lunes, 8 de junio de 2009

La ambición sobre nuestras islas guaneras

Por: Rosa Garibaldi*
A principios de agosto de 1852 John Randolph Clay, ministro estadounidense en Lima, supo por el canciller Joaquín José de Osma la noticia más alarmante e increíble de toda su carrera: buques de ciudadanos estadounidenses amenazaban las islas guaneras de Lobos, apoyándose en las garantías extendidas por Daniel Webster (1782-1852), es decir por el mismísimo secretario de Estado. Debía tratarse de un malentendido, aseguró J.R. Clay a de Osma, pero no lo era. Al salir de su reunión, Clay mediante oficio del 7 de agosto le reiteró enfáticamente a Webster que no había duda alguna sobre la jurisdicción del Perú desde épocas inmemoriales sobre las islas en cuestión, iniciando el envío a su gobierno de todas las pruebas históricas y de índole jurídico que la cancillería peruana le entregó.
Ambición e intrigaPronto se enteraría Clay sobre los orígenes del supuesto malentendido. Todo empezó el 5 de junio de 1852 cuando el secretario de Estado Daniel Webster se dejó involucrar en la intriga tramada por Alfred Benson, un prominente comerciante neoyorquino decidido a hacerse del guano peruano, un fertilizante milagroso para las tierras agotadas del sur atlántico de Estados Unidos. Con esto en mente envió a James Jewett, un marino norteamericano, a inspeccionar las islas. A su retorno, Jewett fue puesto al frente de la intriga enviándole un mensaje falso al secretario de Estado. Le dijo que: “Estaba informado que ningún gobierno tiene un derecho legal a estas islas”. El comerciante Benson logró su objetivo, pues el secretario Webster le respondió: “Puede considerarse como deber de este gobierno proteger a los ciudadanos de Estados Unidos que visitarán las islas para obtener guano El Departamento de Estado no tenía conocimiento de que tales islas hubieran sido descubiertas u ocupadas por España o por el Perú El marino estadounidense Benjamin Morrell que había visitado esas islas en setiembre de 1833, podría legalmente ser su descubridor”. Y Webster hizo algo más que ni Benson ni Jewett esperaban: garantizó la protección de la fuerza naval estadounidense para las naves norteamericanas que fueran en busca del guano. Preso de sueños fantásticos de riqueza, Benson reclutó cuanto barco pudo para su expedición. Para agosto, sesenta naves enrumbaron hacia las islas de Lobos, lideradas por una nave “armada hasta los dientes”.
Indicios de amenazaEn junio de 1852, Juan Ignacio de Osma, hermano menor del canciller y encargado de negocios peruano en Washington, se había enterado de la amenaza sobre las islas de Lobos, a través de los avisos publicados en periódicos del noreste. Estos anuncios buscaban contratar naves para cargar guano en las islas de Lobos, protegidos por la escuadra estadounidense. De Osma se quedó atónito cuando el mismo Webster le confirmó verbalmente —se negó a hacerlo por escrito— que Estados Unidos no reconocía el derecho exclusivo del Perú sobre las islas “descubiertas” por el marino estadounidense Morrell (1795-1839).
El 9 de agosto, con la primera nota de protesta de Juan Ignacio de Osma, se desencadenó una enérgica campaña de la legación peruana en Washington y de la cancillería peruana en defensa de la jurisdicción del Perú. Se esgrimieron magistralmente poderosos e irrefutables argumentos históricos y jurídicos y se comunicó la determinación peruana de defender sus islas. En setiembre el canciller Joaquín José de Osma fue enviado como ministro plenipotenciario para reforzar la defensa peruana en Washington. La cancillería fue asumida por José Manuel Tirado. Si bien el cuestionamiento estadounidense no se produjo durante el gobierno de Ramón Castilla, fue el servicio diplomático que Castilla organizó y dejó en funciones el que asumió la defensa de los derechos del Perú.
Conflicto en ciernesJohn Randolph Clay sabía que su solidaridad con el Perú y su enfrentamiento con el secretario de Estado Webster podía llevar a la anulación de su cargo. Aun así, en comunicación del 11 de octubre explicó su posición: “Estoy plenamente consciente que mis comentarios son favorables al título de jurisdicción del Perú y los hago porque es mi deber impedir que (el Gobierno de Estados Unidos) se equivoque en un asunto en que su sentido de justicia lo inducirá, tarde o temprano, a decidir a favor del Perú”.
El peligro de un choque armado entre las naves estadounidenses y peruanas estaba latente. A Clay le corresponde el gran mérito de haberlo impedido. A fines de agosto el decimotercer presidente estadounidense Millard Fillmore (1800-1874) pidió al secretario de la Marina que enviase órdenes al comandante de la escuadra de su país en el Pacífico para que impidiera toda posibilidad de choque armado en las islas de Lobos. Dichas instrucciones fueron remitidas por Clay a Valparaíso pero no alcanzaron al marino.
A inicios de octubre, en frenético esfuerzo contra el tiempo —y a pedido del canciller Tirado— Clay redactó y distribuyó en las islas notificaciones impresas, firmadas por él, a los capitanes de las naves que arribaban. Advertía la ilegalidad de cualquier intento de apropiarse del guano de las islas de Lobos sobre las que el Perú ejercía soberanía. Indicaba a los capitanes dirigirse al Callao para que sus naves fueran contratadas para transportar el guano de las islas de Chincha, por los agentes del Gobierno Peruano. El 16 de diciembre, durante la ausencia de la escuadra estadounidense por un relevo en el mando, Clay redistribuyó un impreso similar entre las naves que seguían llegando.
Las disculpasEl cambio de actitud del Gobierno Estadounidense dependió de la firme resistencia de la diplomacia peruana pero también tuvieron efecto disuasivo las encendidas críticas —domésticas y extranjeras— como las del diario londinense “The Times”. El sentimiento de hostilidad hacia Estados Unidos en Lima se extendió a Santiago de Chile. Finalmente, el 16 de noviembre, el nuevo secretario de Estado Edward Everett (1794-1865) dirigió una nota a Joaquín José de Osma comunicándole que en base a la información recibida del ministro estadounidense Clay y del canciller peruano Tirado, el presidente de Estados Unidos “ha eliminado toda duda en cuanto al título del Perú sobre las islas de Lobos formulada como consecuencia de la inintencional injusticia hecha al Perú debido a una transitoria carencia de información en cuanto a los hechos del caso”.
Poco antes de su muerte, en octubre de 1852, Webster, en carta al presidente Fillmore, reconoció que el asunto de las islas de Lobos fue su peor error durante sus dos períodos como secretario de Estado, y expresó su pesar por haber faltado a la confianza depositada en él. John Randolph Clay, ministro estadounidense en el Perú, recibió un merecido reconocimiento de su gobierno por su extraordinario desempeño y fue ascendido a ministro plenipotenciario. Como era de esperarse, obtuvo la efusiva felicitación del Gobierno Peruano por su actuación imparcial y justa que contribuyó a impedir un conflicto armado entre su país y el nuestro.
La “guanomanía”No resulta extraña la actuación del secretario de Estado Webster, pues para mediados del siglo XIX en los estados del Sur Atlántico existía una auténtica “guanomanía”.
La prensa norteamericana calificaba a nuestro guano “como al oro en valor porque aportaba oro en el mercado”. Los presidentes estadounidenses se convirtieron en defensores del negocio del guano: era el deber del gobierno estadounidense emplear todos los medios a su alcance para que el Perú cambiara su sistema de consignatarios y permitiera la importación directa del guano peruano a precios “razonables”.
Historiadora, diplomática peruana, profesora en la Academia Diplomática del Perú
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