domingo, 9 de agosto de 2009

Desde Huamanga para Huaraz


¿De qué manera podemos dejar de estereotipar a Ayacucho como el espacio victimizado por el terror?
Por Rocío Silva Santisteban
En el avión que a las cinco de la mañana me trae a Huamanga encuentro un diario que me informa sobre la incursión de un grupo de 30 senderistas a la Dinoes de San José de Secce. Los resultados del enfrentamiento –a esa hora no se saben los detalles– son cinco caídos, dos civiles (una joven mujer enamorada que hizo el viaje, junto a su madre, para estar con su novio, oficial de la policía, el día de su cumpleaños), tres policías y tres senderistas según se presume por las huellas de sangre y restos. Al llegar al aeropuerto de Huamanga un sms al celular me advierte: “Si estás en Ayacucho, cuídate”. Es mi hermano que, a pesar de conocer la zona y los kilómetros entre Huamanga y Huanta, tiene miedo. Muerte, sangre y miedo: tres términos adyacentes al sustantivo Ayacucho.
“Desde Huamanga los indígenas deben pasar a ser sujetos de la historia y no solo víctimas de la historia” es una frase del discurso del profesor norteamericano Steve Stern al recibir el Honoris Causa de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga (UNSCH) el 5 de agosto pasado. Y agrega: “Huamanga es ahora un lugar simbólico perfecto para pensar en los pueblos indígenas del Perú de una manera menos inca-centrada”. También es el lugar perfecto –pienso yo– para imaginar una versión de la memoria polifónica, de múltiples voces de distinto signo, que no sea uniformizada a un discurso oficial “inclusivo” sino que plantee también sus tensiones, sus fricciones, sus desacuerdos. Pero –me sigo preguntando callada desde las galerías en esa ceremonia– de qué manera nosotros mismos, peruanos, podemos dejar de estereotipar a Ayacucho como el espacio victimizado por el terror si aún, hoy mismo, ayer, anteayer, hay víctimas fatales por los remanentes (o no tan remanentes) del PCP-SL?
Discutir si esos grupos armados son o no son “una amenaza al estado de derecho” no es el punto central de toda esta historia, que por supuesto no termina aún porque aparte de estas acciones, toda la época del terror debe de ser procesada por los huamanguinos, y por los no huamanguinos, en un trabajo de la memoria que incluya problematizar los estereotipos, salir de la victimización, escribir también las historias acalladas de los vencidos de ambos bandos. Se debe de proveer a la policía de pertrechos y material de defensa contra el narcotráfico pero también se debe incentivar el desarrollo con distribución de la riqueza que, algunas empresas, usufructúan de la región.
Pero tengo fe en que la respuesta para evitar los estereotipos y la victimización no necesariamente está en el gobierno, ni en las autoridades de la universidad, ni en la burocracia regional. La respuesta para salir de imágenes congeladas como la del “ayacuchano terrorista” o los “huantinos víctimas” está en los rostros, manos y nombres de personas como Roberto Ayala, egresado de historia de la UNSCH, organizador del excelente seminario “Género, memoria y etnicidad”; o como Ponciano del Pino que promueve en su ciudad natal debates de tal índole (además de ser él mismo un creativo y muy preparado antropólogo e historiador) o como Ángela Béjar quien, a pesar de tener una corriente machinaria en contra, saca adelante el curso de género en la carrera de antropología, o como Pepe Coronel que “piensa al Perú desde Huamanga” (como acertadamente comenta Francisco Chamberlain). O como la jovencísima Deisy Sauñe Huamán, quien contra todo pronóstico es universitaria y letrada, así como culturalmente curiosa y ayacuchanamente orgullosa, y que además está empoderada y sabe perfectamente cómo luchar.

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