Melissa Patiño, libertad ya
¿Puede una muchacha peruana de veinte años pretender organizar un sabotaje a las cumbres?
Por Rocío Silva Santisteban
(in) justicia. Melissa Patiño es una víctima del miedo al rebrote del terror que nos acosa cada día.
De todas las personas con las que me encuentro entre los muros del Establecimiento Penitenciario Chorrillos II todos los lunes por la tarde, ella era con la única que no hubiera deseado encontrarme. Estaba con un libro de Armando Robles Godoy entre los brazos, un polo claro, sus lentes de lectora empedernida y un rostro sereno pero absolutamente triste. Como sostiene Pilar Coll, cuando una va a la cárcel sabe que no visita inocentes, pero cuando se encuentra con alguien como Melissa Patiño, entiende que el sistema no sólo es injusto sino incluso perverso.
No quise escribir públicamente nada al respecto cuando recibía los innumerables correos electrónicos pidiendo su libertad porque no tenía mayores referencias. Desde afuera, mujeres solidarias como Susana Reisz, Francesca Denegri y Mariela Dreyfus me preguntaban por ella. Yo no sabía nada, excepto que era enamorada de Giancarlo Huapaya, un poeta del cono norte a quien conocí en uno de los recitales que organiza Álvaro Lasso. Por eso mismo, para enterarme bien, le pregunté a Javier Arévalo, sobre quien no puede pesar ninguna sospecha de acercamiento radical ni político de ninguna índole. Javier la había convocado para trabajar con él en el hermoso proyecto Recreo que dirige y que está centrado en la difusión de la lectura. A Javier lo conozco desde hace muchos años y sé que si suscribe una defensa de Melissa Patiño no es por empatía emocional, sino por argumentos racionales.
Javier me confirmó lo que sospechaba: Melissa es una muchacha, estudiante universitaria de administración en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, con vínculos con colectivos literarios y un activismo literario en su distrito, que fue invitada a Quito para participar en la Coordinadora Continental Bolivariana en lugar de un amigo de Stereo Villa. Un infeliz endose que, a estas alturas y en el Pabellón C de delincuentes comunes del penal de "máxima seguridad" para mujeres, es un pasaje para una de las peores temporadas en el infierno que le ha tocado vivir.
Según me comenta Melissa brevemente, ella aceptó la invitación por conocer Quito, porque, como toda joven, quería viajar por América Latina y poder pisar otras ciudades, latear por esas calles, y reconocerse en las librerías y los parques, que fue lo que hizo cuando estuvo allá. El local de la reunión fue la Universidad Politécnica y la Casa de la Cultura de Quito, donde ella asistió a conferencias de indígenas mapuches y otros ponentes, pero cuando podía se escapaba para conocer la ciudad, la Universidad Católica y el Café del Libro.
Cuando hablé con Javier, y después de escuchar la historia de Melissa, supuse que el Poder Judicial no iba a dar inicio a un proceso, y si lo hacía, en todo caso iría a dictar orden de comparecencia. Pensé que si el jueves anterior escribía sobre ella, a la hora que se publicara el artículo, ya estaría en libertad; incluso porque sus abogados habrían interpuesto un recurso de hábeas corpus. Pero el lunes me quedé impactada al verla en la cárcel de máxima seguridad. ¿De qué se le acusa? Ella me dice que formalmente no se les ha notificado, pero que se trataría de un delito de intentar sabotear las cumbres. ¿Puede una muchacha peruana, de veinte años, pretender organizar un sabotaje a las cumbres y regresar al país tan campante? Y, además, todo esto perpretado desde ¡¡¡¡la Casa de la Cultura de Quito!!!!, local oficial del encuentro de la CCB. Ella me ha comentado que conoció a las demás personas con las que viajó en la misma agencia de transporte Flores, es decir, unos minutos antes de tomar el bus que la llevaría hasta Tumbes, primero, y a Quito luego.
La criminalización de la sospecha nos puede llevar a enfrentarnos nuevamente con un escenario favorable para la intolerancia y la discriminación (y me refiero a todas las partes). Si las actividades que se realizaron en Quito fueron públicas e incluso televisadas por los medios, ¿es acaso factible que, posteriormente, se diga que se trata de actividades sospechosas? Es cierto que varios funcionarios públicos están interesados en "pantallazos" mediáticos que nuevamente, y de manera irresponsable, actualicen y pongan en agenda un tema inflado: un rebrote del terrorismo. Pero estos intereses subalternos no pueden imponer su lógica perversa para que una muchacha de 20 años esté entre rejas por una sospecha difusa en un caso confuso. No hay que repetir los errores que el Informe de la CVR ha señalado con tanta lucidez. Por eso mismo Melissa Patiño debe estar en libertad ya.
¿Puede una muchacha peruana de veinte años pretender organizar un sabotaje a las cumbres?
Por Rocío Silva Santisteban
(in) justicia. Melissa Patiño es una víctima del miedo al rebrote del terror que nos acosa cada día.
De todas las personas con las que me encuentro entre los muros del Establecimiento Penitenciario Chorrillos II todos los lunes por la tarde, ella era con la única que no hubiera deseado encontrarme. Estaba con un libro de Armando Robles Godoy entre los brazos, un polo claro, sus lentes de lectora empedernida y un rostro sereno pero absolutamente triste. Como sostiene Pilar Coll, cuando una va a la cárcel sabe que no visita inocentes, pero cuando se encuentra con alguien como Melissa Patiño, entiende que el sistema no sólo es injusto sino incluso perverso.
No quise escribir públicamente nada al respecto cuando recibía los innumerables correos electrónicos pidiendo su libertad porque no tenía mayores referencias. Desde afuera, mujeres solidarias como Susana Reisz, Francesca Denegri y Mariela Dreyfus me preguntaban por ella. Yo no sabía nada, excepto que era enamorada de Giancarlo Huapaya, un poeta del cono norte a quien conocí en uno de los recitales que organiza Álvaro Lasso. Por eso mismo, para enterarme bien, le pregunté a Javier Arévalo, sobre quien no puede pesar ninguna sospecha de acercamiento radical ni político de ninguna índole. Javier la había convocado para trabajar con él en el hermoso proyecto Recreo que dirige y que está centrado en la difusión de la lectura. A Javier lo conozco desde hace muchos años y sé que si suscribe una defensa de Melissa Patiño no es por empatía emocional, sino por argumentos racionales.
Javier me confirmó lo que sospechaba: Melissa es una muchacha, estudiante universitaria de administración en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, con vínculos con colectivos literarios y un activismo literario en su distrito, que fue invitada a Quito para participar en la Coordinadora Continental Bolivariana en lugar de un amigo de Stereo Villa. Un infeliz endose que, a estas alturas y en el Pabellón C de delincuentes comunes del penal de "máxima seguridad" para mujeres, es un pasaje para una de las peores temporadas en el infierno que le ha tocado vivir.
Según me comenta Melissa brevemente, ella aceptó la invitación por conocer Quito, porque, como toda joven, quería viajar por América Latina y poder pisar otras ciudades, latear por esas calles, y reconocerse en las librerías y los parques, que fue lo que hizo cuando estuvo allá. El local de la reunión fue la Universidad Politécnica y la Casa de la Cultura de Quito, donde ella asistió a conferencias de indígenas mapuches y otros ponentes, pero cuando podía se escapaba para conocer la ciudad, la Universidad Católica y el Café del Libro.
Cuando hablé con Javier, y después de escuchar la historia de Melissa, supuse que el Poder Judicial no iba a dar inicio a un proceso, y si lo hacía, en todo caso iría a dictar orden de comparecencia. Pensé que si el jueves anterior escribía sobre ella, a la hora que se publicara el artículo, ya estaría en libertad; incluso porque sus abogados habrían interpuesto un recurso de hábeas corpus. Pero el lunes me quedé impactada al verla en la cárcel de máxima seguridad. ¿De qué se le acusa? Ella me dice que formalmente no se les ha notificado, pero que se trataría de un delito de intentar sabotear las cumbres. ¿Puede una muchacha peruana, de veinte años, pretender organizar un sabotaje a las cumbres y regresar al país tan campante? Y, además, todo esto perpretado desde ¡¡¡¡la Casa de la Cultura de Quito!!!!, local oficial del encuentro de la CCB. Ella me ha comentado que conoció a las demás personas con las que viajó en la misma agencia de transporte Flores, es decir, unos minutos antes de tomar el bus que la llevaría hasta Tumbes, primero, y a Quito luego.
La criminalización de la sospecha nos puede llevar a enfrentarnos nuevamente con un escenario favorable para la intolerancia y la discriminación (y me refiero a todas las partes). Si las actividades que se realizaron en Quito fueron públicas e incluso televisadas por los medios, ¿es acaso factible que, posteriormente, se diga que se trata de actividades sospechosas? Es cierto que varios funcionarios públicos están interesados en "pantallazos" mediáticos que nuevamente, y de manera irresponsable, actualicen y pongan en agenda un tema inflado: un rebrote del terrorismo. Pero estos intereses subalternos no pueden imponer su lógica perversa para que una muchacha de 20 años esté entre rejas por una sospecha difusa en un caso confuso. No hay que repetir los errores que el Informe de la CVR ha señalado con tanta lucidez. Por eso mismo Melissa Patiño debe estar en libertad ya.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario