En la última edición de la revista Atlantic, el periodista Jeffrey Goldberg escribe un artículo que resulta esencial para entender los dilemas que vienen enfrentando los gobiernos de Israel y EEUU respecto de la capacidad nuclear de Irán, anunciada como muy próxima. Incluso el artículo ha motivado muchos otros, y hasta uno de Fidel Castro que lo cita al detalle. Sobre la base de entrevistas con decenas de autoridades israelitas, árabes y norteamericanas, Goldberg concluye, sin caer en sensacionalismo, que las probabilidades de un bombardeo de las instalaciones iraníes por Israel, durante los próximos meses, resultan “mayores a 50%”.
Goldberg detalla los terribles riesgos y consecuencias de una acción como ésta: la sed de venganza que ella desataría entre los militantes de Hezbollah y entre los iraníes, lo que ocasionaría un fortalecimiento del actual gobierno en Teherán; un escalamiento bélico en toda la región del Golfo; una multiplicación significativa en el precio del petróleo que ocasionaría una nueva crisis global; incluso no se podría descartar una eventual ruptura en las relaciones entre EEUU e Israel, ni ataques terroristas contra objetivos judíos en todo el mundo.
De otro lado, los riesgos de que Irán –gobernando por un régimen que niega el derecho de Israel a existir– siga avanzando en su objetivo de construir un arsenal nuclear son obvios. No tanto porque podría en algún momento atreverse a bombardear Jerusalén, pero sí porque le ofrecería un paraguas nuclear a Hezbollah y otros grupos islámicos extremistas que, así protegidos, multiplicarían su agresividad. También aumentaría el poder real de Irán en la órbita regional. Y un fracaso de EEUU en su actual política diplomática de contención de los planes nucleares de Irán podría hacerle perder credibilidad en toda la región y provocar así el que otros países también avancen en construir sus propias bombas nucleares, escalando una carrera armamentista en una zona ya bastante convulsionada.
No deja de haber teóricos que afirman que tal escalamiento no tendría por qué ser el peor escenario porque si varios países de la región adquirieran capacidad nuclear, se establecería un balance entre ellos (como, el que existe actualmente, por ejemplo, entre India y Pakistán, o entre China y Rusia) que reprimiría incluso cualquier conflicto bélico, por el temor de un escalamiento nuclear, como fue el caso de la Guerra Fría entre la OTAN y el Pacto de Varsovia. Sin embargo, Irán e Israel están geográficamente tan cerca que ello impide, incluso, un “tiempo de aviso” entre ambos, como sí se dio, por ejemplo, entre la Unión Soviética y EEUU en época de Kruschev y Kennedy con los misiles en Cuba.
Goldberg centra su análisis en qué es lo que se podría y debería hacer para evitar que se materialice la amenaza de una bomba nuclear iraní.
Respecto del podría, autoridades israelitas le han confirmado al periodista que aunque la tarea sería una bastante difícil –y requeriría alguna luz verde implícita de Arabia Saudita– Israel está en condiciones de efectuar un ataque efectivo sobre parte del complejo nuclear iraní, aunque no sobre el íntegro del mismo. Ellas, sin embargo, preferirían, por razones políticas y militares, que fuera EEUU el país que amenazara a firme sobre dicho ataque si Irán no cumpliera con detener sus aspiraciones nucleares de acuerdo con las convenciones internacionales.
Respecto del debería, la gran mayoría en el gobierno de EEUU y algunos en el gobierno de Israel consideran que cualquier eventual ataque sería al menos prematuro, si no un gran error. Respecto de los plazos, los servicios de inteligencia estiman que aún le demoraría a Irán entre doce meses y tres años más desarrollar su primera bomba nuclear. Y las sanciones económicas acordadas en las Naciones Unidas contra Irán vienen teniendo algún efecto y podrían forzar al gobierno iraní a regresar a la mesa de negociaciones.
De otro lado, a Israel le convendría avanzar significativamente en sus conversaciones de paz con los palestinos. No es que tal acción vaya a hacer cambiar de opinión a los islámicos más extremos, pero un genuino esfuerzo de Israel por superar sus desacuerdos con sus vecinos podría separar el tema palestino pendiente de la amenaza nuclear de Irán. Ello le otorgaría algún espacio político a Arabia Saudita y otras naciones árabes moderadas para aunarse a la presión internacional contra Teherán. En 2006, por ejemplo, cuando grupos militares de Hezbollah cruzaron la frontera para matar y secuestrar a soldados israelitas, la Liga Árabe condenó dicha violación de territorio y reconoció el derecho de Israel a defenderse. Sin embargo, el escalonamiento de la respuesta hizo que la Liga Árabe finalmente retrocediera de su posición inicial.
Goldberg, sin embargo, duda que el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, termine avanzando mucho en este esfuerzo. Y ello, principalmente, debido a razones personales. Su padre, Ben-Zion Netanyahu, quien está plenamente lúcido a una edad ya centenaria, ha sido un sionista de la rama más dura y un opositor férreo a cualquier concesión territorial. Incluso un amigo del Primer Ministro le reconoció al periodista que a nada teme más Netanyahu que a una calificación de débil por su padre.
Fred Kaplan comenta en Slate que, como en las tragedias griegas, el destino de la región más convulsionada del planeta puede quedar marcada no por la Realpolitik sino por psicodramas paterno-filiales: primero entre los Bushes y ahora entre los Netanyahus.
Goldeberg concluye que Barack Obama puede pronto tener que enfrentar el momento más crítico de su presidencia, similar al de John F. Kennedy con la crisis de los misiles en Cuba, pero mucho más complejo. Kennedy, finalmente, sólo tuvo a Kruschev al frente, mientras que Obama tendrá que lidiar, no sólo con los más impredecibles iraníes, sino con los israelitas y demás jugadores en la región. Asimismo, en 1962, Kennedy tuvo el lujo de 13 días para encontrar una solución a la crisis. Obama y su equipo, en cambio, tendrán que decidir en tiempo real.
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