Por: Fernando Eguren
Director ejecutivo de Cepes
El trabajo infantil ha sido materia de atención reciente. Varios diarios han difundido los resultados de la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil realizada en 2007 por el INEI, pero no suficientemente difundida (hasta el momento de escribir estas líneas no estaba en la página web de la INEI). Funcionarios han declarado que el porcentaje del trabajo infantil y adolescente, que se mantiene estable en el país desde hace más de tres lustros –muestra de que el crecimiento económico no ‘chorrea’–, es uno de los más altos de la región latinoamericana. Especialistas de la OIT afirman que una de las principales causas del trabajo infantil es la pobreza de los hogares y que perpetúa el ciclo de la pobreza y de exclusión.
Más recientemente, la Encuesta Nacional de Hogares (Enaho), realizada en 2008, nos informa que en el Perú, 28 de cada cien niños trabajan. Sin embargo, existe una gran diferencia entre la zona urbana y la rural, pues mientras en la primera trabajan 13 de cada cien, en las áreas rurales lo hace cerca de la mitad de los niños (el 48%).
Este alto porcentaje de trabajo infantil en las áreas rurales está relacionado con la pobreza: casi dos tercios de los niños en esas áreas son pobres, según la misma encuesta. La comprobación de que el trabajo infantil y la pobreza están asociados se muestra también por el hecho de que casi las tres cuartas partes de los niños rurales que trabajan son pobres, lo cual supone que los ingresos que reciben son muy reducidos.
Si bien el trabajo infantil en actividades agrícolas o de pastoreo es aceptado y esperado en las familias campesinas, también es cierto que es una de las razones por las que muchos dejan de asistir a la escuela, asegurándose así un lugar en las filas de los pobres del mañana.
Pero el trabajo infantil no se restringe a las áreas con predominancia de economía campesina, sino que también se extiende a la agricultura moderna. Un reciente estudio realizado en diferentes localidades de la provincia de Ica, donde habitan los trabajadores que laboran en las nuevas haciendas productoras de cultivos para la exportación, como espárragos, pimientos, alcachofas, uvas y otras frutas, detalla no sólo que no hay relación entre la prosperidad de dichas empresas y la situación de la población, sino la existencia de trabajo infantil.
El estudio muestra que muchos trabajadores involucrados en cultivos de exportación tienen menos de 16 años, encontrándose niños de hasta 12 años. La mayor parte de ellos no trabaja directamente en las empresas agroexportadoras, sino en aquellas que las abastecen, las que a su vez utilizan el servicio de contratistas. Es a través de este procedimiento de tercerización que la agricultura de exportación emplea trabajo infantil y adolescente, burlando la certificación que debe dar el Estado peruano de que no se ha utilizado trabajo infantil ni adolescente.
Una agricultura de exportación moderna que se desarrolla en parte sobre la explotación del trabajo infantil no merece ser considerada un modelo de éxito. Y así como le cabe responsabilidad a los empresarios que acuden al trabajo infantil, también le cabe al Estado, que abdica de su obligación de defender los derechos de los niños.
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