martes, 15 de septiembre de 2009

A INCENDIAR LA PRADERA SE HA DICHO



Por Nicolás Lynch
La fábrica de enemigos internos del gobierno aprista sigue funcionando a todo vapor. A la senderización absurda del conflicto en el VRAE dejado de lado al nacotráfico, ha seguido la narcotización del debate en el Congreso y, por último, la sobredimensión del delito de apología del terrorismo con motivo de la presentación de un libro de Abimael Guzmán. Lo terrible es que en ningún caso se pelea con enemigos reales en el lugar correcto, sino que se levantan fantasmas que tienen por objeto implicar al adversario político de turno, para tratarlo, según convenga, de senderista o narcotraficante y aislarlo frente a la opinión pública.
El preferido del momento es Ollanta Humala, pero también hacen cola las organizaciones defensoras de los DDHH y la CVR. El caso de Humala es el más interesante. Se le acusó, durante la campaña electoral del 2006, de matar civiles cuando fue responsable de la base militar de Madre Mía durante la guerra interna a principios de la década de 1990, sin que hasta el momento se le haya podido probar nada. Se le acusa ahora de simpatizar con SL por criticar la estrategia en el VRAE y señalar que el problema es el narcotráfico.
Por último, se le trata de implicar con el narcotráfico cuando se le pide que responda por las acusaciones que le han hecho a la congresista de su bancada Nancy Obregón, por sucesos de varios años atrás. Todas las acusaciones tienen una resonancia espantosa y calzan perfecto para una campaña en la opinión pública que permita la descalificación del otro como adversario democrático. Indudablemente nadie que tuviera las condiciones de “senderista”, “narcotraficante” o “apologeta del terrorismo” podrá tener lugar en una competencia democrática.
Lo que tratan entonces el gobierno y sus aliados es endilgar estos calificativos a aquellos adversarios políticos que no están de acuerdo con el modelo neoliberal y la democracia restringida que nos quieren imponer. El objetivo es eliminarlos de la competencia política de cara a las elecciones del 2011, si es posible antes del hecho electoral para no darse la molestia de competir con quienes tengan un mensaje distinto al neoliberal. La única respuesta posible a esta fábrica de enemigos internos –más allá de los descargos puntuales– es el poner por delante, una y otra vez, la discusión de los problemas fundamentales del Perú, como por ejemplo el destino del gas de Camisea. Esta es la manera de desenmascarar la nueva “guerra de las calumnias” con la que quieren sustituir al debate político en el Perú.
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