Resulta extraño que en la última declaración de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) firmada en Quito, no se haya mencionado el tema de las bases militares en Colombia, y que más bien este debate se haya trasladado para una próxima reunión en Argentina. Existe unanimidad en condenar el golpe de Estado en Honduras, pero no sucede lo mismo cuando se habla de las siete bases militares norteamericanas. Estamos, por lo tanto, frente a un tema que divide a la región.
Paco O’Donnell, periodista argentino de Página 12, propone, en un reciente artículo una clasificación para entender esta división. En primer lugar están los países que no visitó el presidente colombiano Álvaro Uribe en su última gira y que son abiertamente contrarios a la instalación de estas bases: Ecuador y Venezuela. El primero no mantiene relaciones diplomáticas con Colombia luego del ilegal ataque colombiano a un campamento de las FARC en territorio de ese país. Venezuela cada cierto tiempo retira a su embajador como sucedió hace unas semanas. El presidente Chávez, incluso, ha declarado que se estaría viviendo un clima bélico.
En el segundo grupo de países están aquellos que si bien recibieron a Uribe en esta gira relámpago, critican duramente su decisión de aceptar una mayor presencia militar norteamericana en Colombia: “En este grupo se inscriben Argentina y Bolivia”. Hay un tercer grupo conformado por los presidentes a los que les preocupa y/o están en desacuerdo con la decisión de Uribe, pero que reconocen “el derecho de Colombia, y por consiguiente de Uribe, a tomarla. Ahí se anotaron, con matices, Lula, Lugo y Bachelet”. Según O’Donnell, “después está el bloque abiertamente proestadounidense que integran Colombia y Perú”. Como sabemos el Perú fue el primer país que visitó el presidente Uribe para explicar el asunto de las bases militares.
Ahora bien, si se observa lo que viene sucediendo se puede afirmar que UNASUR no está en su mejor momento. América del Sur, junto con América Central, no ha logrado, pese a la unanimidad alcanzada, derrotar al golpismo hondureño; como tampoco han condenado, menos impedido, esta masiva presencia norteamericana en suelo colombiano.
Ambos hechos son graves puesto que el golpe en Honduras puede ser el inicio de un nuevo ciclo antidemocrático en la región, mientras que con las bases militares, como afirma el Polo Democrático Alternativo en un reciente comunicado (27/07/09), “Colombia se convierte en una plataforma para el asentamiento y la expansión bélica de esta potencia, que afecta no solo la estabilidad de los gobiernos democráticos y progresistas, sino también los importantes proyectos de integración latinoamericana y caribeña”.
Para esta organización, que es la segunda fuerza política en ese país, el asunto de las bases militares es tan grave que llama a “impulsar una campaña nacional y continental contra la militarización y la intervención de EEUU en América Latina, a la que esperamos se sumen las Fuerzas Progresistas y Democráticas del mundo”. Hay que hacer notar que la línea política del Polo Democrático, que es una organización de izquierda, es más parecida a la desarrollada por Lula en Brasil o por Bachelet en Chile, que a la que hoy implementan presidentes como Chávez o Morales. Por ello, su contundente declaración, además de expresar la gravedad del problema, evidencia que lo sucedido en UNASUR, en Quito, si no se corrige en el corto plazo, va por mal camino. Es cierto, además, que detrás de todo ello lo que está en juego son las relaciones con los EEUU. Países como Venezuela, Bolivia y Ecuador están más distantes que Chile o Brasil de EEUU; pero también lo está la cuestión del liderazgo regional como quedó demostrado luego del golpe en Honduras.
Más allá de estas cuestiones todo indica que estamos pasando a otra etapa política en la región que tendría como características principales ahondar la división sudamericana, impedir el nacimiento de mecanismos de defensa regionales (ese es uno de los objetivos de UNASUR) y derrotar a los países más progresistas: Venezuela, Ecuador y Bolivia. La combinación de presencia militar norteamericana (Colombia) con golpes de Estado (Honduras) y división regional, no es ninguna novedad ni tampoco es algo bueno para la democracia en AL. Ello fue nuestro pasado. Por eso estamos entrando a la etapa más dura, difícil y peligrosa de lo que se ha venido en llamar la “guerra fría” regional.
Hoy las posiciones más progresistas ya no son las que enarbolan pequeños núcleos guerrilleros o movimientos sociales de protesta si no más bien gobiernos constituidos legalmente y que cuentan con una gran legitimidad, con apoyo popular y con FFAA a su favor. Por eso jugar a la “guerra fría” en América Latina es jugar con fuego; es jugar a la guerra.
(*) www.albertoadrianzen.org
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