miércoles, 9 de enero de 2008

El Retorno Del Siamés




El interrogatorio fue presenciado por la primera y la segunda plana fujimorista.

Los conceptos enunciados por el ex presidente Alberto Fujimori en las últimas audiencias de su juicio oral no hacen sino confirmar la bizarra relación entre el ex presidente y su asesor Vladimiro Montesinos.

Sin perjuicio de lo que pueda o no creerle el tribunal, y a pesar de todo lo que ya se sabe, pone los pelos de punta el reconocimiento de lo que Fujimori calificó como su “despacho flexible” cuyas carencias eran suplidas por “el coordinador” Montesinos, encargado de elaborar decretos y demás iniciativas legislativas mientras el mandatario se movilizaba por el país.

Fujimori pareció tomar el café con pastillas para la memoria, pues superó las inmensas lagunas de las que adoleció durante los interrogatorios del Ministerio Público y la parte civil, y fue dibujándole una situación insólita a su abogado César Nakasaki.

Se trató de una virtual orfandad del poder civil frente al militar en sus primeros meses de gobierno.

Más aún, Montesinos alunizó en aquella confusión como una suerte de Súper Agente 87 o un ujier con poderes paranormales.

“No lo busqué”, aclaró Fujimori. “Ellos (los militares) van asumiendo la convicción de que Vladimiro Montesinos constituye el nexo, sin que yo así lo afirmara, entre las FFAA y la Policía Nacional con el Presidente. Se creía que él podría proponer cambios y sugerir nombres en ciertos cargos”.

“¿Cuál era su cargo?”, preguntó Nakasaki.

“Se hizo coordinador de los servicios de inteligencia, a pesar de no ser el jefe”, respondió el ex presidente.

Lejos de embarrarlo, como pudo especularse en algún momento, Fujimori se cuidó de no pisar los superlativos callos de su ex asesor. Si en su alegato ante los tribunales chilenos Montesinos no existía, ahora era un coordinador eficaz, diligente y oportuno. Las corbatas de los siameses parecían reaparecer con intermitencia subliminal en la sétima audiencia en la que se buscó determinar la responsabilidad política de los mandos castrenses responsables de conducir la guerra interna.

Para alguien tan poco dado a reconocer logros ajenos como Fujimori, las adulonas declaraciones parecen un mensaje para que Montesinos le pague con la misma moneda al momento de ser interrogado por la Corte y se enfrenten en histórico careo.

Para los acusadores, la suerte del ex Presidente depende del silencio de su asesor y de varios otros. Pero Fujimori no pareció igualmente dadivoso con el ex presidente del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, Nicolás de Bari Hermoza Ríos.

“El responsable de la estrategia y de las operaciones contra la subversión era el presidente del Comando Conjunto”, puntualizó Fujimori. “Yo doy la política, las directivas, no doy estrategias. El presidente no es militar, no elabora planes”, insistió.

Más todavía, elaboró sobre el Comando Conjunto y señaló que éste era responsable de lo ocurrido en el Servicio de Inteligencia del Ejército, que fue el lugar donde se organizó el sangriento Grupo Colina.

Su insistencia de alejarse todo lo posible de Colina obedece al objetivo de la defensa de desbaratar la supuesta tesis del Ministerio Público que lo asocia como una especie de miembro del mismo. Para sus abogados solo así se podría utilizar la teoría del dominio del hecho para condenarlo.

Si la defensa de Fujimori parecería haber establecido una buena línea de contacto con la representante de Montesinos, la abogada Estela Valdivia, no ocurriría lo mismo con Hermoza Ríos. El hecho llama más la atención porque Nakasaki es también el defensor del otrora general victorioso.

El relato de Fujimori no dejó de ser desconcertante, acaso con ribetes patéticos. Aún antes de que asumiera el poder en julio de 1990, Montesinos ya estaba trepado en el níspero. Fueron él y el general Jorge Torres Aciego quienes debelaron el presunto intento de un presunto golpe de la Armada en la víspera del 28 de julio de 1990, dijo Fujimori. “Yo no sabía nada, no conocía a nadie en el mundo militar. Montesinos fue el enlace”, reconoció. Y añadió de inmediato, en lo que pareció una variante del Síndrome de Estocolmo: “La seguridad de mi familia estuvo bajo su conducción”.

La comparación con Juan María Bordaberry –títere civil de los militares golpistas uruguayos en los 70’s– fue una especulación inteligente de la época. Cuando Fujimori afirmó que siendo cierto que vivía en el SIN, “nada sabía de lo que pasaba”, cabe preguntarse si era el Presidente de la República, rehén o cooptado.

El juez César San Martín no fue tan lejos como la nueva ministra de Justicia, Rosario Fernández, quien ni bien asumió el cargo declaró que creía culpable a Fujimori, pero igual parece pasar por enormes dificultades para tragarse los sapos.

El miércoles 26 San Martín clavó algunas encendidas banderillas durante el interrogatorio:

–“Cuando ya el grupo Colina era un hecho público, ¿qué directiva dio para hacer una reorganización para expulsar a los que toleraron esos, digamos, excesos?”, preguntó.

–“La directiva y el énfasis que se da al ministro de Defensa es que estos hechos no deben ocurrir. Cuando el caso pasa al Consejo Supremo de Justicia Militar, a ellos les correspondía definir la responsabilidad de cada uno”, toreó el procesado.

–“Pero usted es el Presidente, cuando hay algo grave uno interviene, hace redefiniciones, si no para qué está uno...”, repreguntó el vocal supremo.

–Se conversa con el general Nicolás Hermoza para que estos hechos no vuelvan a ocurrir. Para mí, las FFAA eran una organización bien consolidada que tenía sus propios mecanismos; dejo que la justicia actúe. Ciertamente, a la luz de los hechos, parece que el presidente no hizo más, quizá hubo defectos, pero había el criterio de que no pasaba nada. Insisto en este tema, porque la acusación dice que hubo otros hechos... No tuve mayor información. Antes de asumir la presidencia, había rumores de la existencia de Escorpio, Rodrigo Franco y otros (escuadrones de la muerte). La incidencia de estos actos comienza a declinar”, insistió Fujimori.

–“Me gusta esa diferencia que hace de mando y comando”, comentó después San Martín.

–“El comando es aquella jefatura que tiene gente organizada y tiene comando de esa tropa, les da órdenes. El jefe supremo no tiene el comando de esa tropa, opera, sí, el mando a través de las directivas”, explicó Fujimori.

LOS HITOS DEL PROCESO lo marcan la masacre de Barrios Altos, en noviembre de 1991, y La Cantuta, en julio de 1992.

Según el Ministerio Público, en junio de 1991 Fujimori habría aprobado el Manual de Operaciones Básicas del Ejército que autorizaba la guerra sucia (CARETAS 2007). Pero en mayo de 1992, el sangriento debelamiento del motín de Sendero Luminoso en Castro Castro, constituye otra piedra de toque. ¿Castro Castro no pudo haber sido el punto de inflexión en el cual Fujimori termina de empuñar las riendas del caballo? Los oídos sordos hechos a las advertencias ante la inminencia de la operación y su orondo paseo en el penal luego de la masacre parecían ratificar su aprobación.

El 26 de noviembre del 2006 la Corte Interamericana de Derechos Humanos lo calificó de “ataque premeditado y operativo diseñado para atentar contra la vida”. El cuadernillo de extradición no fue enviado a Chile, razón por la cual Fujimori no es juzgado por ese episodio.

Desde el principio de su mandato Fujimori reforzó las cortes militares y purgó las FFAA. Publicaciones como CARETAS –que ya sabemos que Fujimori “no leía”– advirtieron muy tempranamente del tufo velasquista en su entorno y, particularmente, la oscura presencia de Montesinos.

Pero el entonces Presidente, sin preparación para el cargo y despectivo con las formas democráticas, vivía su propio Love Story político. No escuchó razones y hoy intenta forzar la cuerda para imprimir alguna coherencia a las suyas

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