viernes, 7 de agosto de 2009

Evocando a Velasco QUE SE DIJO Y NO DE SU GOBIERNO

Evocando a Velasco

El antropólogo peruano Enrique Mayer, profesor de la Universidad de Yale y experto en economía rural, acaba de publicar “Cuentos feos de la reforma agraria peruana” (IEP). Este compendio testimonial llega justo ahora que los cuarenta años de la reforma se conmemoraron entre el silencio mediático y la indiferencia social.

Por Ghiovani Hinojosa

Traer del pasado el bigote ralo y la mirada estricta del general Juan Velasco Alvarado es una sana manera de ejercitar nuestra memoria colectiva. “La Reforma Agraria es sentida como un error, algo que hay que esconder, algo que avergüenza y que tenemos que deshacer”, protesta el antropólogo Enrique Mayer. Para él, la historia oficial del Perú se ha esforzado por invisibilizar lo referido a este proceso de distribución de tierras, desde el retorno de la democracia con Belaunde (1980). En cambio, destaca Mayer, la figura de este dictador nacionalista ha sobrevivido discretamente tanto en el agradecimiento de los campesinos beneficiarios como en el agrio recuerdo de los hacendados que perdieron sus terrenos.

Ciudadanía conquistada

–Una de las razones para no enfrentar este tema hoy es que la Reforma Agraria es asumida como un rotundo fracaso. Y es que este cambio, según ordena la ley del 24 de junio de 1969, fue concebido para la sierra, para acabar con el sistema de servidumbre en las haciendas y el trabajo gratis de los indios que allí había. Todos aceptaron que se debía eliminar estas condiciones “feudales”. Pero, en la práctica, la reforma se aplicó más fuertemente en la costa, donde no existía trabajo servil y no había pongos que hablaban en quechua y que no conocían las calles de sus pueblos.

–¿Usted cree que este proceso fue un fracaso?

–A 40 años de los hechos, se puede decir que hubo una Reforma Agraria en el Perú, así como hubo una proclamación de la independencia y hubo la liberación de los esclavos negros a cargo de Ramón Castilla. Son eventos en la historia que debemos aceptar. Si fue un fracaso, solo podemos saberlo revisando los objetivos que se lograron y los que no se alcanzaron.

–¿Qué objetivos se cumplieron?

–Se acabó con el sistema de hacienda “feudal” en la sierra –que, por cierto, ya estaba cayendo desde los años anteriores–, es decir, se liberó a los obreros agrícolas que luego se convirtieron en dueños de las tierras. Esto disminuyó de algún modo las brechas sociales. Hoy un parcelero andino puede comprarse un camión e ingresar a los estratos económicos medios. Además, con la reforma, los indígenas adquirieron sus derechos de ciudadanía: antes de 1979 los analfabetos no podían votar en las elecciones y hoy son entes políticos que toman las carreteras.

–¿Y cuáles son las metas incumplidas?

–Velasco tenía un sueño socialista, de tierra colectivizada, pensaba en la igualdad de la riqueza y en un diseño de las cooperativas de arriba hacia abajo. Esto se vino abajo con la caída del Muro de Berlín en todo el mundo, incluso en China, donde treinta años de colectivización de tierras parecen haber contribuido con su rápido crecimiento económico. Algunos izquierdistas pensaron que la Reforma Agraria era el trampolín hacia un régimen socialista, algo que no estuvo contemplado en la ley que reguló este proceso.

¿Una reforma gringa?

El título de su libro –“Cuentos feos de la reforma agraria peruana”– es sumamente engañoso, ya que contrasta con su contenido equilibrado y su prosa cautelosa. Enrique Mayer había imaginado este proyecto desde hace veinte años, pero solo desde 1995 empezó a recorrer el Perú –grabadora en mano– recogiendo los testimonios de antiguos terratenientes, dirigentes sindicales, funcionarios velasquistas y líderes campesinos. El resultado es una amalgama de versiones que, en vez de simplificar los hechos, los complejiza: aparecen, por ejemplo, el hacendado que no maltrató a sus peones y el encargado estatal de las cooperativas que, por desconocer el trabajo agrario, no pudo sacar adelante la reforma de su líder.

Mayer ventila también aspectos poco conocidos del contexto histórico de este proceso. Recuerda que en los setenta el mundo estaba polarizado por la Guerra Fría y que los Estados Unidos, representantes del bando liberal, promovían las “Alianzas para el Progreso” con países subdesarrollados para ganar terreno frente al comunismo ruso. Las dos condiciones que imponían para ejecutar sus donaciones económicas eran el respaldo a la exclusión de Cuba de la Organización de Estados Americanos (OEA) y la organización local de reformas agrarias “para apaciguar las aguas candentes”.

De este modo, las actividades de expropiación de tierras en algunas naciones americanas fueron impulsadas por los propios estadounidenses. Es el caso de las reformas agrarias en El Salvador y Nicaragua. En este último caso, explica Mayer, fue fácil, ya que la gobernante familia Somoza poseía casi el 40% de los terrenos cultivables del país. En el Perú, el general Velasco se esforzó al máximo por deslindar siempre del comunismo y prefirió proclamar su revolución como “nacionalista”. Esta supuesta neutralidad ideológica tuvo, según el antropólogo, una consecuencia contradictoria: si bien evitó un enfrentamiento con Estados Unidos; el temor a ser parte de un gobierno izquierdista de varios de sus funcionarios paralizó las actividades destinadas a asegurar el triunfo de la reforma.

No blanco ni negro, es gris

Por momentos, la imparcialidad de Enrique Mayer desespera. Sentado a sus 65 años en la salita de su casa familiar en Miraflores, quiere ser un científico social consecuente y no se inclina íntegramente a favor o en contra de la Reforma Agraria peruana. En vez de caer en el “facilismo” de simplicar algo complejo, su libro se ofrece como un gran parlante a través del cual hablan, por ejemplo, Rafael Seminario, hacendado piurano a quien le expropiaron sus tierras, y Paulino Sairitupac, minifundista del valle del Urubamba.

Para tentarlo, le cito una frase suya en las que justifica la Reforma Agraria: “Sin las tímidas reformas de Belaunde en los años 1960 y las más drásticas expropiaciones de Velasco en 1970, hipotéticamente, el Perú podría haber tomado el camino de Colombia, donde los propietarios formaron sus propios ejércitos paramilitares para defender sus propiedades de campesinos y guerrilleros” (página 325). Y luego de reconocer que fue una acción reivindicativa necesaria, muestra con crudeza la otra cara del proceso: “La utopía de Velasco fue anodina, mal definida y desabrida. Se creó multiples organismos con letras de sopa de alfabeto y no se proyectó con claridad el tipo de sociedad que se perseguía. Además, los hacendados fueron ‘vilificados’ y tratados como ogros. Mis historias demuestran que hubo señores que poseían dos mil hectáreas de tierra en la puna y no ‘chicoteaban’ a sus campesinos, más bien les tenían afecto”.

Incluso, en cuanto a la posible relación causal entre la Reforma Agraria de Velasco y el surgimiento de Sendero Luminoso, Mayer solo describe el fuerte antagonismo que hay entre intelectuales como Mario Vargas Llosa, que sostiene que “el izquierdismo de Velasco abrió el camino a Sendero Luminoso”, según lo cita Hugo Neira, y otros, como el mismo Neira, que cree que “sin la distribución de la tierra (velasquista), los Andes hoy serían senderistas”.

“Campesino: el patrón no comerá más de tu pobreza”, solía arengar Velasco. “Hoy la tierra se está reconcentrando en la costa peruana y el neoliberalismo tolera la desigualdad de ingresos”, explica Enrique Mayer. Parece que hoy el patrón tiene de nuevo la mesa servida.

Hablan los protagonistas

“En realidad, yo no la llamo Reforma Agraria, sino venganza agraria. Velasco fue un traidor. Primero dijo que en Piura no declararía la Reforma Agraria, pero luego apareció en los diarios que sí. Era un resentido social, no era nuestra culpa que naciera pobre, ¿no?”.

Rafael Seminario,
Ex hacendado piurano.

“Yo no pude ir a la escuela en la época de la hacienda. ¿Acaso “ellos” nos dejaban? A nuestros padres les aconsejaban diciéndoles ‘¡Carajo! si a ese tu hijo lo educas, va a ser ladrón, te va a matar’. Pero cuando vino la cooperativa, allí tuvimos nuestro colegio”.

Paulino Sairitupac,

Ex peón cusqueño

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