Por Augusto Álvarez Rodrich
alvarezrodrich@larepublica.com.pe
El informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.
Más allá de las críticas de sectores autocráticos y racistas, el mensaje de la CVR aún no ha sido bien entendido por el país. Pero lo será en el futuro. A continuación, extractos del discurso que hace siete años pronunció su presidente, Salomón Lerner Febres:
“Hoy le toca al Perú confrontar un tiempo de vergüenza nacional. Nuestra historia ha registrado más de un trance difícil, penoso (...) Pero, con seguridad, ninguno de ellos merece estar marcado tan rotundamente con el sello de la vergüenza y la deshonra como el que estamos obligados a relatar.
“La cifra más probable de víctimas fatales en esos veinte años supera los 69 mil peruanos y peruanas muertos o desaparecidos a manos de las organizaciones subversivas o por obra de agentes del Estado. Es una de las verdades con las que el Perú de hoy tiene que aprender a vivir si es que verdaderamente desea llegar a ser aquello que se propuso cuando nació como República: un país de seres humanos iguales en dignidad, en el que la muerte de cada ciudadano cuenta como una desventura propia, y en el que cada pérdida humana –si es resultado de un atropello, un crimen, un abuso– pone en movimiento las ruedas de la justicia para compensar por el bien perdido y para sancionar al responsable.
“El informe expone un doble escándalo: el del asesinato, la desaparición y la tortura en gran escala, y el de la indolencia, la ineptitud y la indiferencia de quienes pudieron impedir esta catástrofe humanitaria y no lo hicieron (...) De cada cuatro víctimas de la violencia, tres fueron campesinos o campesinas cuya lengua materna era el quechua, un amplio sector de la población históricamente ignorado –hasta en ocasiones despreciado– por el Estado y la sociedad urbana, aquélla que sí disfruta de los beneficios de la comunidad política.
“Ha llegado pues la hora de reflexionar sobre la responsabilidad que a todos nos compete. Es el momento de comprometernos en la defensa del valor absoluto de la vida, y de expresar con acciones nuestra solidaridad con los peruanos injustamente maltratados. Así pues nuestro tiempo es de vergüenza, de verdad y de justicia pero también lo es de reconciliación.
“Desterrar la exclusión y la violencia, responder desde el Estado de modo justo a la sociedad a la que representa, asumir las instituciones y personas el valor exacto que encierra la vida y dignidad humanas, son algunos hitos que marcan los avances por un largo y difícil camino.
“Asumir las obligaciones morales que emanan de este informe –la obligación de hacer justicia y de hacer prevalecer la verdad, la obligación de cerrar las brechas sociales que fueron el telón de fondo de la desgracia vivida– es tarea de un estadista empeñado en gobernar para mejorar el futuro de sus conciudadanos”.
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