domingo, 10 de octubre de 2010

Vargas llosa y Una pasión por la política

Esta semana el más importante escritor peruano de todos los tiempos ganó el Premio Nobel de Literatura. Aquí un repaso por su transformación política, desde sus orígenes marxistas hasta llegar al liberalismo que hoy profesa sin culpas ni murmuraciones.

Por Karen Espejo

“Varias veces en mi vida llegué a perder totalmente la esperanza en el Perú. ¿Esperanza de qué? De que el país se volviera un país próspero, moderno, culto y yo alcanzara a verlo. Que por lo menos antes de morir el Perú haya dejado de ser pobre, bárbaro, violento. Cuando me preguntan por qué estaba dispuesto a dejar mi vocación de escritor por la política, respondo que fue por una razón moral, porque las circunstancias me pusieron en una situación de liderazgo en un momento crítico de la vida de mi país”.

Las palabras de Mario Vargas Llosa llegan como un golpe a la conciencia, desde su libro de memorias El pez en el agua. Al escritor, el corazón y la razón no le permitieron separar la política de su vida, aun cuando más de una vez fue salpicado por el fango o por los agravios y represalias de dictadores y demagogos. Mario Vargas Llosa fue entusiasta izquierdista en su juventud, pero desengaños y discrepancias con el socialismo realmente existente (ese de dictaduras de partido único, persecuciones y control policiaco) lo convirtieron primero en un disidente de izquierda y más tarde en un adalid del liberalismo y un opositor tenaz de cualquier forma de socialismo. Y aunque algunos jamás entenderán esa metamorfosis política, para historiadores como Antonio Zapata, el escritor “es una persona de principios consecuentes y fiel a las ideas de fondo que siempre ha profesado”.

Cuando ingresó a San Marcos, en 1953, Vargas Llosa escuchó por primera vez a José Carlos Mariátegui. Supo de la obra del Amauta por los labios de Lea Barba, una alumna de Letras, descendiente de un líder obrero anarcosindicalista. Juntos entraban a la universidad con libros de marxismo, debidamente ocultos, para burlar a los espías que el general Manuel Odría mantenía en el claustro. Juntos hablaban de los atropellos de la dictadura, de la censura a la prensa, de lo indignante que es saber que había alumnos injustamente encarcelados y de lo que podrían hacer con el socialismo y la revolución entre sus manos.

No pasó mucho tiempo para que Lea y Mario se unieran a la Célula Cahuide, un grupo que luchaba para que se reconociera el derecho a existir del Partido Comunista y que buscaba reconstruirlo en la clandestinidad. Sin embargo, hastiado por el dogmatismo de sus compañeros, renunció, aunque sin dejar su vocación izquierdista.

En 1959, ya casado con su tía política, Julia Urquidi, e instalado en París, conoce a los escritores Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, con los que comparte la defensa de la revolución cubana. No obstante, en 1971, quedaría desencantado de Fidel Castro luego de que el caudillo ordenara la captura del poeta y activista cubano Herberto Padilla, por supuestas actividades subversivas contra el régimen. Este sería el rompimiento definitivo de Vargas Llosa con la izquierda y el inicio de su adhesión a las ideas del liberalismo económico.

Nada haría pensar que cinco años más tarde también zanjaría para siempre la amistad que mantenía con García Márquez, luego de asestarle un certero puñetazo en el ojo izquierdo y la nariz. El motivo nunca fue esclarecido, pero las leyendas que se tejen cuentan que Gabo intentó buscar un romance con Patricia Llosa, entonces segunda esposa de MVLl.

Camino a contracorriente

A partir de entonces su nombre no solo saltaría a las páginas de los diarios por la trascendencia de su obra, sino también por sus polémicas reacciones y su arraigada lucha a favor de los derechos humanos. En 1983, el entonces presidente Fernando Belaunde Terry lo convenció de presidir la comisión que investigó la matanza de periodistas en Uchuraccay. Allí, supuestamente, un puñado de enardecidos comuneros los confundieron con senderistas.

En este camino a contracorriente, Vargas Llosa tendría su periodo clave en 1987, en el que demostró al país entero que no temía alzar su voz para defender las libertades. Ese año se encontraba celebrando Fiestas Patrias en Punta Sal, cuando la indignación lo abofeteó al oír por la radio que Alan García anunciaba la estatización de la banca. Una vez más el país acaba de dar otro paso hacia el caos, pensó, y la idea no salió de su cabeza hasta difundir en todos los medios de comunicación que esta medida “lesionaría el sistema democrático que el Perú había recuperado en 1980, después de doce años de dictadura militar”.

Tan decidido estaba MVLl que organizó, con gran acogida, un mitin en la Plaza San Martín, y luego dos más en Arequipa y Piura, donde advirtió que el sistema financiero en manos de un “gobierno inescrupuloso”, que había sumido al país en una crisis económica terrible, no haría más que poner fin a la libertad de expresión y la democracia.

Abriendo los ojos

Pero ni las difamaciones ni las amenazas anónimas que recibía en su casa lo detuvieron. Al contrario, según recuerda Miguel Cruchaga: “Comenzamos a tener muchas reuniones con amigos y hablábamos de la situación del país. En esa época lo políticamente correcto era ser de centroizquierda. Entonces el gran dilema era cómo cambiar el panorama para que la gente entienda que hablar de inversión privada y extranjera era sinónimo de desarrollo”. Entonces Mario entró con la finalidad de hacer pedagogía política, decirle algo a la gente que le permitiera abrir los ojos. Patricia Llosa, su prima y actual esposa, ya le había advertido que de tanto subirse a los estrados se involucraría en política y mandaría al diablo la literatura. No estaría lejos de la verdad: en 1990, Vargas Llosa sería el candidato del Frente Democrático.

“La campaña iba en ascenso. Tenía una aprobación del 60%, pero en la segunda vuelta nos enteramos de que el gobierno utilizó a los medios para difundir que los votos de Fujimori iban creciendo y eso jugó en contra de nosotros”, recuerda Cruchaga. Esa derrota significó el golpe más duro para el autor de Las travesuras de la niña mala, quien se vio obligado a optar por la nacionalidad española y partir a Madrid, desde donde se convirtió en el opositor más firme de Fujimori ante la comunidad internacional. Todo luego de que el ex presidente intentara, sin éxito, quitarle la nacionalidad peruana y declararlo traidor a la patria.

No pasaría mucho tiempo para que Vargas Llosa volviera a hacer noticia. Con la publicación de su libro autobiográfico El pez en el agua no solo volcó su ira contra su padre y los diferentes regímenes autoritarios con los que se cruzó, sino contra algunos ex seguidores que lo secundaron en su cruzada política. A su entonces amigo Hernando de Soto le dedicó estas líneas: “Era vanidoso y susceptible como una prima donna. Un tanto pomposo y ridículo, con su español trufado de anglicismos y galicismos y sus cursilerías aristocráticas”. El economista le dijo ante cámaras que tenía una definición precisa para MVLl: “Es un hijo de puta”.

“¿Podría repetir por favor?”, le preguntó el entrevistador. Es-un- hi-jo-de-pu-ta, volvió a pronunciar Soto, sílaba por sílaba, en esa entrevista que dio la vuelta al mundo.

Esta semana, la imagen de nuestro célebre escritor volvió a recorrer el planeta, pero esta vez no por polémicos impases personales ni por sus intachables reacciones políticas, sino por recibir el Premio Nobel de Literatura, un galardón que ha colmado de orgullo a todos los peruanos.

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