Autor de “Demócratas Precarios” (IEP 2009)
John Kennedy Toole inicia La conjura de los necios con un genial epígrafe de Swift: “Cuando un verdadero genio aparece en el mundo, lo reconoceréis por este signo: todos los necios se conjuran contra él”. En el Perú hemos llegado a la situación inversa: un genio anda conjurando contra todos los necios que lo rodeamos. El requisito para ser necio es simplemente no compartir el credo de su ensayo único de interpretación de la realidad peruana. En el mundo de Aldo Mariátegui, donde caviar es desde Rosa María Palacios hasta Jorge del Castillo, y el “electarado” vive en la sierra sur y en la mesocrática Lima, las potenciales víctimas somos muchos. Dos cosas me molestan de esta conjura en marcha.
La primera es de lejos la más seria: ética periodística. Contra todo lo que enseñan en las escuelas de periodismo, Correo está hoy construido al servicio de su director. Sus juegos de poder y pequeñas rencillas se hacen desde un diario que supuestamente informa, que supuestamente es serio y que supuestamente dirige con profesionalismo. En sus primeros años este sesgo no era tan evidente y hasta era saludable tener un poco de picante en la prensa local. Pero no contento con su columna, gradualmente Mariátegui invadió el resto del diario. Primero tomó control de chiquitas, que hoy se gastan en insultos a diestra, siniestra y más siniestra. Si se le critica, o se opina en forma distinta a la suya, o te adjudican intereses subalternos (defender mis frijoles, me tocó a mí) o te caen insultos: socialconfuso, tonto útil, resentido. El propósito del trascendido, mostrar algo no confirmado de interés público, es ahora un verduguillo, una extensión de rencores.
Luego fue avanzando hacia los titulares y el contenido de las noticias. Un político que no le gusta tendrá siempre titulares negativos. Los que le gustan, neutros, buenos o incluso muy positivos si pelean con los que no le gustan. Para rematar, las caricaturas son ya un elemento de adoctrinamiento. Lo sucedido en la campaña contra Susana Villarán es el puerto de llegada de un proceso degenerativo. No me vengan con que se trató de carátulas informativas que buscaban alertar sobre peligros sociales. Por supuesto que la presencia de Patria Roja preocupa y, como Mariátegui, creo que merece una explicación clara de Villarán. Pero se puede ser crítico sin aspavientos, consignar versiones distintas sin caricaturizar y especialmente no manipular usando composiciones fotográficas estilo The Sun. Las justificaciones para estas últimas son kafkianas.
Claro, se dirá que todo medio tiene su corazoncito. Y es cierto. The Guardian reporta para la izquierda, el Telegraph para la derecha. Le Monde Diplomatique es caviarón, The Economist derechoso. Y por aquí cerca para algunos medios Castañeda es noticia si se raspa un bus del Metropolitano y Humala si viaja a Varadero. Pero para mantener su credibilidad los medios deben intentar ser objetivos, presentar la información alejándola en lo posible de una agenda particular. Darle espacio al contrario, o resaltar la noticia en su parte más relevante y no por lecturas antojadizas. Si los medios rompen dichos estándares merecen el repudio de sus pares y bajan a la categoría de panfletos. El problema es que Correo ya no solo tiene corazoncito de derecha, sino un higadito venenoso al que la realidad le molesta. Al presentar la realidad como le gusta o intentar cambiarla a punta de titulares, ya nada lo distingue de los otros panfletos que circulan por Lima.
Esta valentía periodística frente al mundo caviar, además, se agota frente a otros actores políticos que todo medio serio debería fiscalizar. ¿Usted recuerda alguna denuncia en Correo sobre corrupción empresarial, una investigación sobre los lobbies en el Estado, una mirada a crímenes contra los derechos humanos? Habrá alguna, pero dista de ser lo habitual. Cuando Aldo Mariátegui maletee a un congresista pregúntense por qué su diario no es tan valiente con empresarios, militares o lobbistas.
Mi segunda molestia es más personal. El estilo de Mariátegui baja el nivel intelectual de una discusión pública ya bastante pauperizada. Resulta deprimente que se presente día a día en sus columnas y chiquitas como el estándar de la inteligencia local. ¿Cuáles son sus logros intelectuales para tratar de idiota al resto? ¿Libros, ensayos, artículos que superen las 500 palabras? Sus escritos tienden a ser repetitivos, desordenados y, cuando intenta ser profundo, melosos. Abusa de Wikipedia y del pobre Basadre. Sin embargo, cuando uno lo escucha basurear a la élite limeña porque no ha estudiado en Harvard o Princeton pareciera que Raymond Aron nos está dando cátedra.
Lo jocoso es que algunos que sí cumplen sus estándares de éxito son tratados como imbéciles. A Carlos Iván Degregori lo acusa de pensar lo que piensa sobre el racismo en el Perú por ser un resentido, y por eso los resentidos de Princeton lo invitan como profesor visitante. Similar maltrato reciben Richard Webb, Hugo Neira, Sinesio López, Julio Cotler, entre otros que debaten con una audiencia más amplia que la local. Uno puede discrepar de ellos, sin duda, pero maltratar a personas claramente más interesantes y articuladas que uno contribuye a la mediocridad de la esfera pública y es bien desubicado. Si el Loco Vargas me maletea por no jugar en el Calcio, vaya y venga. Pero que no lo haga Waldir Sáenz pues.
Reitero, esto es menos grave pues son sus opiniones. Allá aquellos que creen que sus anteojeras le permiten hacer un análisis serio y agudo, allá esa derecha que lo ve como su adalid intelectual. Lo que es problemático de verdad es que Correo sea ya una gran columna de opinión del director. Es una pena. La derecha peruana necesita un diario con posiciones fuertes, pero serio, ameno e inteligente. Mariátegui sale de estas elecciones habiendo perdido la credibilidad que le quedaba entre los que abrimos la prensa para informarnos y no para leer propaganda.
Coda: tras escribir estas líneas, Jaime Bayly hizo públicos audios de conversaciones privadas de Lourdes Flores. Respeto a Bayly por haber colaborado en hacer este país menos pacato, pero iría contra todo lo dicho antes no criticar la forma parcializada en que ha actuado en la campaña. Una cosa es que emita opiniones en su talk show, por duras que sean, otra que presente investigaciones sin sustento (como la de Salazar Monroe) o frases dichas en un momento de ofuscación como si fueran “de interés público”. ¿Estamos frente a crímenes o hechos graves que justifiquen romper el secreto de las comunicaciones? No lo creo.
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