César Hildebrandt
Señores de horca y cuchillo
Si Saddam Hussein mereció la horca, ¿qué guillotina a medio afilar merecen los que lo sostuvieron y armaron cuando era el dictador que se enfrentaba al Irán que humilló a los Estados Unidos?
¿O no queremos recordar que Hussein fue el niño mimado de la política exterior norteamericana cuando agredió en 1980 al Irán pos Sha? (El corrupto Sha que debió su ascenso al golpe de Estado de 1953 organizado por la CIA en contra del primer ministro nacionalista Mohammed Mossadegh).
¿Y por qué la CIA, junto a Gran Bretaña, derrocó a Mossadegh en 1953? Porque Mossadegh había empujado la nacionalización del petróleo en 1951 y aspiraba a una política exterior autónoma basada en la riqueza del crudo y en propuestas moderadamente modernizadoras. El Sha, en cambio, mantuvo por el tiempo requerido por sus aliados el barril del crudo a 20 centavos de dólar. La British-American Petroleum, nombre decidor por aquel entonces, jamás ganó tanto dinero.
Y Mohamad Reza Pahlevi, el Sha, dirigió los destinos de Irán convirtiéndose en el principal comprador de armas de los Estados Unidos y haciendo de Irán poco menos que un protectorado de segunda. Eso hasta que llegaron los molás, con Jomeini a la cabeza, en 1979.
Fue el mismo año en que Saddam Hussein, que venía del Partido Baas –un movimiento fundado por un cristiano sirio en 1953 y cuyo primer objetivo fue unificar a los árabes– se hizo con el poder absoluto en Irak tras derrocar a quien lo había nombrado vicepresidente de la junta militar baasista, Hasan al Bakr.
A este Hussein, matón de la política, autócrata desde sus primeros discursos, peligroso desde sus primeras decisiones, Estados Unidos lo armó, lo arropó y lo encubrió en la ONU; todo con tal de que mantuviera la bárbara guerra de agresión en contra del Irán de los ayatolás.
La guerra en contra del Irán islamista y antiimperial duró ocho años y produjo un millón de muertos entre los dos bandos. Pero Irak no pudo ganarla, como sí ganó la guerra interna en contra de los kurdos alentados desde Irán y masacrados con el conocimiento de la Casa Blanca. Como fueron perseguidos y masacrados los opositores chiítas, con la tácita aprobación de Washington mientras Irak cumpliese su papel de hacerle la vida más difícil a Jomeini y su teocrático entorno.
Más de 40,000 millones de dólares en ayuda militar norteamericana fue lo que Saddam Husseim recibió para ser el patrullero occidental más vehemente y asesino de la región. Pero lo que pasa con los frankenstein es lo que le pasó al títere de Washington: creyó que podía aterrorizar por su cuenta e invadió Kuwait en agosto de 1990. El socio trocó en villano en 24 horas, las que se demoró Bush papi en anunciar lo que sería la guerra del golfo. El petróleo kuwaití estaba de por medio y no era asunto de dejárselo a un renegado. No importaba que Kuwait se hubiese inclinado a la causa iraquí en su guerra de agresión en contra de Irán. Ni importaba que Irak hubiese reclamado Kuwait como su territorio desde la caída del imperio otomano, muchos años antes de que, en 1938, se descubriera la vastedad de su riqueza petrolera. Lo que importaba era darle una lección a un hermano menor soliviantado.
Y se la dieron. Pero Bush padre paró la guerra cuando las tropas norteamericanas iban a capturar Bagdad. Con lo que Hussein pudo conservarse en el poder, hacer más opresivo su régimen y ensañarse con kurdos, chiítas y miembros del ejército que conspiraron tras el desastre de la derrota. Es que a Bush padre tampoco le interesaba excederse con quien había trabajado tanto por la causa de los Estados Unidos, con lo que demostró ser más fiel a la manchada memoria de la Casa Blanca de lo que sería, años después, su fronterizo primogénito.
Ayer ahorcaron a Saddam Hussein. Lo ahorcó un tribunal títere –hubo que sacar al primer juez porque dio demasiadas muestras de imparcialidad– nombrado por un gobierno patéticamente títere, en un juicio ordenado por las autoridades de ocupación, que no tuvo ningún asomo de seriedad y que ha sido condenado por todo el mundo civilizado: desde el régimen de Michelle Bachelet, hasta el gobierno de Finlandia; desde Amnistía Internacional hasta la Unión Europea; desde Rodríguez Zapatero hasta el nuncio papal en Bagdad. El relator especial de la ONU, Leandro Despouy, especialista en estándares de justicia, censuró el proceso por indebido y la condena por írrito.
Hussein ha muerto con la dignidad que debió tener a la hora de enfrentar al ejército que vejaba a su país. Eso de esconderse en Tikrit para que los mártires de Alá hicieran el trabajo que debió hacer su propio ejército quedará como una vergüenza indeleble en la historia de Irak.
A las pocas horas del ahorcamiento, celebrado por Bush, ya habían estallado en Bagdad cuatro coches-bomba y otros 37 muertos se añadían a la lista de cientos de miles de “bajas de guerra” causadas por una política exterior norteamericana que recuerda la ocupación y captura de Hawaii –derrocamiento de la reina Liliuokalani en 1893– y Filipinas –reemplazo del imperio español en 1898-.
Irak fue invadido en nombre de mentiras ya admitidas. El juicio de Hussein fue otra mentira. El propósito de esta guerra, de la que Estados Unidos saldrá tan herido moralmente como salió de Vietnam, es sólo la rapiña y la expansión del dominio militar de la única potencia que puede invadir territorios y pisotear soberanías con la anuencia de la imbecilidad mundial y la renuncia europea a adoptar un papel de importancia en el mundo. Europa ya no es sólo un viejo continente: es un proyecto expirado. A los que pensábamos que Estados Unidos, a pesar de todas sus miserias, podía ser Roma, nos viene la desilusión: el historiador norteamericano James Carroll apunta a que, más que Roma, Estados Unidos es Esparta, “un Estado-fortaleza”. Y un Estado-fortaleza que gasta más en guerras que en la salud de su propia gente, que vende bonos para financiar su déficit fiscal de seiscientos mil millones de dólares y que sigue cavando el abismo de su balanza comercial mientras a su moneda la sostienen el miedo chino, la solidaridad japonesa y la anglopolítica de la Unión Europea. ¿Cuántas guerras más emprenderá esta Esparta dirigida por lo más ignorante y rapaz de su clase política? ¿Qué quedó de Esparta?
sobre la orca de saddam,no sé que decir. No sabía Saddam que criaba ballenas asesinas.
ResponderBorrarSobre la horca, donde sufrió el ahorcamiento, creo que sí fue una mala decisión.Ahora le han dado un mártir a la guerrilla islamica.
Jesús De la Cruz