lunes, 14 de diciembre de 2009

INVERSIONES PERUANO CHILENAS


Han pasado 14 años desde que el Grupo Romero, ante restricciones normativas para su participación en el sector financiero chileno, se vio obligado a establecer una alianza con el Banco de Crédito e Inversiones (BCI), de propiedad de la familia Yarur, para materializar su aterrizaje en el país del sur. Como es sabido, el hecho –en pleno apogeo de la inversión chilena en el país– fue sintomático respecto del estatus de las relaciones comerciales entre el Perú y Chile, agravada todavía más con los bemoles de los recordados casos AeroContinente y Lucchetti, este último protagonizado por Andrónico Luksic Craig, entonces heredero de uno de los tres principales grupos económicos de Chile.


Catorce años más tarde, el Grupo Brescia –el otro principal conglomerado económico del Perú– plasmó con el beneplácito de la propia presidenta chilena, Michelle Bachelet, una emblemática inversión de US$555 millones para la compra del 84% del accionariado de la francesa Lafarge, a la sazón propietaria de Lafarge Chile (ex Cementos Melón), principal productora cementera del país sureño. Un monto que significa la segunda mayor inversión extranjera hecha este año en Chile y, por cierto, algo superior a los US$500 millones que pagó año y medio atrás Cencosud, el holding de los supermercados del chileno-alemán Horst Paulmann, por el Grupo de Supermercados Wong, la principal cadena peruana del rubro.


Es cierto: el parangón entre una bolsa llena de abarrotes con otra de cemento es complejo en todo sentido, pero a la luz de la actualidad de las relaciones empresariales entre peruanos y chilenos tiene mucho de ilustrativo. No sólo por anécdotas como el anuncio de los Brescia respecto de que devolverán a su nueva empresa la marca Melón, por su significado histórico para el mercado cementero chileno, así como a Paulmann no se le ha ocurrido insertar marcas como Jumbo o Paris en desmedro de un sello fuerte como Wong. Más bien sobre todo porque quizá a los ojos del consumidor peruano común y corriente, sea mucho más perceptible que las compras semanales que realiza ya no tengan como destinatarias las mismas manos de siempre, cosa en la que muy difícilmente pueda llegar a pensar un chileno que efectúe un consumo tan impersonal como el de un costal de cemento. Pero a la vez, es imposible que aun el crítico más acérrimo de las relaciones comerciales entre ambos países soslaye la importancia estratégica de un negocio como el cementero –evidentemente incomparable con uno de supermercados–, en términos de lo que se suele clamar que les sobra a las inversiones chilenas en el Perú y supuestamente les faltaba a las aventuras empresariales peruanas en Chile. Hasta ahora.



Update y upgrade


Así, hacia el final del 2009, la inversión de los Brescia se suma en Chile a la ya consolidada presencia del Grupo Romero, que fuera de su participación en el BCI (con 3.4% del accionariado) ahora tiene más del 20% de la propiedad del Consorcio Naviero Portuario Arica, en asociación con los grupos chilenos Von Appen, Urenda y Claro, para operar un puerto altamente estratégico y obviamente significativo en términos de la relación con el Perú. Hecho sintomático si se considera que de los tres grupos empresariales top de Chile, el único que actualmente tiene presencia significativa en el país es el Grupo Matte, que interviene en el negocio papelero a través de sus subsidiarias Protisa y Forsac Perú. Los Luksic, replegados a partir de los acontecimientos de inicios de década, apenas vienen realizando actividades de exploración de depósitos de hierro vía su subsidiaria Anaconda Perú Mining, que había interrumpido sus actividades en el país hacía más de un año. Y el tercer gran conglomerado mapochino, el Grupo Angelini, se quedó en rumores de ingresar al sector pesquero local, incluso durante la ola de fusiones y adquisiciones producida en el rubro hace un par de años.


Tema_1Claro, como en el caso de la bolsa llena de abarrotes, lo anterior es sólo perceptivo, pero hoy sí puede decirse que los “grandes” peruanos están en Chile mientras que los “grandes” chilenos todavía no están del todo en el Perú. Ello, por supuesto, sin perjuicio de que haya varios otros nombres importantes provenientes del sur con intereses por estos lares; basta mencionar a Sebastián Piñera, quien al cierre de esta edición encabezaba las preferencias para alzarse con la primera vuelta en las elecciones presidenciales desarrolladas en Chile el 13 de diciembre, y accionista de Lan, la principal aerolínea tanto del mercado de su país como del local. A propósito de ello, una reciente entrega del Barómetro de la Universidad de Lima señalaba que el 28.7% de sus encuestados en la capital consideraba que sería más conveniente para el Perú que Piñera resultara elegido en Chile, contra 30.7% del otro principal candidato, el ex presidente Eduardo Frei.


Pero no hay que pasar por alto la existencia de negocios peruanos de importante escala que sí han sabido hacer una correcta y pragmática lectura de mercado en Chile, y ganar allá. Lo han hecho en esta década desde los mineros, como Milpo con la exitosa operación de la mina Iván en Antofagasta, hasta los de consumo masivo, como Intradevco al adquirir Klenzo, empresa reconocida como la más emblemática en el rubro de productos de limpieza en el país sureño, y a la que el inversionista peruano en su primer año de operación consiguió más que duplicarle las ventas. Claro, es difícil imaginar que el pundonoroso Rafael Arosemena, quien tuvo la visión de ver en Klenzo a una firma que tenía patentada en Chile como un simple pulidor a la que era una de las marcas estrellas de su Intradevco –Sapolio– y arriesgó por replicar a partir de allí una estrategia de marca, sea algún día el Piñera peruano y acabe de outsider de algunos comicios en el país. Pero sí queda claro que las inversiones peruanas en el sur ya trascendieron ese carácter micro y de empeño puro que 107 pequeñas y medianas empresas –registradas por la Cámara de Comercio Peruano-Chilena de Santiago de Chile a abril del año pasado– han sabido imprimir a sus negocios. Es posible decirlo de otra forma: hoy en el mercado chileno, el Perú significa ya mucho más que restaurantes de buena sazón como los cinco tenedores que siguen llegando, y que cosechan con inteligencia y sin insulsos prejuicios los frutos del trabajo que muchas empleadas del hogar peruanas hicieron durante años al transformarle el paladar a los comensales chilenos de mayor poder adquisitivo, buena parte de los cuales hoy sostiene los tours gastronómicos que han puesto de moda a Lima como principal destino para ese consumo en la región.



Las cifras y los retos


Es en el contexto descrito, pues, que los agregados oficiales canjean US$7,203 millones de inversión chilena en el Perú de 1990 a la fecha –sin considerar portafolio– por un estimado de US$2,500 millones –considerando portafolio– por cuenta y riesgo del ministro de Comercio Exterior y Turismo, Martín Pérez, en declaraciones recientes durante una visita a Santiago. Es cierto: de esa última cantidad, sólo poco más de US$23 millones está al amparo del Decreto Legislativo 600, figura normativa chilena que otorga estabilidad tributaria y otras garantías a la inversión extranjera por parte del Estado. Y estas comparaciones de magnitudes son, principalmente, las que despiertan en el Perú críticas académicas y periodísticas a los acuerdos de libre comercio alcanzados con el vecino del sur en los últimos años.


Pero quizá el desenfoque en ese sentido –sin duda alimentado por los discursos políticos que, incluso, ha promovido el mismo gobierno actual desde su planteamiento frecuente del reto de alcanzar y superar económicamente a Chile– parta por considerar los flujos de inversión como magnitudes en función de competencia antes que en función de una complementariedad con liderazgos medianamente claros –en términos de competitividad– para empresas de una y otra bandera en la mayoría de rubros. De hecho, en estos tiempos es difícil encontrar en el espectro comercial entre el Perú y Chile un producto –más allá de las muy marketeras batallas sobre el pisco– respecto del cual se pueda establecer una queja análoga a la que, con razón o no, puedan plantear los productores textiles de Gamarra sobre la competencia de productos chinos, por ejemplo. Y aun en los sectores más “chilenizados” del país, como el retail, por ejemplo, la evidencia empírica reciente dice que el partido no lo ganan con facilidad los visitantes: en el contexto de la crisis estallada el año pasado, ha sido más bien el competidor local –Supermercados Peruanos, del Grupo Interbank– el que no ha detenido su ola de aperturas, a diferencia de Wong (Cencosud) o Tottus (Falabella), obviamente frenados por las preocupaciones de sus matrices respecto del andar de sus negocios principales en un país cuya economía, sin duda, la pasó peor que el Perú en los últimos meses.

Por allí, pues, comienza un primer reto para la empresa peruana de cara a su inversión en el sur: saber hacer de este contexto aparentemente poscrisis un punto de quiebre para reposicionarse respecto de negocios que tuvieron más problemas. Y en línea con ello, que el mercado local sepa aprovechar los flujos que la crisis ha atraído hacia sí; en el plano industrial, por ejemplo, firmas chilenas como Cerámicas Cordillera o Zalaquett (fabricante de etiquetas para productos textiles) decidieron cerrar las plantas que tenían en su país, debido al creciente aumento en los costos de producción, y mudar sus maquinarias a sus operaciones en Lima, donde afrontaban mejores economías de escala. Léase bien: industrias, demandantes de mano de obra, generadoras de valor agregado.


El otro gran punto de la agenda, y muy a cuento con el contexto electoral chileno y la descrita participación de Piñera, tiene que ver con si algún día dejará de ser una quimera que un empresario peruano referente participe de esas lides. En un reciente artículo publicado en su blog en la edición en línea del diario La Tercera, el académico chileno Cristian Leyton, estudioso de la posición geopolítica del Perú respecto de Chile y la rivalidad entre ambos países, plantea que el ascenso de la clase económica peruana, exitosa protagonista del crecimiento de los últimos años, sólo podrá consolidarse cuando se consolide su capacidad de influir en el sistema político que opera en el país. Y visualiza que así como la Unión Europea comenzó a gestarse desde lo comercial y luego desbordó hacia otras áreas –política y militar–, un proceso similar pueda estar, muy incipientemente, comenzando a gestarse entre Lima y Santiago, dos capitales que con todos sus antagonismos encima, recientemente reavivados a partir del sonado caso de espionaje, están hoy indisolublemente unidas por lazos económicos.


Difícil de imaginar, tanto como hace 14 años lo era que un grupo peruano fuera dueño de la principal cementera de Chile.


TOMADO DE http://www.perueconomico.com/ediciones/40-2009-dec/articulos/483-de-los-brescia-a-piniera-o-al

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