En septiembre del
año pasado, un informe de Naciones Unidas y el Banco Mundial avisaba del serio
peligro de una pandemia que, además de cercenar vidas humanas, destruiría las
economías y provocaría un caos social. Llamaba a prepararse para lo peor: una
epidemia planetaria de una gripe especialmente letal transmitida por vía
respiratoria. Señalaba que un germen patógeno de esas características podía
tanto originarse de forma natural como ser diseñado y creado en un laboratorio,
a fin de producir un arma biológica. [i]
Más allá
de este detalle que tendrá que investigarse y que tiene al mundo en vilo, el estado peruano promulgo
el 49/03/20 el Decreto Supremo Nº 044-2020 [1]
que declara Estado de Emergencia Nacional por las graves circunstancias que
afectan la vida de la Nación a consecuencia del brote del COVID-19, que
legitima la declaratoria del estado de emergencia, y con ello militariza la
vida de poblaciones pequeñas y pacíficas y que, como en el caso de nuestro
bello Catac, no reportan ningún infectado por el COVID-19, lo que a mi parece
es innecesario e irresponsable por parte de las autoridades políticas, pues se
confunde a la población y lo que es peor se genera una sensación de zozobra en
un lugar donde todo está absolutamente tranquilo, No se trata de “buscar problemas donde no los hay”
(los hay, y refieren a nuestros derechos constitucionales más básicos); ni
basta con proclamar “el derecho a la salud exige restringir otros derechos”
(muchas veces se dijo lo mismo con “la seguridad nacional”); ni sirve gritar
“es que estamos en emergencia!”. Es en la emergencia, justamente, cuando los
abusos resultan más fáciles y los errores se pagan más caros.

”Es la hora de
la solidaridad y el apoyo colectivo, es en estas horas donde surge lo mejor y peor de la sociedad, toca cuidar de las personas más vulnerables y sobre todo
de nuestros abuelos, les debemos tanto a ellos, solidarios, sabios,
precavidos jamás fijones, nunca testarudos, visionarios, valientes y sobre todo
personas de gran corazón, y jamás mezquinos ni envidiosos, tenemos tanto que
aprender de ellos.
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