sábado, 26 de septiembre de 2009

Ollanta y los radicales



Por Nicolás Lynch
Primero, los términos. Lo de radicales es ciertamente una calificación oportunista, porque la derecha va a ver radicales en todo aquello que se oponga al modelo en funciones. Cuando aquí los únicos radicales probados son los que están en el gobierno, imponiéndonos un modelo por el que no votó la mayoría y que se encuentra, a la luz de los acontecimientos regionales y mundiales, totalmente desfasado.Pero más allá de los fantasmas, el último intento de división que ha promovido la derecha en las filas nacionalistas toca un tema irresuelto por parte de Ollanta Humala y su entorno. Se trata de la relación con los antiguos partidos de izquierda que intentan acercarse al líder por las esperanzas que tienen de “ganarse alguito” si es que el primero repite o mejora el caudal electoral de 2006.Ollanta se mantiene indeciso al respecto, seguramente todavía impresionado por la capacidad de movilización que algunos de estos grupos mantienen en determinados sectores sociales. La indecisión, sin embargo, puede empezar a costarle apoyo político, no solo por la campaña mediática en contra, sino también porque el ciudadano no partidarizado que desea un cambio hacia el futuro va a encontrar inconsistencia en una propuesta que se asocia innecesariamente con otra época de fracasos e irresponsabilidad política. Dejar las cosas como están sería enviar la solución del asunto a los caudillos de siempre, grandes o pequeños, que en sus conciliábulos volverían a echar al traste, sin ninguna duda, cualquier posibilidad de cambio progresista en el Perú. Lo sensato es promover un espacio democrático que convoque a los millones de peruanos que desean terminar con el orden neoliberal a participar en las decisiones para elegir a quien los va a representar en todos los cargos de elección popular. Es decir, que líderes como Ollanta Humala y otros que se asocien o puedan aparecer organicen elecciones primarias abiertas para el 2010 y 2011 y obtengan allí la legitimidad necesaria para gobernar sus localidades y el país y proceder a efectuar la gran transformación que requerimos y que va a necesitar de muchísimo apoyo y movilización populares.De esta manera con o sin radicales, reales o inventados, todos pasan a tener su tamaño real, más allá de la labia de sus dirigentes o de su capacidad de susto o chantaje. De paso, se fortalecerían tremendamente las candidaturas populares y se terminaría con uno de los cucos más visitados por la retórica reaccionaria.

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