domingo, 29 de agosto de 2010

Del caviar a la ‘derecha jurel’

Por Eloy Jáuregui

En la Universidad Católica, cuando asistía a mi reunión de mi base trotskista, me decían “rabanito”: rojo por fuera, blanco por dentro. La población “progre” de Pando –donde estudiaban las muchachas más lindas del ejido– era moteada también como los “campesinos de la Católica”. Y ahí convivían fascistas junto con apristas, amén de algunos “bolches”, sacristanes, eunucos, amantes de los sicotrópicos, ninfómanas de Jehová, todos, embargados por la idea de inventar otro Perú.

Siempre he sostenido que de todos los lenguajes el más parecido a los mariscos es el del idioma político. Perecible y putrefacto de efecto fulminante si no se le mete diente al toque. Locuciones de badulaques, aquellas a la usanza de las malaguas expresivas de personajes como Hidalgo, pasando por Ravines y hasta el Padre Bolo. Motete o sobrenombre que, en el peor estilo del mejor Sofocleto, utilizan hogaño los líderes de opinión, dizque porque gozan del prurito del sarcasmo anal. Cierto, cultivan el espíritu de la diatriba, el injurio y el escarnio. Tienen pues su ‘estilacho’. Y son festejados por la canalla borrica de los lectores de Paulo Coelho y Deepak Chopra.

El asunto viene al caso después de leer el artículo desahuevante de Alberto Vergara en el último número de la revista Poder 360°: “¿Qué es esto de lo caviar, el caviarismo y la caviarada?”. En él se sostiene que, entre otras esencias, el término de marras, ‘caviar’, es síntoma de un país empachado hasta la inconsciencia del menjunje del fútbol y la farándula con el que lo ceban día tras día. Tiene razón: el imperialismo de la jerga centralista limeña –cada vez más lorna digo yo–, infestada del detritus chato y mediocre de una textualización mediática dirigida por Magaly Medina y supervisada por Martha Hildebrandt, aunque vitaminizada por el ruin léxico ministerial versus la diarrea retórica de chifa del presidente, produce estreñimiento imaginativo.

El maestro Julio Hevia en Habla jugador, libro cardinal para entender por qué no nos entendemos los peruanos, dice –entre otros hallazgos– que ese lenguaje público es “el DNI de una comunidad comunicante operando en fragor menor, en su marcha indiscreta, en la fluctuación rumorosa que rebosa”. Es pues un lenguaje en el que la cultura menos culta más se muestra cuando más se oculta. En el caso de ‘caviar’, según Vergara, hoy se ha convertido en una categoría política con todas las de la ley. La usan Alan García, Kenyi Fujimori o José Luis Cipriani como los analistas de la política combi. Es de uso peyorativo, dícese de aquel que es de izquierda por chambear en una ONG o en Las Cucardas y usa una 4x4 para llevar a sus retoños al Markham.

Lo fregado es que ese uso despectivo de la palabreja opera en el lenguaje más reaccionario de ese sector que habita todavía en el país. Es decir, la “derecha jurel”. La costra social retrógrada más inculta de Latinoamérica. Y es grave en este Perú donde no hay partidos ni clase política. Por eso es de uso de los Melcochitas del combismo electoral. Ya lo dije: en nuestro país, lengua no viene de lenguaje sino de lenguado, ese pez en blanco y negro coloreado por los imaginarios y deslizándose en las turbias aguas de los signos académicos, los vocablos marginales y los significados nodales. El tejido hablado tensado por la erección del decir. Y he dicho.

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comentario


El tèrmino caviar, en su acepciòn polìtica nace en la ex URRS. Asì llamaban a la cùpula comunista que formaba el aparatik, por que eràn los ùnicos Sovièticos que tenìan acceso y posibilidades de comprar en la tiendas "Berioshkas", destinadas a diplomàticos extranjeros y turistas de mayor capacidad econòmica. Mientras el pueblo solo lo podìa conseguir en el mercado negro de contra.

Por otro lado el Jurel, es un pescado aristocrata si tenemos en cuenta su valor proteìco y su contenido de omega 3. Como no, superior al lenguado o lengueta.

Por eso que el tèrmino caviar les quedò pintado a nuestra clase polìtica criolla "progresista

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