Por Augusto Álvarez Rodrichalvarezrodrich@larepublica.com.pe
De Arequipa a Bagua, de García a Toledo.
areciera que el ejercicio de la Presidencia requiriera, en el Perú, la capacidad de fingir demencia para obviar lo evidente con el fin de convertir el fracaso notorio en victoria discreta pues, luego de meter la pata hasta el fondo, se lanzan unos mensajes con cara de quien va a recibir el premio Nobel de literatura y actitud de ‘voltea la página nomás que aquí no pasa nada’.
Así lo hacía el ex presidente Alejandro Toledo, quien casi siempre caminó durante su gobierno al borde del precipicio por sus propios errores, y quien ahora usando ‘corbata-verde-la-selva-no-se-vende’ le dispara con fuerza al presidente Alan García, quien, a su vez, se presentó anteanoche en cadena nacional con pocas señales de autocrítica de fondo.
García y Toledo no son tontos y, cuando se dieron cuenta de que se habían metido en un callejón oscuro y sin salida como consecuencia de la puesta en marcha de políticas públicas cuya implementación se había planificado con los pies, simplemente retrocedieron antes de que el error fuera fatal.
Eso le ocurrió a Toledo con el ‘Arequipazo’ cuando, antes de cumplir el primer año, quiso privatizar las empresas eléctricas de esa ciudad luego de que, durante la campaña electoral, le había prometido a su población exactamente lo contrario. La ciudad se levantó, puso al gobierno contra las cuerdas, los ministros tuvieron que ir a negociar –in situ– la capitulación de su propuesta y, al poco tiempo, le costó la cabeza al entonces premier Roberto Dañino y a otros ministros.
Eso fue, sin embargo, juego de niños al lado de lo que pasó recientemente en la selva en el gobierno actual de Alan García, con un saldo penosamente complicado por las 35 muertes y las consecuencias políticas graves que, para empezar, quizá también le cuesten la cabeza al gabinete ministerial.
Los dos presidentes recién retrocedieron cuando se asustaron al constatar que su propia estabilidad política se ponía en riesgo. Pero, antes, los dos tuvieron coincidencias igualmente penosas, como lanzar unos spots publicitarios lamentables.
La diferencia es que Toledo se asustaba más rápidamente que García, lo cual explicaría la larga duración de la reciente crisis de la selva. Pero, en lo fundamental, ambos funcionaron con impericia, metiendo la pata y, cuando la crisis terminó, lanzando unos discursos en los que les costaba tanto reconocer algún atisbo de error, como, de hecho, sucedió anteanoche con el presidente Alan García.
Es, en todo caso, una actitud muy diferente de la asumida ahora por el aún premier Yehude Simon, quien con hidalguía y más sangre en la cara, se comió el problema con un mea culpa en el que asumió responsabilidades incluso más allá de las suyas.
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