César Hildebrandt
Navidades
Aquí hay papá-noeles que sudan bajo el disfraz invernal que los castiga y nacimientos de Belén hechos de cartón mientras la gente escucha villancicos y las tiendas venden como nunca y a los pavos les vuelan las cabezas en un holocausto de huidas y plumas y hay una masacre paralela de pollos bendecidos y ofertas que no se repetirán y ferias repentinas que cesarán el 25 de diciembre.
Y todo para recordarnos, dicen, el nacimiento de un niño que, ya crecido, se indignó con los mercaderes que merodeaban por las sinagogas, con los hipócritas que juzgaban más el tener que el ser y con el establecimiento y la jerarquía que Roma había impuesto en las tierras de Judea.
Con lo que el nacimiento del Dios encarnado de los católicos es, al final, una Barbie con cara de zorra, un peluche que llamará a todos los ácaros o la alhaja que al revolucionario de Galilea hubiese indignado como ostentación y frivolidad.
No sólo hay papá-noeles sudando la gota del subempleo sino nieves de farsa, trineos jamás vistos en el trópico de El Niño y –voy a vomitar– mensajes publicitarios donde las cosas que se venden pretenden ocultarse en una maleza de palabras beatíficas, radiotones pías y teletones hechas en el Canal que les debe meses de salario a sus trabajadores, alabado sea el Señor.
La radio que más cerca estuvo de Fujimori también nos habla del espíritu de la navidad y el mismo locutor que nos hace tomar la cerveza de todos los peruanos hasta que nos den diablos azules nos llama ahora a ver los copos de nieve de la publicidad, la bolsa de regalos de los repartos compasivos y el mensaje de Cristo comprimido en una tarjeta de plástico que hace el milagro de multiplicar billetes y deudas.
–Jojojojó –gruñen los avisos antes de decirnos que en Hiraoka ha nacido un Jesús a transistores y unos renos con chips que los hacen volar cuando trabajan, mordisquear el pasto cuando están en tierra y, sin embargo, jamás cagar porque eso no sería digno de la fiesta de la natividad.
Luego están las señoras que se dedican a la caridad –que es la justicia por sorteo–, los escuadrones regalones, las campañas de los descuentos nazarenos, la maratón de la felicidad, la misa del gallo, la cena que ojalá fuera la última, la tranca pagana y la resaca herética que sólo San Alka (Seltzer) podrá quitarte con una imposición de burbujas.
Y todo para recordanos a un personaje que se enfrentó a todo aquello que hoy lo celebra. Un personaje que hubiese despreciado su cumpleaños si hubiese visto en qué habría terminado la leyenda maravillosa esa del establo y la cuna natatoria, la fe en los pobres y la parábola de los ricos, el ojo de la aguja y el pajar.
Dicen que no había en Chile navidades más tiernas que las que celebraban los Pinochet-Hiriart. Junto a un árbol nevado con una especie de caspa cara, frente a un nacimiento donde las pequeñas bestias motorizadas mugían o balaban, detrás de un Papá Noel que cantaba un himno alpino, la familia Pinochet-Hiriart recordaba las bendiciones recibidas por Escrivá de Balaguer, el Papa en persona y, al principio, el cardenal Raúl Silva Henríquez. El comunismo ateo había sido derrotado. Hasta el agnóstico Friedman aprobaba lo hecho. Por la chimenea de su casa en las estribaciones de los Andes, Noel, el escandinavo, hallaría la forma de dejar a los nietos de don Augusto más ahítos que nunca del espíritu de la navidad. Amén
César Hildebrandt
Navidades
Aquí hay papá-noeles que sudan bajo el disfraz invernal que los castiga y nacimientos de Belén hechos de cartón mientras la gente escucha villancicos y las tiendas venden como nunca y a los pavos les vuelan las cabezas en un holocausto de huidas y plumas y hay una masacre paralela de pollos bendecidos y ofertas que no se repetirán y ferias repentinas que cesarán el 25 de diciembre.
Y todo para recordarnos, dicen, el nacimiento de un niño que, ya crecido, se indignó con los mercaderes que merodeaban por las sinagogas, con los hipócritas que juzgaban más el tener que el ser y con el establecimiento y la jerarquía que Roma había impuesto en las tierras de Judea.
Con lo que el nacimiento del Dios encarnado de los católicos es, al final, una Barbie con cara de zorra, un peluche que llamará a todos los ácaros o la alhaja que al revolucionario de Galilea hubiese indignado como ostentación y frivolidad.
No sólo hay papá-noeles sudando la gota del subempleo sino nieves de farsa, trineos jamás vistos en el trópico de El Niño y –voy a vomitar– mensajes publicitarios donde las cosas que se venden pretenden ocultarse en una maleza de palabras beatíficas, radiotones pías y teletones hechas en el Canal que les debe meses de salario a sus trabajadores, alabado sea el Señor.
La radio que más cerca estuvo de Fujimori también nos habla del espíritu de la navidad y el mismo locutor que nos hace tomar la cerveza de todos los peruanos hasta que nos den diablos azules nos llama ahora a ver los copos de nieve de la publicidad, la bolsa de regalos de los repartos compasivos y el mensaje de Cristo comprimido en una tarjeta de plástico que hace el milagro de multiplicar billetes y deudas.
–Jojojojó –gruñen los avisos antes de decirnos que en Hiraoka ha nacido un Jesús a transistores y unos renos con chips que los hacen volar cuando trabajan, mordisquear el pasto cuando están en tierra y, sin embargo, jamás cagar porque eso no sería digno de la fiesta de la natividad.
Luego están las señoras que se dedican a la caridad –que es la justicia por sorteo–, los escuadrones regalones, las campañas de los descuentos nazarenos, la maratón de la felicidad, la misa del gallo, la cena que ojalá fuera la última, la tranca pagana y la resaca herética que sólo San Alka (Seltzer) podrá quitarte con una imposición de burbujas.
Y todo para recordanos a un personaje que se enfrentó a todo aquello que hoy lo celebra. Un personaje que hubiese despreciado su cumpleaños si hubiese visto en qué habría terminado la leyenda maravillosa esa del establo y la cuna natatoria, la fe en los pobres y la parábola de los ricos, el ojo de la aguja y el pajar.
Dicen que no había en Chile navidades más tiernas que las que celebraban los Pinochet-Hiriart. Junto a un árbol nevado con una especie de caspa cara, frente a un nacimiento donde las pequeñas bestias motorizadas mugían o balaban, detrás de un Papá Noel que cantaba un himno alpino, la familia Pinochet-Hiriart recordaba las bendiciones recibidas por Escrivá de Balaguer, el Papa en persona y, al principio, el cardenal Raúl Silva Henríquez. El comunismo ateo había sido derrotado. Hasta el agnóstico Friedman aprobaba lo hecho. Por la chimenea de su casa en las estribaciones de los Andes, Noel, el escandinavo, hallaría la forma de dejar a los nietos de don Augusto más ahítos que nunca del espíritu de la navidad. Amén