domingo, 13 de septiembre de 2009

No me puedo imaginar sin hacer caricaturas”

No me puedo imaginar sin hacer caricaturas”
Dueño de una trayectoria de más de tres décadas, el reconocido caricaturista Alfredo Marcos exuda vigencia con la publicación de “La vaca y el perro”, libro en el que se reúnen los cuestionamientos existenciales de dos animales marcados por la presencia de una especie a la que no logran comprender: el ser humano. El también creador de “Los calatos”, “El hombre que no podía irse”, “Las viejas pitucas” y “El enano erótico” vuelve a la carga con su particular crítica social, no exenta del más fino sentido del humor y un talento innato para dar en el blanco donde más nos duele: la verdad. Por Rafael Robles“Él cree que la plata lo justifica todo. Total, dice, cuando no haya agua ya no estará en este mundo”, le cuenta el perro a la vaca sobre algunas confidencias de su dueño. Ella, sorprendida, pregunta: “¿No piensa en sus hijos, sus nietos?”, a lo que el perro contesta, esta vez con una sonrisa partiéndole la boca. “No, más piensa en ti. Con decirte que a ti te desea más que a su mujer”. La escena grafica de cuerpo entero (o página entera, en este caso) lo que Alfredo Marcos ha hecho desde el inicio en su celebrada trayectoria: observar y analizar a las personas desde puntos de vista que, por generar incomodidad, son dejados a un lado. En palabras del maestro: “Esta es la mirada al mundo desde la perspectiva de un perro y una vaca, mirando justamente a los seres humanos. El perro critica a la vaca y la vaca critica al perro, siempre mirando al ser humano, que es el amo de los dos”.–¿Por qué un perro y una vaca? –Los animales deben tener una manera de comunicarse que no entendemos. Nosotros siempre hemos dicho que somos unos animales superiores porque tenemos razonamiento, edificios, internet, pero también somos incapaces de detener la destrucción del mundo. Esa contradicción la ves en todas las acciones del ser humano, incluso en una misma persona. Todos somos relativamente buenos y relativamente perversos dependiendo de la situación y del disfraz que usamos. El mundo, que es muy agresivo, hace que a veces tengas que dejar de lado tu personalidad y asumir otra para subsistir. La vida finalmente parece un gran baile de disfraces en el que cada uno asume su papel. –¿Usted utiliza algún disfraz cuando dibuja? –Cuando hago mis trabajos trato de ser yo, pero no siempre lo soy. A veces mis personajes me asumen a mí, otras es mi subconsciente el que me maneja y no soy yo el que dibuja. Posiblemente en ese momento sea más libre. –¿Qué tanto poder tiene el caricaturista político?–De por sí el poder es un asunto relativo y los que lo tienen es solo temporalmente. El caricaturista lo que hace muchas veces es criticar o no criticar al poder. La libertad de expresión es lo que permite que nos expresemos libremente. –En todos estos años, ¿alguna vez se ha sentido poderoso?–Nunca he creído eso, pero sí creo que he tenido influencia en ciertos momentos, nada más. Si haces una buena caricatura ese día estarás en el recuerdo de mucha gente. –Hay quienes aseguran que el caricaturista es un columnista de opinión más ácido y certero que el convencional.–Lo que pasa es que el caricaturista político tiene menos espacio para expresarse pero a su vez su trabajo es de muy fácil lectura. Entonces ejercita la síntesis y su humor adquiere un efecto muy inmediato. Una buena caricatura se queda en la memoria y para ser buena debe tener estilo. Puede ser muy simple, pero la efectividad es necesaria. –¿Es difícil mantener una postura propia cuando se trabaja para un diario?–Yo no he respetado líneas editoriales, yo me he respetado a mí mismo. En La República nunca tuve problemas con eso, incluso cuando mi posición ha estado a contrapelo de la línea política que manejaban. Cuando hago una caricatura a favor del gobierno es porque estoy convencido de que está haciendo bien las cosas. –Pero uno espera que el caricaturista siempre esté en contra.–Eso pasa porque de alguna manera asume la frustración de las personas. Es como una especie de venganza hilarante contra el poder o el poderoso. Pareciera ser esa su función más importante, pero yo no creo que esa sea su única función, es solo una característica. La caricatura en el Perú da para muchas cosas más. –Hablando del ámbito local, ¿cómo ve el nivel de caricaturistas nacionales?–Es bastante bueno. Carlín y Heduardo, por ejemplo, son muy buenos. También Molina, Prado, Acevedo…–¿Pero hay una renovación generacional?–Sí, pero más que todo en la historieta. Nadie se dedica a las caricaturas de forma profesional. Para ser uno tienes que ser un observador, un periodista que vive al tanto de su país y del mundo. La historieta, en cambio, no tiene que ver necesariamente con la realidad. Uno puede ser un gran historietista pero no saber nada de lo que está pasando a su alrededor. –¿Se imagina dejando de hacer caricaturas?–No, no me puedo imaginar así. Supongo que lo dejaré de hacer cuando el cerebro no me lo permita, como cualquier ser humano. Antes, lo dudo. No creo en jubilaciones ni nada de eso. Esta es mi manera de expresarme.

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