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domingo, 15 de mayo de 2011

La perpetuación de la pobreza, la miseria y la injusticia

Por Farid Matuk

Ex jefe del INEI

 Lo importante es que esas cifras son una sólida respuesta a las tesis de la depresión y el derrotismo según las cuales el Perú está siempre condenado a mayor pobreza, peor miseria, más injusticia y solo los ricos se benefician del avance.

Alan García (24-10-09)


Esta cita corresponde a un artículo publicado en el diaro El Comercio por el Presidente de la República. Al presente, este régimen está pronto a terminar, y es posible efectuar una evaluación de la gestión con información de encuestas, la cual es disponible hasta el año 2010 para el caso de la ENAHO (Encuesta Nacional de Hogares), y desde el año 2007 para el caso de la ENDES (Encuesta Nacional de Demografía y Salud).


En la campaña electoral de 2006, el presidente García hizo dos promesas de gran impacto: “Agua para todos” y “Analfabetismo cero”. En los mapas adjuntos se puede observar cómo ninguna de las promesas se ha cumplido, siendo cierto que la cobertura de acceso de agua potable a través de la red pública se ha incrementado y que la tasa de analfabetismo en mayores de 15 años se ha reducido.

El problema práctico es que las expectativas creadas hace cinco años en materia de agua potable y analfabetismo no han sido satisfechas, en un contexto de bonanza económica nunca vista en el siglo XX, y solo comparable con la era del guano en el siglo XIX. Estas expectativas insatisfechas concluyen que el actual diseño institucional está fallado, y por ello son necesarias drásticas modificaciones.

Otro componente de insatisfacción esta ligado al concepto de “Hambre cero”, que se refiere a la ingesta de calorías por encima del mínimo vital. Lamentablemente, no es posible efectuar una comparación detallada entre 2006 y 2010, porque el INEI, para proteger al gobierno, ha dejado de publicar las bases de datos correspondientes a partir del tercer trimestre de 2010. El resultado obtenido al comparar la primera mitad de 2006 con la primera mitad de 2010 es que, a nivel nacional, esta variable se encuentra estancada, aunque en Lima Metropolitana se observa un incremento del déficit calórico.

Finalmente, respecto a la desnutrición infantil, se observa una reducción de la misma a nivel nacional, pero en la mitad de los departamentos la desnutrición se halla estancada; donde nuevamente un razonamiento que busque identificar un vínculo entre crecimiento económico y bienestar social, topará con severos problemas en la realidad nacional; siendo la explicación primaria, la carencia de una intervención estatal focalizada en las áreas de mayor urgencia.

Para los interesados en un análisis estadístico más detallado, los programas de cómputo están disponibles en www.29x55.com. También deben observar que el INEI desde el 2009 ha reducido el peso del sector rural en la ponderación nacional en 8 puntos. La consecuencia práctica es un sesgo intrínseco en la mejora del bienestar social, al comparar datos previos al año 2009 con datos publicados desde el 2009 en adelante. Si el INEI mantuviera estándares metodológicos de calidad, debiera haber publicado nuevos factores de expansión para todas las encuestas previas al año 2009.

Preservar el pensamiento crítico

Por Salomón Lerner F.

Existen circunstancias en las que pueblos y personas, de modo imperceptible, tocados por los dilemas urgentes de la actualidad, transitan rápidamente del análisis racional, que brinda razones y posibilidades que no pueden ser dejadas de lado, a la dimensión anímica de lo irracional; así, abandonando la serenidad que siempre debe acompañar a la reflexión para que ella sea certera y eficaz, abrazan prontamente la que pareciera ser una solución que aparece en un comienzo como la menos perniciosa. El grave problema es que, como se ha anotado, en estas personas las movimientos del alma conducen a una defensa de la postura ya elegida, olvidando que ella ha sido asumida como una opción condicionada y crítica. El discernimiento cauteloso cede el paso, de este modo, a un embelesamiento y hasta a un fervor militante por la opción proclamada. Se produce así el anonadamiento de la distancia crítica que siempre nos debiera acompañar y se incurre en una suerte de alienación que nos lleva a distorsionar una realidad compleja e insatisfactoria que antes apreciábamos con lucidez.

Hablamos, pues, de una claudicación como la que de algún modo se está dando en las actuales circunstancias electorales que se viven en el Perú. Una conjunción de factores nos ha colocado a muchos en la triste disyuntiva de elegir entre dos opciones que, en circunstancias distintas, veríamos como inaceptables. Y sin embargo, hay que elegir. Y es ahí donde nuestro discernimiento es puesto a prueba en la medida en que ya no se trata de optar entre lo que consideramos lo mejor para cada uno y para la colectividad; por el contrario, se trata de decidir sobre lo que prevemos será menos nocivo –no solamente en términos económicos, sino para preservar la dignidad del país– y, que por tanto, nos dejará abiertas las posibilidades para seguir construyendo la democracia que queremos. Ahora bien, la validez práctica y ética de esa difícil opción depende, precisamente, de que conservemos la distancia crítica, de que no demos rienda suelta a un entusiasmo sin base, pues nuestras opciones de mejorar a partir de un mal menor dependen de que lo reconozcamos como tal y actuemos en consonancia con ello. Y sin embargo, a menudo la crítica resulta avasallada por una adhesión más pasional.

¿Cuáles podrían ser tanto las causas cuanto los resultados de esta frecuente transformación? En lo que atañe a las causas, creo que una de ellas estriba en el miedo que –en ocasiones de modo fructífero– se nos presenta bajo la figura de amenazas posibles a nuestra existencia personal y social, ya sea en el terreno del bienestar material, ya sea en la dimensión ético-política de la justicia y del ejercicio de nuestras libertades. Si a este miedo, que ofrece la impresión de desvanecerse una vez que hemos entregado nuestra confianza a alguien, se le suma la tendencia a la identificación entre lo que pensamos y lo que desearíamos que pensase la gente a la cual nos hemos acercado, el resultado difícilmente podrá ser otro que la tergiversación o el abandono de nuestra originaria neutralidad y la cerrada defensa de posiciones que no hace mucho tiempo atrás rechazábamos o criticábamos. De algún modo, esta inclinación es muy explicable. La esperanza es, diríase, consustancial a nuestra naturaleza humana. Y esa esperanza nunca se pierde, porque no es un sentimiento acabado sino el que se construye día tras día. Cada situación inédita que enfrentamos nos conduce a reajustar las dimensiones y el contenido de nuestras esperanzas. La voluntad de creer nos orienta a colocar en la única opción disponible aquellos atributos que mejor se corresponden con lo que desearíamos fuera cierto.

Un efecto mayor de este fenómeno, y que tiñe toda nuestra vida social, estriba en el peligro de una lamentable polarización que no solamente divide a las personas originando agravios mutuos e intolerancia sino que también refuerza las posturas más extremas en las opciones en liza, pues en una viciosa circularidad ellas encuentran mayor legitimidad social cada vez que los enardecidos partidarios las alientan y les demandan ir más lejos del lugar al que ellos apuntaban.

En tanto humanos, somos seres complejos, poseemos razón, afectividad, voluntad. Somos conciencia que conoce, siente y valora. Hagamos de nuestra vida una experiencia permanente de equilibrio; que nuestra razón abandone la tentación del dogmatismo y se haga crítica, que nuestros afectos no nos obnubilen hasta el punto de llevarnos al abandono de una actitud vigilante, indispensable para una democracia como la que queremos

La tercera vuelta García-Toledo

Por Martín Tanaka

La segunda vuelta Humala-Fujimori obviamente concita toda nuestra atención, pero hay otra competencia que se está dando paralelamente y que no deberíamos desatender: la tercera vuelta entre Alejandro Toledo y Alan García.

Como se recordará, Toledo tuvo muy bajos niveles de aprobación a su gestión durante gran parte de su gobierno, con un promedio de poco más de 10% entre finales de 2003 y finales de 2005, según las encuestas de Apoyo de ámbito nacional. Sin embargo, en 2006, el último año de gobierno, su aprobación subió sistemáticamente, y entre enero y marzo, llegó hasta el 18%.

Después de la primera vuelta, los temores que despertaban tanto Ollanta Humala como Alan García probablemente ayudaron a tener una visión más indulgente de su gobierno, y su aprobación subió hasta 28% en abril, y terminó con un 33% en julio. En agosto de 2006, ya con García en el poder, la aprobación a su gobierno llegó al 42%.

En el caso de García, la aprobación a su gestión promedió 25% entre 2009 y 2010, más que el doble que su predecesor; pero a diferencia de este, no subió entre enero y marzo de su último año. Sin embargo, sí ha pegado un salto a 32% en abril después de la segunda vuelta, en la que nos vemos obligados a elegir entre Humala y K. Fujimori, y muestra una tendencia ascendente, dato confirmado por otras encuestadoras.

De otro lado, pese a que la popularidad de Toledo tuvo una recuperación al final de su gestión, esta no alcanzó para tener un desempeño decoroso en las elecciones de 2006: Perú Posible no logró presentar candidato presidencial (recuerden a los candidatos fallidos Jeanette Emmanuel y Rafael Belaunde), solo presentó lista parlamentaria, y apenas lograron superar la valla electoral de 4% y elegir dos congresistas. En el caso del Apra, a pesar de que la segunda gestión de García no ha sido catastrófica como la primera, tampoco logró hacer viable una candidatura presidencial, con la renuncia de Mercedes Aráoz, y la lista parlamentaria apenas superó la valla del 5%, logrando elegir cuatro congresistas.

En suma, en la competencia con Toledo, García gana en la aprobación a su gestión durante el gobierno, pero en el tramo final la cosa está muy peleada. Quedan sin embargo más de dos meses de gobierno; a diferencia de 2006, el contexto actual es de crecimiento económico, y García ha planificado grandes inauguraciones en las próximas semanas. A esto hay que añadirle anuncios recientes de aumentos a militares y policías, el congelamiento en el precio de los combustibles, y otras medidas efectistas.

¿Será que García, pese a todo, al igual que Toledo, dejará el gobierno con una aprobación sustancialmente mayor a la que ha tenido a lo largo de este, y superior al 42% de su predecesor? Si Toledo logró ser protagonista de las últimas elecciones, García sueña con serlo en 2016, elección en la que se enfrentaría, nuevamente, a Alejandro Toledo.

La sinrazón de Rospigliosi

Por Luis Pásara

En una segunda vuelta la mayor parte del electorado vota en contra del candidato que estima peor. En la decisión acerca de por quién votar concurren en el elector razones y argumentos, pero también prejuicios, miedos, odios e incluso fobias; esto es, factores irracionales que, como en la vida, resultan inevitables.

En el caso peruano, de prejuicios, odios y fobias tenemos hoy abundancia, tanto en los medios de comunicación como en las redes de Internet. En éstas sobresale el racismo de una manera que provoca vergüenza nacional también en quienes vivimos fuera.

De los analistas uno espera algo distinto. No digo imparcialidad, que sería mucho pedir. Pero sí un análisis basado en hechos y datos ciertos, que oriente a quien lee o escucha para estar mejor enterado y formar así su criterio.


Muchos de quienes fungen de analistas hoy están entregados a una causa porque ellos mismos o el medio en el que trabajan ha sido alquilado a un candidato. Sabemos quiénes son. Ciertamente, Fernando Rospigliosi no pertenece a ese grupo despreciable y por eso es que la posición que ha adoptado en esta fase de la campaña electoral sorprende a quienes, como yo, lo apreciamos.

Ha dedicado sus espacios periodísticos a criticar acerbamente a Ollanta Humala. Razones tiene y, aunque uno pueda discrepar de la manera de pesarlas, están referidas a hechos que, en efecto, conducen a preguntas o alimentan dudas.



Se puede entender que sobre la base de tales cuestionamientos Rospigliosi, como cualquier otro, se niegue a votar por Humala. Lo que no puede entenderse es que, como colofón de las objeciones a Humala, Fernando Rospigliosi abra el camino para votar por Keiko Fujimori, como ha hecho en este diario el domingo pasado. Allí empieza su sinrazón.



Sus argumentos principales son tres. El primero es que Montesinos está preso y no será indultado porque “es políticamente imposible”. Parecería que la dictadura de Alberto Fujimori se explica solo por la presencia de Montesinos, argumento original de Juan Luis Cipriani, que en la campaña ha hecho suyo la que fuera “primera dama” del dictador. Pero, en cualquier caso, ¿por qué no es “políticamente imposible” hoy que Humala se convierta en un Chávez, como teme Rospigliosi?



El segundo argumento es que el analista no cree “que Keiko Fujimori quiera hacer lo que hizo su padre”. No sé qué quiera hacer la candidata pero sí le he escuchado repetir que el de su padre ha sido el mejor gobierno que ha tenido el país. Y algunos de sus adláteres sostienen que el dictador salvó al Perú del abismo, que lo ha puesto en el camino del primer mundo, etc. ¿No es suficiente?



El tercer argumento a favor de Keiko es que “en su entorno hay gente honesta y capaz”. Cómo entenderlo si, aparte de los 78 judicialmente condenados del régimen que, claro está, no pueden aparecer “algunos porque están presos”, alrededor de la candidata figuran los mismos que sirvieron a la dictadura, desde la amenazante Martha Chávez hasta Hernando de Soto.



Ninguno de los tres argumentos es digno de la inteligencia que Rospigliosi ha mostrado en múltiples trabajos y numerosísimas columnas de opinión.



Del analista se espera ecuanimidad. Es una expectativa exigente en una circunstancia en la que muchos escribidores alquilados cobran por infundir miedo de modo desvergonzado. Pero cuando el analista no da razones o pretende tener argumentos que son insostenibles, pierde credibilidad. En ese riesgo se halla Fernando Rospigliosi. Un riesgo alto porque mantener credibilidad es su única base de legitimidad para ejercer como analista.

“Un medio que hace propaganda política daña a la democracia”

“Un periódico que sale con propaganda a favor de un candidato sólo sirve para envolver zapatos, no para hacer historia”, sentencia., asegura el reconocido periodista colombiano Javier Darío Restrepo. Palabras cruciales para un país como Perú, a muy poco de decidir quién manejará el destino del país.

Ahora que un vasto sector de los medios reemplaza información veraz por propaganda política, resulta urgente escuchar las reflexiones del colombiano Javier Darío Restrepo, columnista y experto en ética periodística, sobre el rol que deben cumplir los medios en coyunturas electorales y el equilibrio e independencia que están obligados a exhibir siempre.

Por Flor Huilca

Son cada vez más frecuentes los conflictos entre medios de comunicación y los gobiernos en la región, ¿cómo podemos explicar estas tensiones?

–El conflicto por la libertad de expresión no es nuevo. En el continente hay un fenómeno político singular debido a presidentes con una concentración muy fuerte de todos los poderes. Llegan con una abundancia de votos, grupos políticos que los apoyan y la conciencia de que la prensa no está bajo su control. Pasa con Hugo Chávez, Rafael Correa, Daniel Ortega y Evo Morales, que buscan la manera de tener bajo control a la prensa, su juez natural. La prensa es el instrumento que tiene la población para equilibrar el poder en una democracia.

–Los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Ecuador e incluso Argentina alegan que los medios se han convertido en plataformas opositoras porque buscan su desestabilización política. ¿Qué papel están cumpliendo en esos países?

–La prensa tiene que ser absolutamente clara en que mucho más importante que su propia supervivencia es que la información llegue a la población. La información es el arma que tiene la población para someter a juicio a esos poderes. En todos estos países las poblaciones necesitan la orientación que les da el periodista a través de su conocimiento de la realidad. No es que los periodistas se vayan a convertir en editorialistas, les basta con mostrar los hechos tal como son, situados dentro de un contexto, para que se entienda, sobre todo cuando todos los gobiernos tienden a presentar la realidad de acuerdo con sus intereses.

–Pero en algunos medios prima la propaganda política y no la información veraz...

–Desde luego que uno puede presentar su punto de vista político, pero eso no sirve para nada, por el contrario, se convierte en un peso muerto. El periodista tiene la obligación de controlar su deseo personal porque está al servicio de la verdad, debe mostrar la realidad. No basta con presentar la verdad, hay que mostrarla de modo que la gente te pueda creer.

–Esa obligación a veces se frena por la posición de los medios. ¿En qué se respalda el periodista para cumplir su trabajo?

–Allí tenemos uno de los grandes obstáculos, además de las limitaciones económicas a las que está sometido el periodista. El mayor enemigo de la libertad de expresión en el continente son los malos sueldos. No solo los gobiernos con tendencias totalitarias están impidiendo que llegue una información de calidad a la población, sino también los dueños de medios de comunicación y los propios periodistas que lo consienten. Mientras se mantenga el interés económico como predominante y se tenga bajos sueldos, será imposible que haya libertad de información y, por consiguiente, la sociedad estará siempre sometida a una información manipulada.

–En el Perú estamos en pleno proceso electoral, ¿es lícito que los medios de comunicación fijen su preferencia política?

–Hay dos situaciones que se plantean cuando hay de por medio una campaña electoral. Primero, el medio de comunicación tiene el derecho y –yo diría el deber– de decir su preferencia en su página editorial. Solo allí. Pero ese mismo medio tiene que dar una muestra de equilibrio y ofrecer información sin ninguna clase de sesgo. Hacerlo evitará acudir al recurso hipócrita de utilizar la información como una forma de editorializar. Los electores tienen tranquilidad cuando ven que el resto de la información es útil a todos. La otra línea es que el medio de comunicación no diga su posición en la página editorial, pero lo resalte continuamente en la información, eso es completamente dañino para la democracia y para la credibilidad de los medios.



–Esa línea suele diluirse con frecuencia y tenemos medios convertidos en voceros oficiales de un candidato presidencial.



–Cuando un medio de comunicación pone al servicio de una candidatura todas sus páginas se convierte en un boletín de propaganda. Los lectores lo saben y solo lo compran los que están de acuerdo con la campaña. Es lo mismo que sucede con los boletines de propaganda de cualquier clase, se convierten en pura basura porque el lector sabe que allí no se dice la verdad, sino la verdad que le interesa al que vende. Un medio que renuncia a esa tentación tiene un inmenso valor y la gente le cree. Cuando un medio hace propaganda para cualquier cosa, así sea para un candidato, se convierte en un estorbo para la democracia.



–La polarización electoral también se vive en los medios. Hubo despidos y renuncias de periodistas en desacuerdo con la línea editorial de diarios y canales de TV. ¿Qué les puede decir a quienes viven ese conflicto?



–No hay que olvidar que siempre que hay polarización allí hemos metido la mano los periodistas. La polarización es el resultado, en buena parte, de la forma en que damos la información. En medio de una polarización, donde la población mira las cosas con demasiada emoción, el periodista debe poner la parte de inteligencia, aunque eso ponga en peligro su puesto y sus ingresos. Ese es el costo que hay que pagar por ejercer la profesión. Cuidado con contribuir a la degradación moral de la profesión. Cuidado con que, por buscar lo más fácil, hacemos caso a las voces que nos invitan a convertir el periodismo en propaganda.



–¿No cree que el periodista tiene una posición limitada? Nunca decide la línea editorial, solo debe defenderla como suya.



–No podemos subestimar la participación que tiene el periodista raso, está en contacto directo con los hechos, tiene la materia prima con que se hace la noticia y defiende su presentación. Eso no lo tienen los que están en otros escalones dentro de los medios. Él tiene ese papel y debe defenderlo. Si se convierte en un simple secretario, mandadero, entonces ha perdido su categoría de periodista. El periodista debe dignificar la profesión y esa dignidad se pone en juego en situaciones en que la información se convierte en un botín que quieren manejar y manipular los políticos, los candidatos y la gente que lucra con este tipo de actividades.



–De la polarización hemos pasado a la agresión a periodistas y amenazas con coronas fúnebres, ¿no cree que ello, más allá de lo condenable, deba llamar la atención de los directores sobre lo que estamos haciendo?



–Si los directores son inteligentes entenderán que el mayor logro de un diario es mantener su influencia en la población, que es resultado de una información honesta y profesional. Un periódico que sale con titulares y propaganda a favor de un candidato nunca tendrá influencia, siempre será papel desechable. Para un diario el objetivo supremo es tener influencia, no tanto circulación, eso le da autoridad moral y vuelve a los periódicos material imprescindible. Un diario sin influencia en la sociedad a la que se dirige solo sirve para envolver zapatos, pero no para hacer historia.



Perfil



• Nombre: Javier Darío Restrepo.



• Lugar de nacimiento: Colombia.



• Docencia: Es maestro de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) y experto en ética periodística. Mantiene un consultorio ético para periodistas.



• Ombudsman: Fue Defensor del Lector en El Tiempo y El Colombiano.



• Publicaciones: Avalancha sobre Armero (1986), Del misil al arado (1989), Periodismo diario de televisión (1990), Ética para periodistas (1991) en colaboración con María Teresa Herrán, Más allá del deber (1992), La revolución de las sotanas (1995), Testigo de seis guerras (1996), entre otros.



• Premios : Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar 1985, Premio San Gabriel del Espiscopado Colombiano 1994 y Premio Germán Arciniegas de la editorial Plantea 1995.



Perra, terruca, chola

Por Rocío Silva Santisteban

Ante la caída y derrota del candidato PPK me habían comentado muchas personas sobre el racismo y la intolerancia que se diseminaban por las redes sociales entre los ppkausas hacia los “electarados”, neologismo de sofisticada invención, atribuido por las otras malas lenguas a Aldo M. La verdad que yo, a pesar de navegar por esos lares casi a diario, no lo había percibido con la potencia con que algunos amigos y amigas lo sostenían. Obviamente tampoco es que dudara del racismo que, generalmente más rápido que la ola de un tsunami, se disgrega por doquier en palabra escrita, oral o en imágenes. Pero me quedó la intriga de no sentir en todo su esplendor ese supuesto torpedo.

Como suelen sucederles las cosas a los incrédulos, la semana que acaba de pasar me aconteció a mí misma el proyectil, y con un viraje de tono tal que la violencia de las palabras de cualquier poeta expresionista languidecía de ñoña. El mensaje venía de una supuesta María Luisa Larrea y me decía lo siguiente: “Olle (sic) terruca miserable, sales como una perra ladrando sin tener razón alguna …” y sigue así “le estás haciendo propaganda al asesino reciente que es Ollanta Humala, terruca malparida (...) qué dices de madre mía chola imbécil, cachetona de odio, perra (...) prefiero votar por un perro que es más fiel que ese chavista seguro que te pasó un poco de plata, aparte de que eres fea chola y aguaruna eres la peor chola de las terrucas, entre tú y la mujer de abimael no hay diferencia, mejor es la de abimael porque es callada y no habla porquerías como tú baboza (sic sic recontra sic)”.

En un análisis mínimo llegamos a la siguiente interpretación: ser “aguaruna” que es el nombre castellanizado de los awajún, es considerado algo despectivo, un “insulto” tanto o igual que el sustantivo chola, en su sentido perverso y racista. Algo absurdo, por supuesto. Y para que no queden dudas sobre el sentido ofensivo el párrafo arranca con un “terruca miserable y perra”, luego de la increíble falta ortográfica del encabezado. Como sabemos, el calificativo “perra” para una mujer implica no solo la animalización sino, sobre todo, la referencia a la “sexualidad desenfrenada” de una perra/prostituta. Finalmente termina con una deferencia a “la mujer de abimael” porque sabe callar, algo que, en el peor sentido del término, yo no sabría hacer porque “soy una terruca perra que ladra”. Hay que tener en consideración que la repetición de las “erres” sazonando todo el parágrafo pretende aumentar la agresividad por las vibrantes múltiples.

El análisis me permite distanciarme, sin embargo pretendió ser un golpe. Se trate de una boquita-de-caramelo Larrea o de un troll del universo feisbukero el tema es que la agresividad está a flor de piel y la percibo con toda su crudeza. Pero esta carta no es nada, absolutamente nada, en comparación con un gesto más agresivo que todos los insultos, desprecios y erres vibrantes utilizadas en serie: me refiero al arreglo mortuorio que recibieron los colegas de La Primera. Mi solidaridad con el maestro César Lévano, a cuyas clases en la Universidad de San Marcos asisten centenas de alumnos siempre atentos (para mi envidia como profesora). Sin duda se trata de un ejercicio de amedrentamiento por las puras: Lévano no cejará en su tenacidad periodística. Por supuesto que tampoco es nada desdeñable el intento de ataque de jóvenes desatinados contra Jaime de Althaus, quien felizmente retrocedió despacio para poder salir sin mayores consecuencias. A todos les pido recordar a Nietzsche cuando decía: lo que no nos destruye, nos fortalece.

La suspensión política de la moral

Por Jorge Bruce

Durante la Revolución rusa se acuñó la frase que titula esta nota. En 1917 eso significaba que se había entrado en un estado de excepción y que, por ende, el crimen era un mal necesario (si es que era un mal). En el 2011, en el Perú, parece estar sucediendo algo análogo. Estamos en serio riesgo de entrar a un periodo con un “nuevo Fujimori”. Para ello se requiere esa suspensión política de la moral, a fin de poder escindir todo lo que se sabe acerca del régimen en cuestión. Durante el segundo gobierno de Nixon, una tira cómica mostraba a dos hombres en un bar. Uno dice: “Mira, Nixon no es tonto. Si la gente realmente quisiera un liderazgo moral, él les daría un liderazgo moral”.

El argumento de que no hay genética en política es correcto. De hecho, el problema del fujimorismo no está en los genes sino en la política y en las identificaciones. Nadie nace corrupto. La candidata Fujimori tendría todo el derecho a pretender hacer un gobierno ético y democrático. Para ello, sin embargo, tendría que hacer un deslinde tajante del de su padre. Algo como lo que hizo la hija de Fidel Castro. Pero todos vemos que no solo no es así, sino que el condenado por crímenes de corrupción y lesa humanidad es el sustento del movimiento Fuerza 2011. Sin él, su hija no existiría políticamente. A pesar de lo cual es probable que las encuestas de hoy amplíen la ventaja de la heredera del presidente más corrupto de la historia del Perú (sitial difícil de alcanzar, por lo demás).

Los afectos que han permitido llegar a esta situación son el miedo, por un lado, y la cólera, por el otro. El miedo favorece al fujimorismo, en la medida que esa imagen del salto al vacío que Kurt Burneo ha tratado de reducir a una frase de campaña sigue disuadiendo a muchos electores. La mayoría quiere un cambio, pero teme un salto mortal. Humala se benefició inicialmente de la cólera y la desesperanza de muchos excluidos del ágape del crecimiento económico. Paradójicamente, su empeño en desmarcarse de ese plan inicial de Gana Perú, en vez de aplacar los temores de quienes lo ven como una amenaza, solo lo está alejando de quienes lo habían colocado como su paladín.

Tengo una intuición que no puedo demostrar: Humala no se siente un hombre de izquierda. Creo que sus intenciones de convertirse en un centrista moderado son genuinas, pero tardías. La evolución del plan de la primera vuelta a la hoja de ruta de esta semana es presentada como una adaptación a la correlación de fuerzas, para usar otra idea del marxismo, pero es percibida como una debilidad tanto por sus adversarios –que además controlan los medios– como por sus partidarios. Y puede que tengan razón. Humala sin cólera no da fuego, no cataliza ese gran bolsón de malestar.

En cambio, la hija de Fujimori se ha limitado a encerrar a quienes, como Martha Chávez o Luisa María Cuculiza, no ven la hora de regresar a los buenos viejos tiempos del autoritarismo y la impunidad. Hasta un termocéfalo como Rafael Rey ha entendido que se requiere de ciertos remilgos para volver a palacio. Por eso le “apenan” las críticas de Mario Vargas Llosa. Para decirlo en colores: la veo verde.

Golpes de pecho y Toledo

Carlos Castro

En las elecciones pasadas cuando Ollanta Humala asomó como el posible presidente de la República, la derecha, los grandes empresarios, las mineras, entraron en pánico y se dieron golpes de pecho y exclamaron:Nos olvidamos de los pobres.

El elegido fue Alan García, el “mal menor”, cuyo gobierno expira con algunas cosas buenas, pero que lleva en sus hombros el aumento de la extrema pobreza, trabajadores sin derechos laborales, comenzando con los servidores del Estado, conflictos no resueltos, y algunos resueltos después de enfrentamientos, toma de carreteras y hasta muertes, como el de Bagua.

El golpe de pecho les duró poco. Las mineras han multiplicado sus utilidades, el gas en lugar de quedarse en el Perú se vende al exterior, los sueldos se achican, los hospitales de Essalud, Ministerio de Salud o de la Policía se convierten en una tortura para los pacientes a la hora de solicitar una cama, una cita o medicinas. Y no hablemos de los miles de peruanos que aportaron por años al Seguro y que no tienen ninguna cobertura.

Al otro lado, un presidente feliz con sus cifras de crecimiento económico: somos, dice, el país que más crece, pero somos también –y el presidente lo sabe– el país en el cual los niños se mueren de hambre y de frío. De pronto los resultados de la primera vuelta los volvieron a la realidad: más del 30 por ciento de los peruanos están insatisfechos con este modelo de crecimiento al que supuestamente deberían de aplaudir.

¿Cómo es posible que ocurra? ¿Qué ha sucedido?, comenzaron a preguntarse los analistas de la derecha. Culparon al gobierno por olvidarse de los pobres. Ni el presidente se escapó de sus cuestionamientos y lo enrostraron que no recorriera el país para transmitir las bondades de este modelo.

Hoy han montado una campaña en donde los millones que “invierten” importan poco frente a “los millones que podemos perder”, como afirman sus representantes. En una muestra de que los principios poco les importan –salvo los que les convengan a sus intereses– contratan al conductor de un programa exclusivamente para atacar al rival de la hija del ex dictador.

En ese escenario los que ayer condenaban al fujimorismo han comenzado a quitarse la máscara y mostrarse como lo que son. Y hay quienes simplemente toman la ruta del extranjero. Es el caso de Alejandro Toledo, el político que se convirtió en presidente gracias a que supo sumarse a tiempo a la ola de la lucha contra la mafia de Fujimori y Montesinos –con Keiko Fujimori como primera dama– que comenzó a expresarse en el país en los 90.

Hoy Alejandro Toledo emite un comunicado en blanco en donde no pronuncia una sola condena a la corrupción y a los crímenes que representa el fujimorismo y algunos de cuyos personajes acompañan a la candidata de Fuerza 2011. Y resulta risible el anuncio de que expulsará a los militantes de Perú Posible que hagan propaganda por uno de los candidatos.

Es evidente que los militantes, los de base, los que no saben de cálculos políticos, y que votaron por él, están más cerca de Ollanta Humala que de la hija del inquilino de la Diroes. Los que demuestran inconsecuencia son Toledo y los dirigentes, que gustan de la cámara, que aman ser ensalzados por la prensa de la derecha, la del kimono. Y así los que ayer lo criticaban y trataban de irresponsable o mentiroso, por mencionar los términos más suaves, hoy lo aplauden y alaban su “equilibrio”. Triste papel del político que hablaba de ponerse la vincha roja contra la mafia y que hoy se lava las manos y se hace de costado.

Fábula de la princesa buena y el ogro malo

Autor: Guillermo Giacosa

CompartirEnviar.Heme aquí en mi hogar, en el ocaso de mi existencia, padeciendo, con curiosidad y un poquito de vergüenza ajena, la terrible fábula que nos relata día a día la prensa sobre la princesa buena y el ogro malo.

La princesa, un poquito obesa para el papel de tal, se llama Keiko, tiene los ojos rasgados de algunas etnias orientales y a su anciano padre preso por crímenes que él dice no haber cometido. Su madre, que otrora sufriera la violencia de su irascible padre y del brujo Vladi que siempre le acompañaba, parece haber perdido la memoria y es presentada al pueblo en condición de muda.

El ogro malo tiene, como muchos ogros, una sonrisa engañadora y cada día nos enteramos, gracias a este relato colectivo, de alguna de las nuevas maldades pergeñadas por su genio destructivo. Se llama Ollanta, tiene un hermano rebelde preso y un papá con algunos prejuicios, y tanto lectores como televidentes esperamos con ansiedad el día en el que la prensa nos revelará que ese disimulado ogro no se alimenta de la buena cocina de este reino, sino de niños vivos y de sangre humana.

Todavía no lo han dicho, pero estoy seguro de que si el ogro si-gue con sus engaños la prensa revelará este aspecto terrible de su existencia.

Lo más curioso de la presente fábula es que mucha gente de este antiguo reino del Perú, por inocencia, por pereza, por tontería o por interés, no distingue la fantasía de la realidad y cree que la fábula es cierta.

Más grave aun, los autores de la misma terminan convencidos de que sus curiosas invenciones son las que construyen la realidad y cada día rivalizan en adjudicar nuevas virtudes a la princesa obesa y nuevas maldades al ogro Ollanta.

Triste destino el de un país cuya imaginación puede ser manipulada por narradores que responden a intereses económicos y políticos coyunturales y que, en realidad, solo pretenden mantener incólume el orden establecido a pesar del claro mensaje que el pueblo envió en la primera vuelta de esta elecciones.

Ensayo sobre la ceguera

Autor: Patricia del Río

CompartirEnviar.Si hay algo que me desconcierta profundamente de estas elecciones es que pareciera que en el Perú las lecciones nunca se aprenden. Que la letra no entra ni con sangre, ni con sustos. Mucho menos con reflexión. Hace exactamente cinco años nos encontrábamos en una encrucijada similar (aunque menos dramática), pues estábamos obligados a escoger entre Alan García y Ollanta Humala, apelando al mal menor.

La irrupción de la candidatura de Humala, bastante más radical que la de hoy, había tenido un efecto colateral insospechado: les había pegado a todos tal susto que la campaña del 2006 giró en torno de temas fundamentales como la necesidad de inclusión, de repartir mejor la riqueza, de luchar contra la desnutrición y la falta de oportunidades. Se pusieron en tela de juicio mecanismos laborales como los services, se prometió evaluar un impuesto a la sobreganancias mineras. Hasta los empresarios acusaron el golpe y organizaron un CADE cuyo tema era la inclusión.

¿Qué pasó? ¿Por qué hemos llegado a la misma encrucijada de tener que elegir al menos malo? Sería mezquino decir que en el gobierno de García no se ha hecho nada. Es verdad que aún tenemos índices altos de desnutrición y pobreza, pero se han reducido considerablemente en este quinquenio. También debemos reconocer que hay más gente con empleo, más casas con agua, más celulares, más carreteras. ¿Por qué, entonces, un porcentaje importante de la población no quiere este modelo?

En una entrevista que le hice en el 2006, el gran Carlos Iván Degregori (quien hoy pelea con serenidad sus últimas batallas contra una dura enfermedad y desde aquí lo saludamos con profundo respeto) me explicaba que la respuesta a esta insatisfacción no estaba solo en el chorreo o en la consolidación democrática, sino en el reconocimiento. Es decir, para que terminen estas polarizaciones no se trata simplemente de distribuir ingresos sino de mirar a los otros como ciudadanos iguales, con los mismos deberes y derechos. Y eso definitivamente no ha ocurrido: los petroaudios dividieron a los peruanos entre los que conseguían una cita en el Country para gestionar “sus intereses” y los pobres diablos que esperaban semanas en las calles para que les dieran una audiencia de cinco minutos. El ‘Baguazo’ estableció que los derechos de un indígena amazónico no merecen la misma atención que los de una señora de San Isidro. Las burlas a las congresistas Hilaria Supa y María Sumire en el Congreso confirmaron que el quechua no es un idioma digno del Parlamento nacional. Los artículos del Perro del Hortelano, salidos de la pluma del presidente García, advirtieron que aquellos que reclamaban atención a problemas irresueltos no había que tomarlos en cuenta, porque estaban en contra del progreso solo por fregar.

El Perú se convirtió en este extraño país en el que solo habitan seres privilegiados por el actual modelo económico. Y los miembros de esa categoría se han empoderado tanto con los índices de crecimiento del último lustro, que hoy, a diferencia de la campaña del 2006, ni siquiera están dispuestos a considerar que aún subsiste un serísimo problema de exclusión y falta de reconocimiento. No les interesa. No se habla del tema. Las grandes preocupaciones de campaña son cómo defender tu AFP, cómo preservar los contratos con las grandes empresas, o cómo hacer que las cosas mejoren, sin que nada cambie. Se han encerrado en tal burbuja que son incapaces de ver lo que a mi criterio constituye una seria advertencia: en los estratos más pobres, que son mayoritarios, el voto que va dirigido tanto a Ollanta Humala como a Keiko Fujimori está motivado por esa necesidad tantas veces postergada de reconocimiento. De ser considerado alguien. Los que marcan la O escogen una propuesta de tinte más radical y los que marcan la K otra más asistencialista, pero ambos están buscando, a como dé lugar, formar parte de ese Perú, extraño, divertidísimo, lleno de prosperidad que la verdad les debe resultar más lejano que el mismísimo Perú Nebraska.

La pregunta es ¿qué pasa si esta vez tampoco lo consiguen? ¿Cuál será la segunda vuelta que nos depare el 2016? Como bien vaticinó Carlos Iván en el 2006, si seguimos sin resolver problemas fundamentales como sociedad, prepárense porque “el mal menor cada vez será mayor”.

domingo, 17 de abril de 2011

El voto de la desesperanza

Por Salomón Lerner Febres

Los resultados de la primera vuelta electoral confirman sombríamente el estado de postración, e incluso de degradación, en el cual se encuentra nuestro sistema político. Las dos candidaturas que han prevalecido y que disputarán la presidencia de la República en la segunda vuelta de los comicios son, precisamente, aquellas que más dudas generan sobre el futuro de nuestra institucionalidad democrática.

En uno de los casos, el de Keiko Fujimori, se trata, evidentemente, de algo más que dudas; hay un legado de autoritarismo, corrupción, inescrupulosidad y hostilidad frente a la defensa de los DDHH que dicha candidatura no ha repudiado. En el otro caso, el de Ollanta Humala, existe una prédica de tintes autoritarios que proviene de la campaña de hace cinco años y que, si bien parece haberse moderado en esta ocasión, deja amplio margen para que nos preguntemos si se trata de un cambio retórico o de una modificación real en sus convicciones.

Señalar la inadecuación de ambas candidaturas, sus falencias y deudas, sus ambivalencias frente al orden institucional y el Estado de Derecho, nos obliga a hacer una reflexión adicional. El fenómeno resulta especialmente perturbador cuando se considera que entre ambas han atraído más de la mitad de los votos del electorado nacional.

Son muy diversas las formas en las que se puede interpretar ese hecho abrumador. Una de ellas consistiría en señalar una cierta inclinación de los peruanos por el uso arbitrario del poder y un consiguiente desapego a las formas democráticas. Sin embargo, tal vez sea más instructivo, más certero y más justo pensar que la razón de lo ocurrido reside en el proceso por el cual una porción muy amplia de nuestros compatriotas ha sido obligada a expresar de esa forma sus esperanzas de progreso, o cuando menos sus expectativas de estabilidad y de una seguridad material mínimamente aceptable.

De más estaría, ahora, señalar el triste papel que en todo ello ha cumplido la egoísta administración de la bonanza peruana de la última década. Diez años de crecimiento no han significado un avance sustantivo en la equidad. Ahí está nuestro ruinoso sistema de escuelas públicas para demostrarlo. En cambio, pareciera que esa prosperidad global sí ha servido para reforzar la arrogancia de los sectores sociales más poderosos.

Más allá de la economía, o más bien en su anverso, está esa nefasta pedagogía clientelista, destructora de ciudadanía y de dignidad, de la que se siguen sirviendo nuestros gobiernos, a la que se suma el uso arbitrario de la ley y de las instituciones, la celebración del poder del más fuerte y el desdén del diálogo y la negociación razonable como camino para tomar decisiones y resolver diferencias.

Hay que hablar, pues, de un paulatino y sostenido envilecimiento de nuestro espacio público, y, junto con ello, de nuestros hábitos y maneras, de nuestro lenguaje y de nuestras formas de relacionarnos. Es en esa atmósfera, a la que hay que añadir la desesperanza de quienes son sistemáticamente excluidos de los beneficios del crecimiento, en la que se hallarían las explicaciones para unas preferencias electorales en las que la pequeña dádiva, la incierta promesa, el espectáculo chirriante, se ponen por delante del reclamo de derechos ciudadanos, la afirmación de la autonomía, el resguardo celoso de la propia dignidad. Todo ello nos habla, por cierto, de una violencia cotidianamente ejercida contra la población pobre del país, una violencia que no se manifiesta, ahora, como agresión física, pero sí como un constante despojo de las propiedades ciudadanas y de las libertades para elegir que a ella van unidas.

¿Hay remedio para esta tendencia? No en el futuro inmediato. Hoy, la necesidad urgente es propiciar compromisos serios, con garantías razonables de cumplimiento, para que nuestra democracia sobreviva, y si es posible se afirme, en los próximos cinco años. La existencia de tales acuerdos dependerá no solamente de la flexibilidad de los candidatos todavía en carrera, sino también de la seriedad y la madurez de las otras organizaciones políticas, las cuales deberán deponer por una vez sus cálculos inmediatos para oír y obedecer la voz de la sociedad organizada: esta reclama que la vida del Perú en el próximo lustro no sea una recaída en la arbitrariedad ni en la ciega defensa de intereses de grupo.

Más allá de esa urgencia inmediata tenemos una gran tarea por delante, que es la de restaurar nuestro sentido cívico y recuperar la memoria colectiva de los peruanos: la memoria del agravio, la memoria del abuso, la memoria de la corrupción, todo ello debiera convertirse en la savia de moralidad que necesita con urgencia nuestra vida política

¿Cómo interpretar los resultados?

Por Martín Tanaka

La semana pasada propuse evitar considerar que los resultados electorales estaban de alguna manera “predefinidos” por condiciones estructurales, y sostuve que las decisiones políticas y la estrategia de campaña habían sido más importantes. Sin embargo, si se comparan los resultados de las elecciones del 2006 con las del 2011, llama la atención las continuidades: Humala prácticamente “repitió” su votación anterior; la suma de los votos de Kuczynski y Castañeda están ligeramente por encima de la votación de Lourdes Flores, y la votación de Alan García en el 2006 parece superponerse mucho a la votación de K. Fujimori.

Estas continuidades no solo se dan en el número de votos, también en la distribución de los mismos en el territorio. Lima, la sierra sur, la costa norte, muestran patrones distintivos en ambas elecciones. Esto sugeriría que el país no habría cambiado en lo sustancial en los últimos cinco años, y que por ello los patrones de votación del 2006 se habrían repetido en el 2011: un voto de protesta de los excluidos y un voto conservador de los privilegiados.

Más todavía, podrían encontrarse continuidades entre el voto de Humala y el voto de Fujimori en 1990, y el de la izquierda en la década de los 80; y entre la votación limeñista de Kuczynski con la del PPC de los 80. Políticamente, este razonamiento sugiere que Humala estaba “destinado” a ganar por ser el candidato más a la izquierda, o que Kuczynski y Castañeda estaban destinados a perder por representar a una derecha incapaz de ganar fuera de Lima.


Este argumento, ciertamente persuasivo, falla sin embargo por su lógica determinista: pretende “predecir” los resultados como si los actores y sus decisiones no importaran. Este razonamiento no registra que la campaña fue muy volátil y cambiante, que Castañeda y luego Toledo encabezaron las preferencias electorales, y que la clave del éxito de la campaña de Humala en el 2011 es que se dirigió mucho más a un votante de centro que en el 2006, entre otras cosas. En otras palabras, esta campaña fue muy diferente a la del 2006.



Ahora bien, esto no significa que el argumento estructuralista no tenga valor. Este acierta en registrar que existen en el país ciertas tradiciones, ciertas continuidades, que hacen que Lima, la sierra sur, la costa norte, por ejemplo, muestren patrones diferenciados. Pero la explicación de esa continuidad habría que buscarla más en la cultura política, antes que en el mantenimiento de condiciones económico-sociales que, como es obvio, han cambiado mucho en las últimas décadas.



Pero esa continuidad no permite predecir resultados electorales porque la oferta política cambia radicalmente en cada elección. En cómo los candidatos de turno apelan a esos segmentos diferenciados de electores está la clave de los resultados: cuando esa apelación es exitosa, se logra ganar en todo el territorio nacional, como García en 1985 o Fujimori en 1995.



Votar con v de vendetta

Por Rocío Silva Santisteban

No voy a repetir los análisis que la mayoría de periodistas, columnistas, cientistas políticos, ciudadanos y demás preocupados por el futuro de nuestro país plantean en relación con el voto del domingo pasado: los ignorados y no los ignorantes han dejado constancia de su posición, según rezaban los carteles de las redes sociales. Tampoco quiero hablar del racismo que se ha soltado como géiser en las mismas y que ha levantado el fantasma de la polaridad otra vez, ni de los diversos escenarios que se abren según miremos al Perú desde Lima o desde las provincias porque, como comentaba hace poco un analista, la urgencia de presencia del Estado es un reclamo constante en Amazonas o Puno, pero no necesariamente en las calles polvorientas de la gran Lima. El tema es ahora qué hacer con nuestro voto ante las elecciones del 5 de junio.

Yo he votado varias veces viciado. Debo confesar que esa ha sido una de las posiciones que a lo largo de mi vida como ciudadana de a pie he tomado sin cautela. Las alternativas que se me presentaban, desde mi perspectiva en situaciones que no pasaban mis candidatos a segunda vuelta, no me convencían y optaba por la más radical pero más fácil a su vez: viciar. El voto en blanco siempre es un albur en el sentido de que no sabemos con exactitud cómo será evaluado en conjunto y viciar además te permitía conjurar la cólera de no tener una alternativa en esa cédula de sufragio. Por eso, tarjar la cara de los otros candidatos o escribir un improperio se asemejaba a una suerte de venganza ante la impotencia.

Sin embargo, ante determinadas situaciones sociales, el voto viciado con v de vendetta es totalmente contraproducente. Es una opción, me dirán los formalistas, por supuesto que sí y además democrática y válida; pero en escenarios como los que debemos de enfrentar ahora no sería una alternativa provechosa. En primer lugar, porque nos enfrentamos a un encuentro cara a cara con la raíz de la más profunda crisis moral del país. Y de las crisis morales no se sale sencillamente con crecimiento económico. Se trata de una situación que aún no hemos podido sanar, ni con el visionado de los casi olvidados “vladivideos” ni con la CVR ni con las leyes de reparaciones ni con el crecimiento al 6%. Es una crisis que ha quedado como remanente detrás de la ceguera de la clase empresarial, de los políticos venidos a menos y de los periodistas que quieren pasar piola; por eso mismo debemos hacerle frente.

Considero personalmente que viciar el voto es asumir una actitud nihilista y no está a la altura de las necesidades democráticas del Perú. Viciar el voto es no tomar una decisión valiente frente al requerimiento moral de un país que ha pasado por heridas de sangre y tajos de corrupción que aún ahora nos laten como un dolor sordo, agudo, profundo y vergonzoso.

Pregúntele a María Antonieta

Por Franciso Durand

SocIólogo

Bien vistas las cosas, es obvio que el principal mensaje político de la primera vuelta es la vigencia de una fuerza popular contestaría importante.

Lo curioso es que desde 1990, y con la sola excepción del gobierno provisional de Paniagua, la actitud de los neoliberales en el poder, y de una parte de los grandes empresarios, ha sido creer que no existe realmente, o cuando emerge, que no es una fuerza legítima, que si protesta merece palo porque “rompe la ley y el orden”. No es casual que incluso existan empresarios que las califican de “ruido político”, algo molesto que interrumpe la música celestial del crecimiento, orquesta que nadie puede tocar.

El voto también expresa un rechazo a un presidente y un partido, el APRA, que se ha atribuido logros que no son muy propios (hemos crecido por estímulos externos más que todo y por alza de precios de materias primas), que no son tan reales como parecen (la supuesta gran rebaja de la pobreza, los kilómetros de carreteras, las mil y un obras de la presidencia) y, sobre todo, ay Alan, por casos de corrupción. Es también un no al discurso del “perro del hortelano”. Argumentar que quienes se oponen a los megaproyectos son retrógrados, enemigos del progreso y ciudadanos de segunda categoría es no solo reaccionario, es incendiario.

Sea cual fuere la posición política que uno tenga, es obvio que estas fuerzas contestatarias no deben ser ignoradas, particularmente por los empresarios, en la medida que tienen plantas, maquinaria y contratos diseminados en todo el país. Me refiero sobre todo a los empresarios peruanos, porque es aquí donde está la gallina de los huevos de oro. Ya es hora de que se sensibilizen.

Los emprendedores de cuello y corbata deben decidir si van a acercarse y dialogar o si prefieren desatar una guerra política y social, una suerte de “lucha de clases de arriba”. Lo digo porque no faltan quienes quieren empujarlos prematuramente al choque político, a la desinversión, a la fuga de capitales. Personajes afiebrados como Aldo Mariátegui parecen estar dominados por sus pesadillas. Particularmente aquella en la que se imaginan atacados por masas hambrientas en sus mansiones, aunque sería más exacto decir que parece que estos personajes duermen en el cuarto de los mayordomos. ¿Les conviene a los inversionistas esta actitud?

Los empresarios deberían volver ordenadamente a la postura del 2006 que organizara el CADE de la inclusión social que, lamentablemente, quedó en el discurso. Deberían, también, dejar de cometer graves errores tácticos, actuando antes de la primera vuelta a destiempo como para hacer un trasvase de votos a un candidato con mayores posibilidades de victoria. Por lo mismo, me pregunto, ¿para qué diablos los financian?

Debemos también considerar que empresarios hay muchos. No son un todo homogéneo. Tienen múltiples formas de expresión gremial y variadas demandas, sobre todo las de provincias y las pymes, que no siempre coinciden con las opiniones de los líderes de los grandes gremios de propietarios, cuyas voces predominan en los medios de comunicación. Hay asimismo facciones duras y facciones dialogantes.

Pero más allá de sus diferencias no tienen por qué asustarse con el resultado electoral y empezar a sacar sus ahorros. La cuestión es al revés. Es una ocasión para relacionarse con esas voces, entender a esos sectores sociales como gente con voluntad propia y con demandas legítimas. ¿Pueden entonces hablar con sus expresiones políticas en lugar de dejarse entrampar en la tesis del doble discurso o del lobo con piel de oveja?

Insistimos. La “gran encuesta electoral”, es decir, el voto en las urnas de todos los peruanos, ha demostrado de manera bastante evidente que existe una fuerza popular, mayormente provinciana, rural y de modestos ingresos, que apoya “candidaturas alternativas”. También que tiene apoyo suficiente de no pocos intelectuales y técnicos que pueden hacer buen gobierno. 

Pero hay cierta volatilidad, y su radicalismo puede ser reforzado si va a ser ferozmente atacada. A Susana Villarán, más moderada y dialogante todavía, la acosaron sin misericordia. Todo ello nos recuerda que la polarización no solo la causan masas enardecidas, sino la insensibilidad e incomprensión de quienes tienen propiedad y privilegios y los quieren defender a toda costa. Como dijera León Trotzky, la revolución rusa de 1917 fue en buena parte provocada por la ceguera de la clase dominante zarista. Igual pasó antes con la francesa de 1789.

Lo menos que pueden hacer quienes tienen inversiones es serenarse. Que la facción dialogante dialogue y no se deje llevar por asesores y voceros cuya importancia y honorarios crecen mientras más atacan. De no ser así, este atrincheramiento, o una corrida de los grandes empresarios al campo fujimorista, sea cual fuere el resultado electoral, puede contribuir a una polarización social.

No es de locos convivir con un Estado promotor del desarrollo nacional y de las pymes, regulador de los servicios públicos, con un sistema tributario más equitativo para financiar los gastos sociales. Más bien el salto al vacío es mantener un modelo de crecimiento con altas ganancias y bajos salarios y un discurso de “crecimiento con rostro social”, en el que el crecimiento siempre va primero.  

Si es así, será mejor que los termocéfalos tomen un curso avanzado en Harvard sobre gobernabilidad y negociación, mientras se quedan en Lima a conversar los que practican el yoga. Ah, y no se olviden, para algo se han inventado los bozales.

Albertismo 2011

Por Mirko Lauer

¿Qué tipo de carta es Alberto Fujimori para la segunda vuelta fujimorista? Su papel ha ido variando con el tiempo. En una primera etapa la hija se presentó como su representante, con la tarea de excarcelarlo. Pero luego eso fue considerado contraproducente y dejado atrás en pos de una imagen autónoma, limpia y juvenil, que ha funcionado.

Ahora Fujimori ha reaparecido en escena, como la víctima que podría ser liberada mediante la imposición del nuevo poder político fujimorista al Poder Judicial, un remake de los viejos tiempos. Martha Chávez, emblemática figura de los años 90, ha asumido el lanzamiento de la primera amenaza. Un diario ha titulado El otro chavismo.

Esta impaciencia es comprensible, pero la impresión es que Fujimori sigue siendo un pasivo político. Entre otras cosas porque su reaparición en firme relanzaría toda la negra historia del autoritarismo y la corrupción de su decenio. De paso liquidaría toda la autonomía, frescura y juventud de la hija candidata.

Por esto último el rostro del padre no apareció por ninguna parte en la campaña, como indicio de que el partido había superado esa etapa y, para los incautos, como una forma velada de autocrítica. Pero también puede significar que con el paso de los días la hija le fue tomando el gusto a aparecer como una efectiva Nº1.

Pero cosas como el exabrupto de Chávez o la renuncia de Carlos Raffo Arce sugieren que hay sectores mucho más albertistas que otros. Un argumento que cae por su propio peso es que si el padre fue considerado mala medicina en la primera vuelta, muchos lo van a ver igual en la segunda. Una súbita liberación opacaría seriamente a la candidata.

Una parte de la buena estrella electoral de la hija se ha fundado en sus declaraciones sobre que su campaña no tiene como objetivo central excarcelar al padre, una manera de expresar respeto por el sistema judicial, a cuyo presidente ella incluso hizo una visita protocolar. La amenaza de Chávez a César San Martín borra todo ese trabajo.

La amenaza además pone el dedo en una llaga clave: la manipulación fujimontesinista del sistema judicial, y de las instituciones en general, para alcanzar objetivos políticos. Ese fue el pivote de la alianza con Vladimiro Montesinos. Lo que acabamos de ver es un elocuente botón de muestra, que hasta el momento de escribirse esto no ha sido desmentido.

Pues la idea de que el presidente de la Corte Suprema va a ser defenestrado si el fujimorismo vuelve al poder desmiente el sentido del papel que viene circulando Pedro Pablo Kuczynski, sobre el cual todavía está fresca la firma de Keiko Fujimori. Esto hace pensar que con Keiko no solo se elegiría una presidenta, sino un nuevo Poder Judicial completito.

Dos equivocaciones

Por Fernandop Rospigliosi

Keiko Fujimori ganará fácilmente porque concentrará dos tercios de votos que están con el “sistema”. Ollanta Humala realmente ha cambiado.

Las dos afirmaciones mencionadas han circulado mucho desde el domingo 10. Creo que ninguna es cierta.

Así como se sostiene que los dos tercios que no votaron por Humala se alinearán con Fujimori, se podría decir también que los cuatro quintos que no votaron por ella y que repudiaban el gobierno de su padre la década pasada se inclinarán por Humala.

Estas aseveraciones son erróneas. No hay que olvidar que pasaron a la segunda vuelta los dos candidatos que tenían más resistencia. El que tenía menos resistencia, Luis Castañeda, quedó quinto.

Superar el negativo

Esta situación plantea a ambos candidatos vencer el rechazo que suscitan, por diferentes razones. El que más ha avanzado, sin lugar a dudas, es Ollanta Humala.

La campaña de “blanqueo” orquestada por los asesores brasileños ha funcionado muy bien. Y Humala se ha puesto en movimiento de inmediato, acentuando la imagen moderada y dialogante que le han fabricado los expertos.

Tomó la iniciativa de visitar a Castañeda y ha hecho correr el rumor de que reclutaría al ex ministro de Economía Luis Carranza.

Aunque sea solo un chisme, ya desmentido, va alimentando las expectativas de quienes quieren creer que ha cambiado. Igual que el rumor de que nombraría primera ministra a Beatriz Merino. No era cierto, pero la idea queda flotando en el ambiente y sirve para justificar las adhesiones de personas que están dudando.

El 2006 Humala se identificó, por propia decisión, con Hugo Chávez y con Evo Morales, viajando a Caracas y La Paz, y difundiendo sus imágenes junto a esos personajes desagradables, autoritarios y fracasados. Hoy día rehúye toda asociación con ellos y más bien pretende hermanarse al exitoso Lula y a su sucesora Dilma Rousseff.

El 2006 Humala estuvo enfrentado a los izquierdistas radicales y a los organismos defensores de los derechos humanos, que lo denunciaron enérgicamente por su comportamiento en Madre Mía. Hoy día ha subido a su carro a esos izquierdistas y los organismos de DDHH están mudos, o lo apoyan abiertamente como el mal menor.

El 2006, Mario Vargas Llosa y la revista Caretas eran rotundos opositores a Humala y respaldaron a García. Hoy rechazan absolutamente a Keiko Fujimori y abren la posibilidad a Humala. (Ver el categórico editorial de Caretas, “Hasta aquí nomás”, 14.4.11).

La mayor opción

En suma, Humala ha avanzado mucho en vencer las resistencias y Fujimori no ha adelantado un centímetro. Muy lejos del 50% más uno que se requiere para ganar.

Hasta el momento, parece confiada solamente en el miedo que puede suscitar Humala. Eso, está claro ahora, no basta.

El 2006 Humala se enfrentó al político peruano más hábil, Alan García, que lo derrotó por unos pocos puntos. Keiko Fujimori no tiene ni la experiencia ni la destreza de García.

Por último, no hay que olvidar un dato básico. Humala alcanzó alrededor del 33% de los votos. Le falta conquistar un 17% para ganar. Fujimori llegó a 23%. Necesita más que duplicarlo, es decir, 27% adicional.

Por eso cuando Caretas le pregunta al experto uruguayo Luis Costa Bonino ¿quién tiene más oportunidad de ganar la presidencia?, responde “Ollanta Humala, sin lugar a dudas”. (“Se descarrilaron”, 14.4.11).

NO AL RETROCESO DE LA POLÍTICA DE EDUCACIÓN INTERCULTURAL BILINGÜE

“Desde el gobierno de Sagasti venimos arrastrando recortes presupuestales a la Política de EIB, que tiene impacto directo en la formación y ...