desde que escribiste Los orígenes de la civilización en el Perú?

Lo escribí hace 40 años, en 1970. En ese lapso se produjo la guerra interna y los cambios de los años 90 en el mundo. Nuestra imagen del socialismo ideal se derrumbó. No fue tanto la caída del Muro de Berlín, sino la caída de todo un conjunto de alternativas que nosotros nos proponíamos, los ideales leninistas, los de la revolución que el propio Marx planteó; todo eso se desdibujó por el traslado de la teoría de la dictadura del proletariado a la de la dictadura concreta con el estalinismo conduciendo el proyecto socialista.



Hay quienes dicen que la visión que transmites en ese libro es un poco esquemática. ¿Hay algo que le cambiarías?

Una de las cosas que más me gustó de ese libro fue su condición panfletaria. A mí no me gusta leer cosas complicadas, aunque tengo que hacerlo y sufro mucho. Prefiero lo simple. Alguna poesía de Vallejo, por ejemplo, me resulta difícil. Ese libro fue una gran experiencia: lo escribí en quince días. No tenía con qué regalarle algo a mi hijo de diez años; mi sueldo de profesor universitario con las justas me alcanzaba. Lo terminé antes de la Navidad y se lo regalé. Tuvo mucho éxito incluso conmigo, porque ése es el único de mis libros que he vuelto a releer.



¿Fue el primero de los más de 25 libros?

No, ya Paco Moncloa había publicado mi tesis doctoral, que transformé en texto universitario. Se llama De los pueblos y las culturas en el Antiguo Perú, que también tuvo mucho éxito. Se tradujo al inglés, al japonés. Se convirtió en texto universitario en los Estados Unidos: doce ediciones. Después he escrito libros densos, pesados, informes de trabajos de investigación que yo digo que solo leerán mis amigos.



Volviendo a las “desilusiones socialistas” que se suceden paulatinamente a lo largo de varias décadas: uno de los referentes era la Revolución Cubana. ¿Todavía te emociona el proceso cubano?

Lo ejemplar de la experiencia cubana es la postura de resistencia de un pueblo para conducir un proyecto de vida por encima de todas las dificultades inimaginables. Pero se logró con un proyecto dictatorial, una línea estalinista. Fidel Castro impuso una férrea postura dictatorial para poder conducirlo.



Paralelamente, viviste la etapa de Velasco Alvarado.

Sí. Nosotros en la década de 1960 levantábamos la bandera de la reforma agraria, de la reforma industrial, de la lucha por el petróleo; todo eso era parte de nuestro discurso revolucionario. Y, desde luego, planteábamos la lucha armada. Yo no conozco a gente de izquierda de esa década que no haya pensado que el camino era el cubano, el chino, o el leninista. Y de pronto nos encontramos con una situación inverosímil: ¡Un soldado —por principio, teníamos la imagen del soldado de derecha— que planteaba nuestras mismas reivindicaciones desde el cuartel y desde una mesa de Palacio de Gobierno, una cosa inaudita!



¿Pero estuviste a favor de esas reformas, o mantuviste una posición contraria al régimen?

Yo veía que había muchas reformas, pero no eran profundas. Lo que más valoro de ese proceso es que encontré la posibilidad de hablar con cierta libertad. Antes de Velasco, los libros de Marx había que tenerlos enterrados. En el aeropuerto me detuvieron por llevar el libro La revolución neolítica porque tenía la palabra revolución y unas líneas rojas. Eso se terminó con Velasco. También pude publicar con cierta libertad y decir lo que pensaba. Escribí un libro sobre arqueología social. Por primera vez entré a trabajar para el Estado como director del Museo Nacional. En cambio, antes estuve preso por decir “cosas malas” contra el Estado.



¿Cuándo sucedió eso?

En el 65; me vincularon a las guerrillas del MIR. Y luego por dar un discurso furibundo sobre las contradicciones de clase en el Perú.



"Creo que el terrorismo no es un arma revolucionaria."

¿Te sigues considerando marxista-leninista?

He tratado de ser marxista-leninista, de estudiar bien asumiéndolo como una postura crítica y analítica. Creo que lo he logrado a medias, porque tengo un peso muy fuerte de una ideología positivista de la ciencia. Una de las cosas que yo le agradezco a mi postura marxista es la posición de la autocrítica como método permanente de avance.



¿La corriente de la arqueología social de la que has sido fundador tiene que ver con este análisis marxista?

A mí la arqueología me atrajo porque podía entender por qué estamos como estamos ahora. Todos los peruanos tenemos algo de Chavín, algo de Huari, de los Incas. Hemos heredado un conjunto de mecanismos de apropiación de ese territorio que nos hace ser lo que somos. Y nuestras debilidades están asociadas a nuestra historia. Yo estoy convencido de que el traslado de la experiencia europea al mundo nuestro lo destruyó, porque nos inclina a creer que podemos ser París, Nueva York. No hay cómo, porque nuestras formas de desarrollo son distintas; los estadounidenses o franceses nunca hubieran podido llegar a un Machu Picchu. En el estadio de desarrollo de Chavín, que es un neolítico avanzado, en Francia lo que había eran unas fortificaciones de aldeas humildes. Y eso es importante.



¿Cuándo dejas de creer en la lucha armada como método para llegar al poder?

En plena lucha armada. Cuando descubrí que a Sendero Luminoso lo inventaron. Yo pienso que este horrible fantasma, este concepto, fue construido. Fue la única garantía que tuvo el poder militar para gobernar. Y el poder militar ha gobernado desde Belaunde hasta que entró Paniagua. El mecanismo fue simple: había zonas de emergencia donde gobernaban los gobiernos cívico-militares. Los cívicos dependían de los militares. Ese proceso estaba garantizado mientras existía terrorismo probable. Digo que se construyó porque yo veía a los senderistas caminando por las calles: los pudieron capturar fácilmente, no era algo tan clandestino. Eso me llamaba mucho la atención.



Tú conociste en la universidad a Abimael Guzmán. Cuando María del Pilar Tello te entrevistó para su libro Sobre el volcán, dices que lo apreciabas. ¿Te hubiera gustado visitarlo en la cárcel?

Más bien Abimael negó que fuera mi amigo; dijo que él no tenía amigos sino camaradas. Sí me hubiera gustado visitarlo para conversar con él sobre lo que estaba pasando. Yo en eso siempre fui leninista: creo que el terrorismo no es un arma revolucionaria. Se usa el terror para diezmar a la gente. Hubiera querido conversar con él sobre el rumbo que tomaban las cosas. Yo atribuía las acciones a la estructura de Sendero, que era de jefaturas autónomas. Entonces el jefe de un comando desarrollaba acciones sin necesidad de consultar a partir de una línea genérica. Eso permite fáciles errores. Yo lo atribuía a eso.



Por ejemplo Lucanamarca: ¿Pensaste que la orden la había dado la dirección regional y que Abimael no sabía?

Yo pienso que ahí hubo intervención de los mandos y que la acción concreta la condujeron los que estaban en el campo. Es muy difícil; en esa época ni había celulares. Ahí debe haber habido desbordes hasta personales. ¿Qué cruza por la mente de gente que está abandonada y frente a la guerra?



Hablar bien de Guzmán en ese momento fue un escándalo. Te acusaron de prosenderista. ¿Por el lado de Sendero también hubo presión? ¿Hubo cierta discriminación por el lado de algunos intelectuales?

Hubo de todo. Pero yo tenía una idea más romántica de la revolución, me identificaba con los focos guerrilleros, una guerrilla a lo Che Guevara. Por el lado de los intelectuales, yo siempre asumí una posición académica muy seria, y no se metían conmigo. La marginación se daba porque no podía asumir cargos en la universidad. Yo era muy amigo de Tito Flores, de Manuel Burga, de Nelson Manrique, y ellos nunca me discriminaron.



Hubo intelectuales como Alfredo Torero, como Pablo Macera, que estuvieron cerca de SL. ¿Qué pasó con Macera? Él llegó a declarar que solo había dos opciones: estar con los militares o con SL.

Pablo era una persona muy contestataria. Yo siempre tenía confrontaciones amistosas con él. Pero de pronto optó por algo que nadie de nosotros imaginó: meterse en un gobierno que ya estaba deteriorado. Yo lo vi hasta bailando. Es una lástima. Creo que fue la inseguridad económica, para resolver lo económico.



¿Estás de acuerdo con la visión de la Comisión de la Verdad?

La parte que yo leí del Informe me conmovió mucho, las declaraciones de la gente. Creo que en la CVR hubo de todo, y no todas las personas estaban metidas en las vísceras de la gente del campo. El hecho de que la abogada Alva Hart se pusiera a llorar no me llama la atención para nada: para ella era algo parecido a lo que veía en TV. Otros eran anti, como Morote, una persona bastante alejada de los campesinos. El papel de Lerner fue bien importante, el de Carlos Iván Degregori fue destacado; ambos sirvieron para equilibrar y dar una versión sensata. Ese documento lo veo en perspectiva, nos va a permitir entender lo que pasó, casi como lo que nos dejó Arguedas en sus novelas o Scorza en Redoble por Rancas. Debe ser leído, evaluado y consumido de acá a diez años. Nos va a servir muchísimo para entender lo que ocurre en el país.



¿No crees que hubo condescendencia con los militares?

Creo que hubo mucha. Fue la parte de moderación que permitió que no se enterrase. Si hubiera sido más directo, no salía. El hecho de que fuera un cristiano como Salomón Lerner, que lo presentó de manera tan elegante, en un discurso que a mí me gustó mucho. Si no hubiera sido así, habrían enterrado el libro. Ahora están distorsionando el tema del Lugar de la Memoria. Ellos están en el poder y van a hacer todo para defenderse.



¿Cuál es tu visión del Gobierno de Toledo?

Dentro de las perspectivas de los gobiernos latinoamericanos, fue exitoso. Fujimori dejó una debacle, vendió todas las empresas públicas. Era un Estado vacío y corrupto. Fue positiva la presencia de Toledo, el punto de partida para el desarrollo económico que está dentro del sistema, liberal. En eso se avanzó muchísimo.



¿Te sentiste cómodo participando en un Gobierno de centro-derecha?

Una de las cosas importantes que hubo en mi relación con el presidente Toledo y Elianne Karp fue que ellos me dejaron hacer lo que yo consideraba y mis opciones no tenía que consultarlas con ellos; pude hacer lo que creía que tenía que hacer en la institución. Yo no estuve en el Gobierno, porque no opté por una postura política. Es más: yo me hubiera negado a hacerlo. En ningún momento Toledo y su gente me dijeron para militar en su partido. Ellos conocían mi posición marxista, mi opción socialista, y en ningún momento me cuestionaron.



¿Pero si hubiera habido un Ministerio de Cultura, hubieras sido el ministro?

Es posible.



¿Cómo se inició la relación con ellos?

Fue totalmente casual. Yo hice una presentación de la cultura Huari en el Museo de Antropología y ésta le interesó a la doctora Karp, que fue. Le agradecí, conversamos largamente, nos hicimos amigos, coincidimos en muchas cosas. Tenía una postura que me parecía muy próxima a la socialista. Me invitaron a una reunión con Toledo en la que se discutía cómo sería la presentación de asunción del mando en Machu Picchu. Mi opinión fue radical: le dije que lo iban a presentar de una manera folclórica. Toledo estuvo de acuerdo y dijo que de inmediato se acababa todo ese circo. Y así fue. Después se gestó lo del reclamo a Yale.



Debiste seguir aconsejándolo.

(Ríe.)



Nuevos vientos

¿Qué opinas de la que ahora se llama la izquierda moderna?



Izquierda es un nombre muy generoso, amplio. Yo en este momento no encuentro izquierdas.



¿Votaste por Susana?



Sí. No porque [ella] sea de izquierda; en todo caso, es una izquierda bastante moderada. Creo que la gente que la acompaña viene de diferentes lados. Mi expectativa es que en este gobierno local no haya una opción autoritaria como la que existe y que García se ha encargado de generar.



¿En una segunda vuelta Toledo-Keiko, por quién votarías?



Toledo, por supuesto. Frente a Keiko por cualquiera.



¿Entre los cuatro o cinco principales candidatos en la primera vuelta?



Yo les temo mucho a los segundos gobiernos, pero a Toledo es al que le veo posibilidades de avanzar, porque conoce un poco más lo que ocurre en el Perú. De repente entre Toledo y no sé si Castañeda.



¿Y Ollanta?



Hay muchos amigos que lo apoyan y me han pedido que participe. El problema es que no soy nacionalista. Ideológicamente, el nacionalismo deriva fácilmente en fascismo, evade todo compromiso con las clases sociales.









Ex Director

¿Tu paso por el INC te dejó un sabor amargo, o se pudo hacer algo?



Todo ha retrocedido ahora. La doctora Bákula se encargó de hacer exactamente todo lo contrario de lo que se había avanzado. Se avanzó en trasladar el poder de decisión a las regiones. Que los representantes de la cultura fueran locales, designados por sus propias bases. Antes los que gobernaban el INC eran los amigos del Director; ahora se ha vuelto a eso.



¿Qué te hubiera gustado hacer?



El Estado nunca incrementó el monto procedente del Tesoro Público. No pude incorporar a los funcionarios en las planillas: todos estaban por contrato y eso era un abuso. Ahora creo que han mejorado algo las condiciones.



¿Cuál fue tu mayor aporte?



La descentralización. Y el desarrollo de una estructura de comunicación con la gente en relación con la preservación del patrimonio.



¿Te sorprendió la designación de Ossio como ministro de Cultura?



No, pero pensaba que iba a ser alguien más ligado al APRA; Neyra, por ejemplo. A Ossio lo veo más ligado a Vargas Llosa. Creo que fue recomendación suya.









Piezas en conflicto

¿Qué opinas de la reacción presidencial sobre lo de Yale?



Es una medida política tardía. Esto debió haberse hecho cuando entró el gobierno. Espero que no sea tan demagógico como parece. Una acusación penal tiene que ir acompañada de pruebas. Lo otro es un deslinde de propiedad, pero es un proceso civil. Igual es difícil.



Además está lo de Garrido Lecca ¿no?



Es parte de la prepotencia con la que se actúa; firmó sin consultar. No es un documento vinculante jurídicamente, pero es un compromiso del Estado de ir a un acuerdo. Ha aceptado los términos de referencia. El resultado del acuerdo fue fatal. La defensa va a decir en nuestra contra que el Estado ha aceptado los términos de referencia.



jueves, 11 de noviembre de 2010

SEXO ENTRE ADOLESCENTES ABRE EL DEBATE

El amor ya no tiene edad

POLÉMICO DICTAMEN. Ley para despenalizar sexo entre adolescentes enciende nuevo debate. Autor: Óscar Miranda

CompartirEnviar.¿Es delito que dos chicos de 14 tengan relaciones de pareja? ¿Y que las tengan un joven de 22 y una muchacha de 15? ¿Y un adulto de 40 y una de 17? No son pocas las preguntas que ha dejado flotando en el aire el dictamen aprobado el martes por la Comisión de Justicia del Congreso que despenaliza las relaciones sexuales con y entre adolescentes.



Rolando Sousa, titular de la comisión, explica que el texto efectúa tres modificaciones al Código Penal. 1) Aumenta la pena de cárcel (hasta 25 años) a los que violen a víctimas de entre 14 y 18 años; 2) despenaliza las relaciones entre adolescentes del rango de edad señalado, y 3) elimina la figura de la “seducción” y la reemplaza por un nuevo tipo penal: “acto sexual por engaño, superioridad o vulnerabilidad”.



Esta última figura significa que seguirá siendo delito que un adulto se una carnalmente a un adolescente cuando lo haga con engaños o desde una posición de superioridad (jefe-subordinado, profesor-alumna, etc.) o cuando la víctima esté en una situación de vulnerabilidad frente a él (por ejemplo, que tenga carencias económicas).



Según el legislador, actualmente cientos de adolescentes terminan siendo denunciados y hasta detenidos por haber tenido relaciones con sus enamoradas. “Se les considera violadores a pesar de que la relación haya sido consentida”, explica.



El otro problema es de salud. La congresista Nidia Vílchez, promotora del proyecto de ley desde que era ministra de la Mujer, refiere que muchas adolescentes embarazadas no acuden a los centros de salud o van sin sus parejas para evitar que estas sean denunciadas. “A la par que crece el número de chicas que tienen relaciones a edad temprana, disminuye el número de las que se atienden en los centros de salud. Y Por esta razón, entre otras, está aumentando la mortandad de las jóvenes embarazadas”, advierte.



LAS OPINIONES. El dictamen es polémico. Por lo pronto, los congresistas Fabiola Morales y Juan Perry, de Alianza Nacional, se mostraron ayer totalmente en contra de su aprobación. “Es absurdo”, dijo Morales, “abre la puerta a la prostitución de menores, al turismo sexual y a que muchas violaciones no se castiguen”.



Perry, pastor evangélico, afirmó que lo único que logrará es “liberalizar más las relaciones adolescentes” e incrementar el número de muchachas embarazadas. “No creo que el Pleno vaya a aprobarlo”, presagió.



Perú.21 también buscó la opinión de los especialistas. Tanto el psicólogo Roberto Lerner como el sacerdote y educador Jesús Herrero, en distintos tonos, consideraron óptimo que se deje de considerar un delito las relaciones entre adolescentes. “Es un sinceramiento a una hipocresía”, dijo Lerner. “Ni es delito ni es ilegal; es una irresponsabilidad”, sentenció Herrero.



Ambos coincidieron en que, más que nuevas leyes, el Estado debe ocuparse de educar con valores a los muchachos para lograr que, entre otras cosas, se retrase la edad en la que se inician en el sexo.



Lerner y Herrero sí se expresaron en contra de que se despenalice la relación entre un mayor de edad y un adolescente. “Si la niña no tiene la formación suficiente, de alguna manera está siendo violada”, afirmó el sacerdote, coordinador nacional de los colegios Fe y Alegría. “Y si la deja embarazada, merece un castigo”, aseveró.

Las razones electoreras del alza del salario mínimo


.Por Humberto Campodónico



El anuncio de Alan García de elevar el salario mínimo de 550 a 600 soles mensuales es una muestra más, de un lado, del “salto a la garrocha” total de la institucionalidad existente para regular el salario mínimo en el país y, de otro, de la total capacidad discrecional del Presidente en esta y otras materias.



Comencemos por el principio. En el Perú la Ley 27711 (Ley del Ministerio del Trabajo) establece también la creación del Consejo Nacional del Trabajo (CNT), cuya función es participar, en su rol de órgano consultivo, en la regulación del salario mínimo, lo que se refrenda con la Ley 28318 del 2004.



El CNT –que cuenta con la participación de empresarios, sindicatos y el Estado– ha aprobado criterios para determinar el incremento del salario mínimo en base a la inflación y la productividad, el mismo que debe ser revisado cada dos años. Estos criterios se basan en el pronóstico de la inflación de los próximos 24 meses (y no la pasada, para evitar el impacto de la inflación inercial) y, también, de la productividad de los 24 meses anteriores (para que el alza no impacte sobre los costos empresariales).



Así, en setiembre del 2007 se expidió el DS-022-2007-TR, que determinó el alza del salario mínimo a S/. 550/mes desde enero del 2008. Por lo tanto, a enero del 2010, debería haberse modificado para cumplir con la legislación y la institucionalidad vigente. Pero no se hizo, porque el gobierno –y un sector de los empresarios– se opuso.



No solo eso. Antes, en el 2008, el CNT planteó un alza del salario mínimo de 27 soles (la llamada cláusula “gatillo”) para compensar a los trabajadores por la inflación de 5.79% de ese año. Tampoco esto se quiso aprobar, lo que motivó la protesta de las organizaciones sindicales. En el 2009 la inflación fue 2.94% y en lo que va del 2010 (a setiembre) ha sido de 2.03%.



Hay, entonces, razones valederas y legales para que suba el salario mínimo (que es uno de los más bajos de América Latina), en un contexto en que la productividad ha seguido aumentando, junto al crecimiento general de la economía en el 2009 y en el 2010.



Pero en el Perú sucede que la participación en % del PBI de las ganancias sube como la espuma, mientras que la participación de los salarios disminuye (La boca del cocodrilo sigue abierta, www.cristaldemira.com, 24/7/10).



En otros países esto es visto como un motivo de amplia preocupación y los mandatarios hacen hincapié, año a año, de los logros que obtienen debido a la continua recuperación de la participación de la masa salarial en el ingreso nacional. Lógico, esto amplía el poder adquisitivo, con lo cual mejoran los trabajadores, a la vez que se estimula la demanda interna, lo que también conviene a los empresarios.



Pero aquí eso no sucede. Por el contrario, se elaboran informes sesgados e interesados que dicen, por ejemplo, que un alza del salario mínimo perjudica a las MYPEs y también a los trabajadores porque “alienta la informalidad”. También que el salario mínimo debiera ser regional (puede ser) y por sectores productivos (puede ser). Pero todo queda en declaraciones y no se llega a nada concreto.



La piedra de la torta es que García ahora dice que el salario mínimo debe aumentar 50 soles mensuales. ¿Por qué no 20 ó 100 ó 150? Según Ipsos-Apoyo, un hogar del sector E de Lima gana S/. 730 mes, lo que no le alcanza y necesitaría S/. 1,350/mes para vivir, lo que no se cubre con dos salarios mínimos que propone García.



Queda claro que si García se ocupa ahora del salario mínimo –lo que no le interesó antes– tiene un claro tinte electorero. Diferente hubiera sido si esa preocupación por los ingresos de los asalariados hubiera seguido un camino de respeto de las leyes y de la institucionalidad. ¿No es cierto?

el serrucho de Garcia

Amigos comparto con ustedes esta informacion relevante que bien vale la pena darle un vistazo.

NO AL RETROCESO DE LA POLÍTICA DE EDUCACIÓN INTERCULTURAL BILINGÜE

“Desde el gobierno de Sagasti venimos arrastrando recortes presupuestales a la Política de EIB, que tiene impacto directo en la formación y ...