domingo, 24 de febrero de 2008

Por que no callamos y salimos a las calles



Una de las constantes de la política nacional es que nadie que importe en ella acepta ocupar una posición de derecha, incluso aquellos que consideran que las categorías de derecha e izquierda son cosa superada –lo que es un típico discurso derechista– y se encuentran gobernando con conocidos tecnócratas neoliberales aceptan que su ubicación en el abanico político ha cambiado. Lo hemos visto en el mitin PAP de hace 48 horas, cuando su Secretario General recordó en su discurso que "el Apra tiene el corazón a la izquierda".
En esta materia, y para no ingresar en debates interminables, más vale remitirnos a los hechos, los que a su vez permiten identificar los proyectos, cuando los hay. A partir de ellos se podrá hablar de conservadores o progresistas, moderados o radicales, pero de ninguna manera se puede aceptar que todo en política da igual o equivale a lo mismo. Sin conflicto de valores, señaló con justeza Max Weber, la política se reduce a un mero ejercicio de poder y pierde esa relación entre los principios y los intereses que se defienden. Es lo que importa a los partidarios del pensamiento único neoliberal para demonizar a sus adversarios y excluirlos de la democracia, que solo encarnarían ellos.
El discurso oficial nos reitera una y mil veces un diluvio de cifras optimistas que nos dicen que hoy estamos bien y mañana estaremos aun mejor. Hemos crecido más que nunca, batimos récord de exportaciones, las divisas llegan a un monto jamás visto, los gobiernos regionales tienen millones para gastar, las carreteras se duplicarán, etc. La voz prudente y experimentada del psicoanalista Max Hernández, secretario del AN, considera estos anuncios contraproducentes y culpables de la frustración que existe en amplios sectores, que ven cómo esas sonrientes cifras tan publicitadas no se reflejan en sus bolsillos vacíos.
Pero a este espejismo ocasionado por la propaganda viene a sumarse otro mucho más grave, que es el de las cifras. Según una investigación de la U. del Pacífico recientemente divulgada, el impacto de la inflación en el 10% más pobre de la población no habría sido de 3.9% para el 2007 sino de 8.2%. No hay que ir más lejos para explicarnos el sordo descontento que recorre el país y que estalla cada cierto tiempo, tal como ha ocurrido esta semana. Para millones de peruanos esa bonanza tan reiterada simplemente no existe.
Inclusive hay desacuerdos entre voceros del gobierno respecto del número de peruanos que han dejado la pobreza en el último año y medio. Para el titular del MEF, Luis Carranza, se trata de 600,000; para voceros oficialistas se trata de millón y medio. Alguien miente o maquilla cifras. La confianza en una inflación controlada y en los resultados de la lucha contra la pobreza está erosionada y otra vez ronda el más persistente fantasma que queda del primer gobierno del PAP. Los precios aumentan y los bolsillos no resisten. Alguien debería aclarar la situación

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