domingo, 17 de abril de 2011

¿Cómo interpretar los resultados?

Por Martín Tanaka

La semana pasada propuse evitar considerar que los resultados electorales estaban de alguna manera “predefinidos” por condiciones estructurales, y sostuve que las decisiones políticas y la estrategia de campaña habían sido más importantes. Sin embargo, si se comparan los resultados de las elecciones del 2006 con las del 2011, llama la atención las continuidades: Humala prácticamente “repitió” su votación anterior; la suma de los votos de Kuczynski y Castañeda están ligeramente por encima de la votación de Lourdes Flores, y la votación de Alan García en el 2006 parece superponerse mucho a la votación de K. Fujimori.

Estas continuidades no solo se dan en el número de votos, también en la distribución de los mismos en el territorio. Lima, la sierra sur, la costa norte, muestran patrones distintivos en ambas elecciones. Esto sugeriría que el país no habría cambiado en lo sustancial en los últimos cinco años, y que por ello los patrones de votación del 2006 se habrían repetido en el 2011: un voto de protesta de los excluidos y un voto conservador de los privilegiados.

Más todavía, podrían encontrarse continuidades entre el voto de Humala y el voto de Fujimori en 1990, y el de la izquierda en la década de los 80; y entre la votación limeñista de Kuczynski con la del PPC de los 80. Políticamente, este razonamiento sugiere que Humala estaba “destinado” a ganar por ser el candidato más a la izquierda, o que Kuczynski y Castañeda estaban destinados a perder por representar a una derecha incapaz de ganar fuera de Lima.


Este argumento, ciertamente persuasivo, falla sin embargo por su lógica determinista: pretende “predecir” los resultados como si los actores y sus decisiones no importaran. Este razonamiento no registra que la campaña fue muy volátil y cambiante, que Castañeda y luego Toledo encabezaron las preferencias electorales, y que la clave del éxito de la campaña de Humala en el 2011 es que se dirigió mucho más a un votante de centro que en el 2006, entre otras cosas. En otras palabras, esta campaña fue muy diferente a la del 2006.



Ahora bien, esto no significa que el argumento estructuralista no tenga valor. Este acierta en registrar que existen en el país ciertas tradiciones, ciertas continuidades, que hacen que Lima, la sierra sur, la costa norte, por ejemplo, muestren patrones diferenciados. Pero la explicación de esa continuidad habría que buscarla más en la cultura política, antes que en el mantenimiento de condiciones económico-sociales que, como es obvio, han cambiado mucho en las últimas décadas.



Pero esa continuidad no permite predecir resultados electorales porque la oferta política cambia radicalmente en cada elección. En cómo los candidatos de turno apelan a esos segmentos diferenciados de electores está la clave de los resultados: cuando esa apelación es exitosa, se logra ganar en todo el territorio nacional, como García en 1985 o Fujimori en 1995.



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