Nada hay peor para la economía, en este mundo globalizado e interconectado, que la desconfianza, que es la que se encuentra en la base de los vaivenes que registra el mercado. El origen de la desconfianza, por cierto, es conocido y se encuentra en los Estados Unidos. Nadie logra imaginar cómo, con un déficit gigantesco, un aumento galopante del desempleo y la peor inflación que ha conocido en años, la superpotencia podría evitar caer en la recesión.
Es verdad que, técnicamente hablando, esta recesión no se ha dado, puesto que para que sea oficialmente reconocida como tal deben registrarse dos trimestres con cifras negativas. Pero los mercados desconfían, y más todavía cuando ven que las medidas propuestas por el señor Bush son meros paliativos que no arreglan nada. La Reserva Federal ha tenido que recurrir a una baja histórica de las tasas de interés para tratar de tranquilizar a las plazas bursátiles y revertir el pesimismo reinante.
Esta misma Reserva Federal había estimado hace unos meses que la llamada crisis de las hipotecas solo abarcaba unos cien mil millones de dólares y luego ha tenido que admitir que había miles de millones en danza. Por esta razón es que el sistema bancario mundial vacila. Quiere creer en una pronta salida, pero no la hay, y tratan de protegerse atrayendo titubeantes capitales de Asia y el Medio Oriente, desalentados por los efectos de un dólar por los suelos.
Durante mucho tiempo, conocidos economistas han afirmado que el planeta no estaba frente a una crisis económica sino únicamente financiera, es decir especulativa, y que no sería el comportamiento de las bolsas y sus maniobras el que determinaría la economía real, que seguía siendo sólida. Luego, cuando la economía norteamericana comenzó a ir mal, sostuvieron ilusamente que la crisis era asunto de los EEUU y que no atravesaría sus fronteras. Todos estos razonamientos se han ido al tacho hoy en día, con millones de pequeños ahorristas perjudicados por haber comprado acciones de empresas en dificultades y un gran número de bancos tratando de vender sus dólares e incluso sus bonos del Tesoro.
Mientras, la crisis sigue extendiéndose, y ha pasado de un rechazo a la moneda norteamericana a abarcar el crédito: ayer se prestaba a todos, hoy las garantías son pocas. Galbraith, el gran especialista mundial en kratchs, afirma que cuando la desconfianza es general, los episodios especulativos se multiplican y hay que prepararse para lo peor. El comportamiento enloquecido de ciertas bolsas pareciera indicarlo. Hay que restablecer la confianza, pero nadie sabe cómo hacerlo.
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