Por Enrique PatriauFotos: Melissa Merino
–¿Qué clase de relación mantienen los peruanos con su país?
–Es una relación basada en el conflicto. Hay mucha queja, bastante desesperanza, aunque todavía se apuesta por el Perú. Y es que algo debe ligarnos a todos. En la historia como República hemos vivido etapas muy complicadas, como la Guerra con Chile o el terrorismo, y las hemos superado.
–¿Qué cree que nos mantiene unidos?
–Esa es la gran pregunta por resolverse. Yo sostengo en mi libro ("Buscando un rey") que es el autoritarismo. No sé si ahora suscribiría lo mismo con tanta seguridad. Me queda claro que restan encontrarse aquellos referentes que todavía nos identifican como una nación. Los más lógicos, los que están más a flor de piel, son muy obvios.
–La cocina…
–Con la música, o ese afán medio romántico por el pasado, sean los incas, el Señor de Sipán, Miguel Grau…
–México 70.
–Claro, es que esos antiguos triunfos funcionan. Sin embargo, debe haber algo detrás que resta descubrirse. Otros dirán que a los peruanos nos une nuestro eterno afán de dar la contra. O que nos une esta vocación de apoyar causas perdidas como el fútbol. Eso es increíble. Ahí están nuestros últimos héroes, ahí hay un elemento de cohesión.
–Algunos dirían que el ‘Nene’ Cubillas es nuestro último gran héroe.
–Es una manera de verlo. ¿Se da cuenta? Lamentablemente, nuestros referentes son como ficticios y seguro van a seguir siéndolo. Eso no puede ser. Está bien, la comida peruana será una de las mejores del mundo, al menos eso queremos creer, pero eso no la convierte en el elemento cohesionador de una nación.
–Y Machu Picchu tampoco lo es, a pesar de que todos los peruanos votaron para que sea una de las maravillas del mundo.
–Flores Galindo hablaba del regreso a una utopía, de remarcar que alguna vez fuimos grandes y que podríamos volverlo a ser.
–¿No será la añoranza del pasado ese elemento cohesionador?
–Es que incluso como símbolo la añoranza del pasado tiene el defecto de ser una ficción. Decir que Machu Picchu es obra de los peruanos se trata de un error. ¿O ya había peruanos antes del siglo XV? Ni hablar. En realidad, los referentes de un país del siglo XXI no deberían basarse en estos nacionalismos. Más bien, deberíamos entender que somos un engranaje de diferentes culturas y visiones.
–¿Qué cree que debamos celebrar los peruanos este 28 de Julio?
–Sin duda, que sigamos siendo un país. Esa es una buena celebración.
–Eso ya es algo.
–Y, siendo más optimista, también que se siga apostando por la democracia como sistema político.
UN PAÍS SIN CIUDADANOS
–¿Es el Perú un pueblo autoritario?
–Sí. Por lo menos existe un afán por el orden, por la disciplina, que muchas veces hace que apoyemos actitudes o conductas autoritarias. Andamos en búsqueda de un líder o caudillo…
–Que ordene la casa por nosotros.
–Exactamente. A lo largo de nuestra historia siempre se ha buscado una figura capaz de resolver problemas, garantizar paz, ejercer justicia, que pueda dar seguridad.
–Viejos anhelos.
–Sobre todo el orden social, ¿no? Recordemos el respaldo a gobiernos autoritarios porque, a la fuerza, logran estabilidad, paz social. Ocurrió con Leguía, con Odría, hasta con el propio Fujimori. Lo mismo pasa cuando lo que se busca es justicia social. Ahí está el ejemplo de Velasco Alvarado, una dictadura militar. Lo más lamentable es que las grandes reformas no se dieron nunca en democracia.
–Eso abona a favor de la tesis de la ineficacia de la democracia.
–Claro, queda la sensación de que es poco efectiva. Por eso se entiende el apoyo del peruano a la mano dura, que tiene distintas graduaciones: desde férreas dictaduras hasta autoritarismos disfrazados de democracia.
–Aunque el peruano se llega a cansar de esa mano dura.
–Porque al final se arriba a algo peor. Las dictaduras terminan en corrupción, sin dudas. A Fujimori se le aguantó 10 años de gobierno autoritario, sin equilibrio de poderes, con perseguidos políticos. ¿Por qué? Por la pacificación. Pero lo que no se le perdonó fue descubrir que lideraba un régimen ladrón. Eso es imperdonable para el peruano, que puede tolerar que su democracia sea pisoteada pero no que le roben. No olvidemos que a pesar de la Marcha de los 4 Suyos y demás, Fujimori juró la presidencia. Lo que marcó el final del régimen fue que se descubriera la corrupción.
–Curioso lo que dice, porque suele atribuírsele al peruano esta frase de ‘robó pero hizo obra’.
–Admito que hay esa idea. Lo que pasa es que, a pesar de todo lo que se ha conocido sobre Fujimori, por ejemplo, queda el recuerdo de que al menos algo se avanzó, algo se solucionó.
–¿Suscribe lo que dice Flores Galindo respecto de que el Perú es una república sin ciudadanos?
–Claro, en el sentido de que los ideales de ciudadanía, de democracia, no han calado en nosotros. El peruano no es respetuoso de la ley. Observemos la vida cotidiana. Somos piratas, paramos la combi en donde queremos, pagamos coimas, somos impuntuales.
–Y esos son reflejos de autoritarismo.
–Por supuesto. Ser impuntual es ser autoritario. La criollada es autoritaria.
–La imposición del más vivo.
–Eso es. Las varas, los clientelismos, los amiguismos, todas esas son expresiones autoritarias, sin embargo no nos hemos puesto a analizar eso. El autoritarismo no es solamente violentar la Constitución.
–¿Diría que seguimos siendo un proyecto de país?
–Es complicado. Nuestra legislación es muy de vanguardia, muy avanzada, que garantiza derechos básicos, elementales. Ciertamente, hemos copiado los modelos estadounidense y francés, aunque nunca calaron acá, ni en nuestras élites ni en la gente del común. Siempre se quiso imitar modelos foráneos, sin esforzarse por analizar la realidad peruana o latinoamericana. A ello debe sumarse que el Perú nunca transitó por una revolución liberal, o burguesa, o capitalista, ni nada por el estilo.
–Pasamos de Virreinato a República sin nada en el medio.
–Fue un corte brusco, ¿no? Los modelos monárquicos funcionaron y tuvieron su propia lógica en los siglos XVII y XVIII, pero se mezclaron con una nueva estructura que se pretendía democrática, liberal. En esa confluencia contradictoria, creo, radica el gran problema del Perú. El siglo XX, que se presentaba como el ideal para el cambio, ha sido en realidad el siglo de las grandes dictaduras. Recién ahora se habla de respetar los cánones democráticos, liberales. El gran reto consiste en eliminar viejas estructuras y ponermos al día para ingresar de una vez al nuevo milenio.
–¿A quiénes admiran los peruanos?
–A la gente exitosa. Como que el Perú está lleno de gurús, ¿no es cierto? Tenemos a Juan Diego Flórez, Gastón Acurio, Gianmarco. Se anhelan esas vidas.
–Son modelos a seguir.
–A imitar. El sueño es ocupar alguno de esos lugares reservados.
–¿Llegan los peruanos a admirar a sus políticos?
–También, a Alan García, a Fernando Belaunde. Aunque parezca increíble, hay mucha gente que admira a Fujimori. En el otro lado está Alejandro Toledo, una prueba patética del ensañamiento.
–¿Qué clase de relación mantienen los peruanos con su país?
–Es una relación basada en el conflicto. Hay mucha queja, bastante desesperanza, aunque todavía se apuesta por el Perú. Y es que algo debe ligarnos a todos. En la historia como República hemos vivido etapas muy complicadas, como la Guerra con Chile o el terrorismo, y las hemos superado.
–¿Qué cree que nos mantiene unidos?
–Esa es la gran pregunta por resolverse. Yo sostengo en mi libro ("Buscando un rey") que es el autoritarismo. No sé si ahora suscribiría lo mismo con tanta seguridad. Me queda claro que restan encontrarse aquellos referentes que todavía nos identifican como una nación. Los más lógicos, los que están más a flor de piel, son muy obvios.
–La cocina…
–Con la música, o ese afán medio romántico por el pasado, sean los incas, el Señor de Sipán, Miguel Grau…
–México 70.
–Claro, es que esos antiguos triunfos funcionan. Sin embargo, debe haber algo detrás que resta descubrirse. Otros dirán que a los peruanos nos une nuestro eterno afán de dar la contra. O que nos une esta vocación de apoyar causas perdidas como el fútbol. Eso es increíble. Ahí están nuestros últimos héroes, ahí hay un elemento de cohesión.
–Algunos dirían que el ‘Nene’ Cubillas es nuestro último gran héroe.
–Es una manera de verlo. ¿Se da cuenta? Lamentablemente, nuestros referentes son como ficticios y seguro van a seguir siéndolo. Eso no puede ser. Está bien, la comida peruana será una de las mejores del mundo, al menos eso queremos creer, pero eso no la convierte en el elemento cohesionador de una nación.
–Y Machu Picchu tampoco lo es, a pesar de que todos los peruanos votaron para que sea una de las maravillas del mundo.
–Flores Galindo hablaba del regreso a una utopía, de remarcar que alguna vez fuimos grandes y que podríamos volverlo a ser.
–¿No será la añoranza del pasado ese elemento cohesionador?
–Es que incluso como símbolo la añoranza del pasado tiene el defecto de ser una ficción. Decir que Machu Picchu es obra de los peruanos se trata de un error. ¿O ya había peruanos antes del siglo XV? Ni hablar. En realidad, los referentes de un país del siglo XXI no deberían basarse en estos nacionalismos. Más bien, deberíamos entender que somos un engranaje de diferentes culturas y visiones.
–¿Qué cree que debamos celebrar los peruanos este 28 de Julio?
–Sin duda, que sigamos siendo un país. Esa es una buena celebración.
–Eso ya es algo.
–Y, siendo más optimista, también que se siga apostando por la democracia como sistema político.
UN PAÍS SIN CIUDADANOS
–¿Es el Perú un pueblo autoritario?
–Sí. Por lo menos existe un afán por el orden, por la disciplina, que muchas veces hace que apoyemos actitudes o conductas autoritarias. Andamos en búsqueda de un líder o caudillo…
–Que ordene la casa por nosotros.
–Exactamente. A lo largo de nuestra historia siempre se ha buscado una figura capaz de resolver problemas, garantizar paz, ejercer justicia, que pueda dar seguridad.
–Viejos anhelos.
–Sobre todo el orden social, ¿no? Recordemos el respaldo a gobiernos autoritarios porque, a la fuerza, logran estabilidad, paz social. Ocurrió con Leguía, con Odría, hasta con el propio Fujimori. Lo mismo pasa cuando lo que se busca es justicia social. Ahí está el ejemplo de Velasco Alvarado, una dictadura militar. Lo más lamentable es que las grandes reformas no se dieron nunca en democracia.
–Eso abona a favor de la tesis de la ineficacia de la democracia.
–Claro, queda la sensación de que es poco efectiva. Por eso se entiende el apoyo del peruano a la mano dura, que tiene distintas graduaciones: desde férreas dictaduras hasta autoritarismos disfrazados de democracia.
–Aunque el peruano se llega a cansar de esa mano dura.
–Porque al final se arriba a algo peor. Las dictaduras terminan en corrupción, sin dudas. A Fujimori se le aguantó 10 años de gobierno autoritario, sin equilibrio de poderes, con perseguidos políticos. ¿Por qué? Por la pacificación. Pero lo que no se le perdonó fue descubrir que lideraba un régimen ladrón. Eso es imperdonable para el peruano, que puede tolerar que su democracia sea pisoteada pero no que le roben. No olvidemos que a pesar de la Marcha de los 4 Suyos y demás, Fujimori juró la presidencia. Lo que marcó el final del régimen fue que se descubriera la corrupción.
–Curioso lo que dice, porque suele atribuírsele al peruano esta frase de ‘robó pero hizo obra’.
–Admito que hay esa idea. Lo que pasa es que, a pesar de todo lo que se ha conocido sobre Fujimori, por ejemplo, queda el recuerdo de que al menos algo se avanzó, algo se solucionó.
–¿Suscribe lo que dice Flores Galindo respecto de que el Perú es una república sin ciudadanos?
–Claro, en el sentido de que los ideales de ciudadanía, de democracia, no han calado en nosotros. El peruano no es respetuoso de la ley. Observemos la vida cotidiana. Somos piratas, paramos la combi en donde queremos, pagamos coimas, somos impuntuales.
–Y esos son reflejos de autoritarismo.
–Por supuesto. Ser impuntual es ser autoritario. La criollada es autoritaria.
–La imposición del más vivo.
–Eso es. Las varas, los clientelismos, los amiguismos, todas esas son expresiones autoritarias, sin embargo no nos hemos puesto a analizar eso. El autoritarismo no es solamente violentar la Constitución.
–¿Diría que seguimos siendo un proyecto de país?
–Es complicado. Nuestra legislación es muy de vanguardia, muy avanzada, que garantiza derechos básicos, elementales. Ciertamente, hemos copiado los modelos estadounidense y francés, aunque nunca calaron acá, ni en nuestras élites ni en la gente del común. Siempre se quiso imitar modelos foráneos, sin esforzarse por analizar la realidad peruana o latinoamericana. A ello debe sumarse que el Perú nunca transitó por una revolución liberal, o burguesa, o capitalista, ni nada por el estilo.
–Pasamos de Virreinato a República sin nada en el medio.
–Fue un corte brusco, ¿no? Los modelos monárquicos funcionaron y tuvieron su propia lógica en los siglos XVII y XVIII, pero se mezclaron con una nueva estructura que se pretendía democrática, liberal. En esa confluencia contradictoria, creo, radica el gran problema del Perú. El siglo XX, que se presentaba como el ideal para el cambio, ha sido en realidad el siglo de las grandes dictaduras. Recién ahora se habla de respetar los cánones democráticos, liberales. El gran reto consiste en eliminar viejas estructuras y ponermos al día para ingresar de una vez al nuevo milenio.
–¿A quiénes admiran los peruanos?
–A la gente exitosa. Como que el Perú está lleno de gurús, ¿no es cierto? Tenemos a Juan Diego Flórez, Gastón Acurio, Gianmarco. Se anhelan esas vidas.
–Son modelos a seguir.
–A imitar. El sueño es ocupar alguno de esos lugares reservados.
–¿Llegan los peruanos a admirar a sus políticos?
–También, a Alan García, a Fernando Belaunde. Aunque parezca increíble, hay mucha gente que admira a Fujimori. En el otro lado está Alejandro Toledo, una prueba patética del ensañamiento.
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