sábado, 23 de abril de 2011

En Semana Santa digamos la verdad

Autor: Guillermo Giacosa

CompartirEnviar.La prensa y las redes sociales están frenéticas. Parecen concursar para ver quién halla los argumentos más contundentes contra los candidatos presidenciales, con especial acento en Humala.

Es una buena ocasión para medir la influencia de los medios en la conducta ciudadana. ¿Han desgastado su poder de convencimiento o siguen siendo los creadores de la realidad? No estoy muy seguro pero tengo mucha curiosidad porque si logramos que el ciudadano piense críticamente por sí mismo habremos dado un paso al frente en la calidad de nuestra democracia.

Mientras tanto observemos qué dice la consultora, conservadora, Latinobarómetro, sobre las opiniones que suscita el neoliberalismo por tierras sudamericanas. Pues de eso se trata: o seguimos a cara de perro con las políticas actuales o hallamos fórmulas que rescaten valores olvidados relativos al mínimo que precisa un ser humano para vivir con dignidad.

En un reciente estudio, Latinobarómetro pregunta a los ciudadanos del área latinoamericana si creen que las privatizaciones han sido beneficiosas. Veamos: 36% dice 'sí’. En Perú se reduce a un 31%, en Chile da 34% y en Argentina 30%.

Preguntados sobre los servicios públicos privatizados, 30% de latinoamericanos responde afirmativamente: Chile y Perú 27%; Argentina, 30%.

Sobre la situación económica de sus países, el 27% de los entrevistados de Chile dice que la misma es buena o muy buena, contra un 17% en Argentina (igual al promedio latinoamericano) y solo 10% en el Perú. A la pregunta “¿Cuán justa es la distribución de la riqueza?”, el país con la mayor proporción de quienes dicen que es “justa” o “muy justa” es Venezuela con 38%, contra un 14% en Perú y un 12% en Argentina y Chile, país al que los ideólogos neoliberales sugieren imitar por sus logros económicos y sociales a pesar de que el 88% de los entrevistados creen que la actual distribución de la riqueza es injusta.

Son cifras exentas de histeria, aunque pueden provocarla y las da un organismo no solo conservador sino también partidario del neoliberalismo.

Ignorantes" La realidad, las estadísticas, el Perú de los pobres

Una pregunta clave en la situación política actual es: ¿hasta cuándo pensamos los peruanos utilizar ciertas cifras macroeconómicas como justificación para seguir conviviendo con (o dando la espalda a) la evidente pobreza del país?

El Perú crece sostenidamente desde los tiempos del primer fujimorismo, sobrepasando el 6% anual en promedio durante toda la década pasada, con picos como el 9% del año 2010, y triplicó su Producto Bruto Interno entre el inicio de la década y el final.

Hay diversas maneras en que un país puede hacer eso: una es la diversificación industrial, mejoras en las condiciones laborales que generen un mercado de trabajo estable y una especialización obrera que marche a la par con la aspiración de la versatilidad de las industrias.

Otra es mantener la mano de obra en niveles paupérrimos, dentro de un mercado laboral inestable, sin reglas claras, mayoritariamente informal, sin sombra de estabilidad, para que la producción interna sea barata y así la clase empresarial pueda construir, sobre esa base, su capacidad de exportar a precios módicos, o, como suelen decir, a precios "competitivos".

Esta segunda variante, que es la peruana, es enteramente incapaz de conseguir una industrialización real, porque tiene que reducirse a labores primarias, a la extracción minera o al cultivo agrario (un tercio del trabajo en el Perú), sin añadidos, sin otro fin que la exportación de materias primas y uno que otro producto de fácil factura.

¿Qué hace el modelo económico peruano para pensar en el futuro (quiero decir con esto: pensar en un futuro distinto, en el que la gran mayoría de los peruanos dejen de ser obreros precarios o permanentes cachueleros, perpetuos desempleados o pasajeros subempleados, para que la industria nacional se diversifique y crezca, y la masa laboral salga del estancamiento)?

La respuesta es, básicamente, nada: nuestros sucesivos gobiernos han decidido la inacción absoluta en favor del mantenimiento de las cifras macroeconómicas. En lugar de enfrentar la pobreza activamente, se ha optado por declarar, desde la total inmovilidad, que el crecimiento de la economía, por sí solo, aliviará la pobreza, la reducirá y eventualmente la eliminará. Lo que no se dice es cuándo.

El economista chileno Roberto Pizarro, ex decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile, ex ministro de Planificación de su país, calcula que, al ritmo de crecimiento que lleva el Perú desde hace una década, la pobreza peruana sólo será reducida de manera significativa (de la única manera significativa en que cabe pensar, es decir, hasta volverla minúscula y marginal, insignificante) en un plazo de 80 años, empezando a contar desde ahora, sin que se baje nunca del 5% anual de crecimiento. Que alguien me dé un ejemplo en todo el mundo de un país que haya mantenido ese ritmo partiendo del subdesarrollo: no existe. Es decir, esos 80 años no son sólo un plazo larguísimo; son un plazo imaginario, un engaño.

Eso no es un cálculo puramente basado en porcentajes y en el PBI: Pizarro considera además, por ejemplo, un hecho mucho más relevante que la tasa de crecimiento: el dato escalofriante de que el Perú invierte anualmente en ciencia y tecnología el 0.2% de su presupuesto anual (que probablemente alcanza apenas para cubrir las planillas y la operación mínima de los implicados). El Estado peruano, no importa detrás de cuál de sus máscaras temporales, ha elegido que el Perú sea para siempre un país sin inteligencia propia, un extractor y un vendedor nunca capaz de crecer en otras direcciones, de desarrollarse, de luchar realmente contra el mantenimiento de su status quo.

El punto central es este: no importa cuántas veces la derecha peruana sostenga que la marcha del crecimiento económico va a solucionar por sí misma la pobreza; en realidad, la riqueza que se genera en el Perú no tiene ninguna vía de distribución hacia manos que no la poseyeran desde un principio, y, mucho peor aun: todo el modelo peruano se construye bajo el supuesto (silenciado, jamás confesado) de que siempre habrá pobres dispuestos a trabajar por nada para que los precios de nuestros productos sean eternamente "competitivos".

Un ejemplo tosco: imaginen un hogar de la clase alta limeña, en la que los dueños de casa ven duplicados o triplicados en unos años sus ingresos, digamos, de doscientos cincuenta mil dólares anuales a medio millón o tres cuartos de millón de dólares, y entonces les dicen a su empleada doméstica, a su jardinero, a su chofer, que hay que celebrar porque las cosas van bien y que como resultado, no les bajarán el salario o, incluso, les aumentarán unos veinte dólares más al mes. Eso sí: nada de seguro social ni cosa parecida, porque entonces pueden irse buscando otra casa donde trabajar.

Aunque a los limeños de clase media y alta esto les resulte una revelación inverosímil o insoportable, hay que decirlo, a riesgo de herir sus frágiles susceptibilidades: no importa cuántos restaurantes nuevos haya en la avenida La Mar, ni cuántos empleados miraflorinos puedan comer en ellos una vez por semana, ni cuántas boutiques vendan carteras importadas, ni cuántos celulares pueda cargar uno en el bolsillo: eso no desaparece las multitudinarias casuchas de esteras a lo largo de casi toda la costa limeña, ni los pueblos sin agua ni luz en la sierra, ni las ciudades tugurizadas de la selva, ni los insalubres poblados provincianos de la costa norte, ni le da atención médica ni educación a los necesitados.

Un ejército multitudinario de trabajadores baratos, sin estabilidad, sin preparación, sin conocimiento añadido, con sueldos innegociables (la alternativa es el desempleo), le da a los industriales peruanos, a los seudo-empresarios peruanos, la tranquilidad de los bajos costos, pero cuando eso es la base fundamental del sistema, aparece la obligación de mantener esas condiciones estancadas: la prosperidad peruana no va a sacar a los pobres de la pobreza porque se edifica sobre esa pobreza, la necesita, no sabe operar sin ella.

Gallup acaba de presentar un mapa mundial de la prosperidad, o mejor, de la impresión de prosperidad, de la población en cada país del mundo. La idea es sencilla: las encuestas son extensas en cada país y las preguntas son simples: ¿cree usted que está prosperando económicamente en este momento?, ¿cree usted que prosperará económicamente en el futuro inmediato?

Perú, Bolivia y Ecuador ocupan los sitios más bajos en toda América, con, respectivamente, un 27%, 26% y 24% de encuestados que declaran estar prosperando o tener esperanzas de prosperar pronto. En el caso peruano un 9% declara estar "sufriendo" (en el lenguaje de la encuesta eso significa que su situación empeora) y el resto, un 64%, dice estar luchando por mantenerse en la misma situación, sin certeza de que eso pueda suceder.

Por supuesto, se pueden hacer estudios mucho más sensibles y detallados, pero no hay que descartar las cifras de Gallup. ¿Por qué hay una discrepancia tan grande entre el discurso oficial (del Estado y del Perú oficial) sobre las maravillas del crecimiento económico, por un lado, y, por otro, la sensación general de ese 73% de los peruanos que no cree que la prosperidad de las estadísticas se esté traduciendo o se pueda traducir en una mejoría para sus situaciones personales? ¿Es que no ven cuántas tiendas nuevas hay en los centros comerciales? ¿Es qué no ven cuántas casas nuevas hay en Asia? ¿Es que no ven qué bien le va a Gastón?

Bueno, quizás eso es. Es que no lo ven, no tienen accecso a ello, no saben de qué prosperidad les están hablando. O, como prefieren decir tantos limeños: seguramente "son ignorantes" y no comprenden.

domingo, 17 de abril de 2011

El voto de la desesperanza

Por Salomón Lerner Febres

Los resultados de la primera vuelta electoral confirman sombríamente el estado de postración, e incluso de degradación, en el cual se encuentra nuestro sistema político. Las dos candidaturas que han prevalecido y que disputarán la presidencia de la República en la segunda vuelta de los comicios son, precisamente, aquellas que más dudas generan sobre el futuro de nuestra institucionalidad democrática.

En uno de los casos, el de Keiko Fujimori, se trata, evidentemente, de algo más que dudas; hay un legado de autoritarismo, corrupción, inescrupulosidad y hostilidad frente a la defensa de los DDHH que dicha candidatura no ha repudiado. En el otro caso, el de Ollanta Humala, existe una prédica de tintes autoritarios que proviene de la campaña de hace cinco años y que, si bien parece haberse moderado en esta ocasión, deja amplio margen para que nos preguntemos si se trata de un cambio retórico o de una modificación real en sus convicciones.

Señalar la inadecuación de ambas candidaturas, sus falencias y deudas, sus ambivalencias frente al orden institucional y el Estado de Derecho, nos obliga a hacer una reflexión adicional. El fenómeno resulta especialmente perturbador cuando se considera que entre ambas han atraído más de la mitad de los votos del electorado nacional.

Son muy diversas las formas en las que se puede interpretar ese hecho abrumador. Una de ellas consistiría en señalar una cierta inclinación de los peruanos por el uso arbitrario del poder y un consiguiente desapego a las formas democráticas. Sin embargo, tal vez sea más instructivo, más certero y más justo pensar que la razón de lo ocurrido reside en el proceso por el cual una porción muy amplia de nuestros compatriotas ha sido obligada a expresar de esa forma sus esperanzas de progreso, o cuando menos sus expectativas de estabilidad y de una seguridad material mínimamente aceptable.

De más estaría, ahora, señalar el triste papel que en todo ello ha cumplido la egoísta administración de la bonanza peruana de la última década. Diez años de crecimiento no han significado un avance sustantivo en la equidad. Ahí está nuestro ruinoso sistema de escuelas públicas para demostrarlo. En cambio, pareciera que esa prosperidad global sí ha servido para reforzar la arrogancia de los sectores sociales más poderosos.

Más allá de la economía, o más bien en su anverso, está esa nefasta pedagogía clientelista, destructora de ciudadanía y de dignidad, de la que se siguen sirviendo nuestros gobiernos, a la que se suma el uso arbitrario de la ley y de las instituciones, la celebración del poder del más fuerte y el desdén del diálogo y la negociación razonable como camino para tomar decisiones y resolver diferencias.

Hay que hablar, pues, de un paulatino y sostenido envilecimiento de nuestro espacio público, y, junto con ello, de nuestros hábitos y maneras, de nuestro lenguaje y de nuestras formas de relacionarnos. Es en esa atmósfera, a la que hay que añadir la desesperanza de quienes son sistemáticamente excluidos de los beneficios del crecimiento, en la que se hallarían las explicaciones para unas preferencias electorales en las que la pequeña dádiva, la incierta promesa, el espectáculo chirriante, se ponen por delante del reclamo de derechos ciudadanos, la afirmación de la autonomía, el resguardo celoso de la propia dignidad. Todo ello nos habla, por cierto, de una violencia cotidianamente ejercida contra la población pobre del país, una violencia que no se manifiesta, ahora, como agresión física, pero sí como un constante despojo de las propiedades ciudadanas y de las libertades para elegir que a ella van unidas.

¿Hay remedio para esta tendencia? No en el futuro inmediato. Hoy, la necesidad urgente es propiciar compromisos serios, con garantías razonables de cumplimiento, para que nuestra democracia sobreviva, y si es posible se afirme, en los próximos cinco años. La existencia de tales acuerdos dependerá no solamente de la flexibilidad de los candidatos todavía en carrera, sino también de la seriedad y la madurez de las otras organizaciones políticas, las cuales deberán deponer por una vez sus cálculos inmediatos para oír y obedecer la voz de la sociedad organizada: esta reclama que la vida del Perú en el próximo lustro no sea una recaída en la arbitrariedad ni en la ciega defensa de intereses de grupo.

Más allá de esa urgencia inmediata tenemos una gran tarea por delante, que es la de restaurar nuestro sentido cívico y recuperar la memoria colectiva de los peruanos: la memoria del agravio, la memoria del abuso, la memoria de la corrupción, todo ello debiera convertirse en la savia de moralidad que necesita con urgencia nuestra vida política

¿Cómo interpretar los resultados?

Por Martín Tanaka

La semana pasada propuse evitar considerar que los resultados electorales estaban de alguna manera “predefinidos” por condiciones estructurales, y sostuve que las decisiones políticas y la estrategia de campaña habían sido más importantes. Sin embargo, si se comparan los resultados de las elecciones del 2006 con las del 2011, llama la atención las continuidades: Humala prácticamente “repitió” su votación anterior; la suma de los votos de Kuczynski y Castañeda están ligeramente por encima de la votación de Lourdes Flores, y la votación de Alan García en el 2006 parece superponerse mucho a la votación de K. Fujimori.

Estas continuidades no solo se dan en el número de votos, también en la distribución de los mismos en el territorio. Lima, la sierra sur, la costa norte, muestran patrones distintivos en ambas elecciones. Esto sugeriría que el país no habría cambiado en lo sustancial en los últimos cinco años, y que por ello los patrones de votación del 2006 se habrían repetido en el 2011: un voto de protesta de los excluidos y un voto conservador de los privilegiados.

Más todavía, podrían encontrarse continuidades entre el voto de Humala y el voto de Fujimori en 1990, y el de la izquierda en la década de los 80; y entre la votación limeñista de Kuczynski con la del PPC de los 80. Políticamente, este razonamiento sugiere que Humala estaba “destinado” a ganar por ser el candidato más a la izquierda, o que Kuczynski y Castañeda estaban destinados a perder por representar a una derecha incapaz de ganar fuera de Lima.


Este argumento, ciertamente persuasivo, falla sin embargo por su lógica determinista: pretende “predecir” los resultados como si los actores y sus decisiones no importaran. Este razonamiento no registra que la campaña fue muy volátil y cambiante, que Castañeda y luego Toledo encabezaron las preferencias electorales, y que la clave del éxito de la campaña de Humala en el 2011 es que se dirigió mucho más a un votante de centro que en el 2006, entre otras cosas. En otras palabras, esta campaña fue muy diferente a la del 2006.



Ahora bien, esto no significa que el argumento estructuralista no tenga valor. Este acierta en registrar que existen en el país ciertas tradiciones, ciertas continuidades, que hacen que Lima, la sierra sur, la costa norte, por ejemplo, muestren patrones diferenciados. Pero la explicación de esa continuidad habría que buscarla más en la cultura política, antes que en el mantenimiento de condiciones económico-sociales que, como es obvio, han cambiado mucho en las últimas décadas.



Pero esa continuidad no permite predecir resultados electorales porque la oferta política cambia radicalmente en cada elección. En cómo los candidatos de turno apelan a esos segmentos diferenciados de electores está la clave de los resultados: cuando esa apelación es exitosa, se logra ganar en todo el territorio nacional, como García en 1985 o Fujimori en 1995.



Votar con v de vendetta

Por Rocío Silva Santisteban

No voy a repetir los análisis que la mayoría de periodistas, columnistas, cientistas políticos, ciudadanos y demás preocupados por el futuro de nuestro país plantean en relación con el voto del domingo pasado: los ignorados y no los ignorantes han dejado constancia de su posición, según rezaban los carteles de las redes sociales. Tampoco quiero hablar del racismo que se ha soltado como géiser en las mismas y que ha levantado el fantasma de la polaridad otra vez, ni de los diversos escenarios que se abren según miremos al Perú desde Lima o desde las provincias porque, como comentaba hace poco un analista, la urgencia de presencia del Estado es un reclamo constante en Amazonas o Puno, pero no necesariamente en las calles polvorientas de la gran Lima. El tema es ahora qué hacer con nuestro voto ante las elecciones del 5 de junio.

Yo he votado varias veces viciado. Debo confesar que esa ha sido una de las posiciones que a lo largo de mi vida como ciudadana de a pie he tomado sin cautela. Las alternativas que se me presentaban, desde mi perspectiva en situaciones que no pasaban mis candidatos a segunda vuelta, no me convencían y optaba por la más radical pero más fácil a su vez: viciar. El voto en blanco siempre es un albur en el sentido de que no sabemos con exactitud cómo será evaluado en conjunto y viciar además te permitía conjurar la cólera de no tener una alternativa en esa cédula de sufragio. Por eso, tarjar la cara de los otros candidatos o escribir un improperio se asemejaba a una suerte de venganza ante la impotencia.

Sin embargo, ante determinadas situaciones sociales, el voto viciado con v de vendetta es totalmente contraproducente. Es una opción, me dirán los formalistas, por supuesto que sí y además democrática y válida; pero en escenarios como los que debemos de enfrentar ahora no sería una alternativa provechosa. En primer lugar, porque nos enfrentamos a un encuentro cara a cara con la raíz de la más profunda crisis moral del país. Y de las crisis morales no se sale sencillamente con crecimiento económico. Se trata de una situación que aún no hemos podido sanar, ni con el visionado de los casi olvidados “vladivideos” ni con la CVR ni con las leyes de reparaciones ni con el crecimiento al 6%. Es una crisis que ha quedado como remanente detrás de la ceguera de la clase empresarial, de los políticos venidos a menos y de los periodistas que quieren pasar piola; por eso mismo debemos hacerle frente.

Considero personalmente que viciar el voto es asumir una actitud nihilista y no está a la altura de las necesidades democráticas del Perú. Viciar el voto es no tomar una decisión valiente frente al requerimiento moral de un país que ha pasado por heridas de sangre y tajos de corrupción que aún ahora nos laten como un dolor sordo, agudo, profundo y vergonzoso.

Pregúntele a María Antonieta

Por Franciso Durand

SocIólogo

Bien vistas las cosas, es obvio que el principal mensaje político de la primera vuelta es la vigencia de una fuerza popular contestaría importante.

Lo curioso es que desde 1990, y con la sola excepción del gobierno provisional de Paniagua, la actitud de los neoliberales en el poder, y de una parte de los grandes empresarios, ha sido creer que no existe realmente, o cuando emerge, que no es una fuerza legítima, que si protesta merece palo porque “rompe la ley y el orden”. No es casual que incluso existan empresarios que las califican de “ruido político”, algo molesto que interrumpe la música celestial del crecimiento, orquesta que nadie puede tocar.

El voto también expresa un rechazo a un presidente y un partido, el APRA, que se ha atribuido logros que no son muy propios (hemos crecido por estímulos externos más que todo y por alza de precios de materias primas), que no son tan reales como parecen (la supuesta gran rebaja de la pobreza, los kilómetros de carreteras, las mil y un obras de la presidencia) y, sobre todo, ay Alan, por casos de corrupción. Es también un no al discurso del “perro del hortelano”. Argumentar que quienes se oponen a los megaproyectos son retrógrados, enemigos del progreso y ciudadanos de segunda categoría es no solo reaccionario, es incendiario.

Sea cual fuere la posición política que uno tenga, es obvio que estas fuerzas contestatarias no deben ser ignoradas, particularmente por los empresarios, en la medida que tienen plantas, maquinaria y contratos diseminados en todo el país. Me refiero sobre todo a los empresarios peruanos, porque es aquí donde está la gallina de los huevos de oro. Ya es hora de que se sensibilizen.

Los emprendedores de cuello y corbata deben decidir si van a acercarse y dialogar o si prefieren desatar una guerra política y social, una suerte de “lucha de clases de arriba”. Lo digo porque no faltan quienes quieren empujarlos prematuramente al choque político, a la desinversión, a la fuga de capitales. Personajes afiebrados como Aldo Mariátegui parecen estar dominados por sus pesadillas. Particularmente aquella en la que se imaginan atacados por masas hambrientas en sus mansiones, aunque sería más exacto decir que parece que estos personajes duermen en el cuarto de los mayordomos. ¿Les conviene a los inversionistas esta actitud?

Los empresarios deberían volver ordenadamente a la postura del 2006 que organizara el CADE de la inclusión social que, lamentablemente, quedó en el discurso. Deberían, también, dejar de cometer graves errores tácticos, actuando antes de la primera vuelta a destiempo como para hacer un trasvase de votos a un candidato con mayores posibilidades de victoria. Por lo mismo, me pregunto, ¿para qué diablos los financian?

Debemos también considerar que empresarios hay muchos. No son un todo homogéneo. Tienen múltiples formas de expresión gremial y variadas demandas, sobre todo las de provincias y las pymes, que no siempre coinciden con las opiniones de los líderes de los grandes gremios de propietarios, cuyas voces predominan en los medios de comunicación. Hay asimismo facciones duras y facciones dialogantes.

Pero más allá de sus diferencias no tienen por qué asustarse con el resultado electoral y empezar a sacar sus ahorros. La cuestión es al revés. Es una ocasión para relacionarse con esas voces, entender a esos sectores sociales como gente con voluntad propia y con demandas legítimas. ¿Pueden entonces hablar con sus expresiones políticas en lugar de dejarse entrampar en la tesis del doble discurso o del lobo con piel de oveja?

Insistimos. La “gran encuesta electoral”, es decir, el voto en las urnas de todos los peruanos, ha demostrado de manera bastante evidente que existe una fuerza popular, mayormente provinciana, rural y de modestos ingresos, que apoya “candidaturas alternativas”. También que tiene apoyo suficiente de no pocos intelectuales y técnicos que pueden hacer buen gobierno. 

Pero hay cierta volatilidad, y su radicalismo puede ser reforzado si va a ser ferozmente atacada. A Susana Villarán, más moderada y dialogante todavía, la acosaron sin misericordia. Todo ello nos recuerda que la polarización no solo la causan masas enardecidas, sino la insensibilidad e incomprensión de quienes tienen propiedad y privilegios y los quieren defender a toda costa. Como dijera León Trotzky, la revolución rusa de 1917 fue en buena parte provocada por la ceguera de la clase dominante zarista. Igual pasó antes con la francesa de 1789.

Lo menos que pueden hacer quienes tienen inversiones es serenarse. Que la facción dialogante dialogue y no se deje llevar por asesores y voceros cuya importancia y honorarios crecen mientras más atacan. De no ser así, este atrincheramiento, o una corrida de los grandes empresarios al campo fujimorista, sea cual fuere el resultado electoral, puede contribuir a una polarización social.

No es de locos convivir con un Estado promotor del desarrollo nacional y de las pymes, regulador de los servicios públicos, con un sistema tributario más equitativo para financiar los gastos sociales. Más bien el salto al vacío es mantener un modelo de crecimiento con altas ganancias y bajos salarios y un discurso de “crecimiento con rostro social”, en el que el crecimiento siempre va primero.  

Si es así, será mejor que los termocéfalos tomen un curso avanzado en Harvard sobre gobernabilidad y negociación, mientras se quedan en Lima a conversar los que practican el yoga. Ah, y no se olviden, para algo se han inventado los bozales.

Albertismo 2011

Por Mirko Lauer

¿Qué tipo de carta es Alberto Fujimori para la segunda vuelta fujimorista? Su papel ha ido variando con el tiempo. En una primera etapa la hija se presentó como su representante, con la tarea de excarcelarlo. Pero luego eso fue considerado contraproducente y dejado atrás en pos de una imagen autónoma, limpia y juvenil, que ha funcionado.

Ahora Fujimori ha reaparecido en escena, como la víctima que podría ser liberada mediante la imposición del nuevo poder político fujimorista al Poder Judicial, un remake de los viejos tiempos. Martha Chávez, emblemática figura de los años 90, ha asumido el lanzamiento de la primera amenaza. Un diario ha titulado El otro chavismo.

Esta impaciencia es comprensible, pero la impresión es que Fujimori sigue siendo un pasivo político. Entre otras cosas porque su reaparición en firme relanzaría toda la negra historia del autoritarismo y la corrupción de su decenio. De paso liquidaría toda la autonomía, frescura y juventud de la hija candidata.

Por esto último el rostro del padre no apareció por ninguna parte en la campaña, como indicio de que el partido había superado esa etapa y, para los incautos, como una forma velada de autocrítica. Pero también puede significar que con el paso de los días la hija le fue tomando el gusto a aparecer como una efectiva Nº1.

Pero cosas como el exabrupto de Chávez o la renuncia de Carlos Raffo Arce sugieren que hay sectores mucho más albertistas que otros. Un argumento que cae por su propio peso es que si el padre fue considerado mala medicina en la primera vuelta, muchos lo van a ver igual en la segunda. Una súbita liberación opacaría seriamente a la candidata.

Una parte de la buena estrella electoral de la hija se ha fundado en sus declaraciones sobre que su campaña no tiene como objetivo central excarcelar al padre, una manera de expresar respeto por el sistema judicial, a cuyo presidente ella incluso hizo una visita protocolar. La amenaza de Chávez a César San Martín borra todo ese trabajo.

La amenaza además pone el dedo en una llaga clave: la manipulación fujimontesinista del sistema judicial, y de las instituciones en general, para alcanzar objetivos políticos. Ese fue el pivote de la alianza con Vladimiro Montesinos. Lo que acabamos de ver es un elocuente botón de muestra, que hasta el momento de escribirse esto no ha sido desmentido.

Pues la idea de que el presidente de la Corte Suprema va a ser defenestrado si el fujimorismo vuelve al poder desmiente el sentido del papel que viene circulando Pedro Pablo Kuczynski, sobre el cual todavía está fresca la firma de Keiko Fujimori. Esto hace pensar que con Keiko no solo se elegiría una presidenta, sino un nuevo Poder Judicial completito.

El verdadero rostro del fujimorismo

Por Carlos Castro

Martha Chávez reveló la noche del lunes en el programa de Rosa María Palacios lo que se puede esperar del fujimorismo. No hay arrepentimiento de lo robado al Estado, ni de los asesinatos de Colina que se cometieron durante la administración fujimorista. Lo máximo que la conductora pudo lograr de la virtual congresista es que hubo “excesos”. Es decir el crimen perpetrado contra 9 estudiantes y un profesor de La Cantuta, secuestrados, torturados, asesinados, y sus cuerpos convertidos en cenizas, es solo un “exceso”. Como seguramente lo es para la nueva congresista la matanza de Barrios Altos, entre cuyas víctimas estuvo un niño de solo 8 años que asistía con amigos, familiares y vecinos a la pollada que se realizaba en un inmueble de ese distrito.

O tal vez para MCH son un “exceso” los millones de dólares que saquearon del Estado en el gobierno que tuvo a la hoy candidata de Fuerza 2011, Keiko Fujimori, como primera dama. Ahí están como contundentes testimonios los vladivideos en los que Montesinos compra congresistas, jueces, fiscales, políticos y dueños de medios de comunicación por orden de Alberto Fujimori para preparar la ilegal re-reelección. El de Martha Chávez es el verdadero fujimorismo y no el que pretende vender a los peruanos la candidata fujimorista.

No fue lo único que dijo la representante fujimorista. En el colmo del paroxismo afirmó que las madres de los estudiantes de La Cantuta deberían haber salido públicamente a pedir disculpas por los “crímenes cometidos por sus hijos”. Cuando la periodista le hizo notar que ninguno de ellos estaba procesado al momento de su secuestro respondió suelta de huesos que hay documentos que dicen lo contrario. Algo que no es nuevo en ella; cuando se descubrió la matanza, lanzó las mismas mentiras. Dijo que los estudiantes se autosecuestraron para después agregar que se habían ido con Sendero.

Si alguien pensó que el fujimorismo había cambiado debe ver esta entrevista. Escuchará cómo una de sus principales voceras defiende el autogolpe del 5 de abril del 92 que terminó siendo la ventana que abrió la corrupción que envolvió al gobierno fujimorista. Ninguna condena a la interrupción democrática. Solo repitió lo que le hemos escuchado hasta el cansancio: que su líder tuvo que tomar esta decisión por el avance del terrorismo. Una versión que líderes democráticos e independientes y no de izquierda, como Lourdes Flores Nano, para citar un nombre, se han encargado de desmentir. Por el contrario el autogolpe coincidió con la denuncia que días antes había formulado la entonces primera dama, Susana Higuchi, en contra de las hermanas del ex dictador. Una denuncia que a Susana le costó torturas, destitución de su cargo de primera dama –cargo que la entonces señorita Keiko no tuvo el menor empacho en aceptar– y hasta una ley que le quitó sus derechos políticos. Hoy Keiko, que abandonó y calló ante los atropellos que sufría su madre, utiliza a la ex primera dama en su campaña electoral.



La entrevista a Martha Chávez permite confirmar a los peruanos que los violadores de derechos humanos de ayer no tendrían ninguna duda en volver a hacerlo. O a interrumpir el sistema democrático si en un eventual gobierno de KF –que espero no ocurra nunca– no pueden imponer sus leyes en el Congreso. Y es que el fujimorismo es un sistema autoritario. No les gusta la oposición, no les gusta la democracia, salvo que esta se adapte a sus fines; tampoco el diálogo, que es para ellos una pérdida de tiempo.



Fue el estilo que utilizó Alberto Fujimori tan pronto se instaló en el poder. Máximo San Román y Carlos García, sus primeros vicepresidentes, han recordado en más de una oportunidad la deslealtad del hombre que llevaron a Palacio. Los peruanos estamos advertidos: el “futuro” del fujimorismo es el retorno al pasado y la época más oscura de nuestro país.



Conversar sí es pactar

Por Augusto Álvarez Rodrich

alvarezrodrich@larepublica.com.pe

Una buena noticia: la política empieza a funcionar.

A pesar de que la semana siguiente a la primera vuelta fue catastrófica para la bolsa de valores y de que las expectativas empresariales se deterioraron de un modo relevante, una buena noticia del mismo periodo fue que la política está empezando a funcionar en el Perú, dando indicios de que, a pesar de su desprestigio, ahí puede estar la solución a la encrucijada en la que hoy está el país.

Un reporte de Apoyo Consultoría divulgado el viernes dio cuenta del impacto negativo de la incertidumbre electoral y de la posibilidad de cambios sustantivos en el modelo económico sobre las decisiones de inversión y de contratación de personal de las empresas. En este sentido, un sondeo entre casi 300 firmas clientes del SAE de dicha consultora, hecho durante la semana posterior a la primera vuelta, concluye que está ocurriendo una desaceleración importante en los planes de inversión.

El informe señala que el porcentaje de empresas que planea acelerar el ritmo de inversión en los próximos seis meses se redujo de más del 50% en marzo a alrededor de 10% en abril. Asimismo, ahora casi el 20% tiene planes de reducir el ritmo de inversión, cifra que contrasta con el 1% del sondeo realizado durante la tercera semana de marzo. A su vez, el porcentaje de las empresas encuestadas con planes de incrementar personal en los próximos seis meses se redujo de 65% a 24%.

Es evidente la preocupación empresarial. Desde la caída de Lehman Brothers, las expectativas empresariales no habían mostrado un quiebre tan marcado. En el pasado, los resultados de este sondeo han sido un buen predictor de la evolución de la inversión privada en el país, concluye el reporte reseñado.

Un cuadro de incertidumbre creciente como este, que sin duda le hace daño al país, requiere una solución que no está en el terreno de la economía sino en la política, la cual suele ser interpretada como el arte de alcanzar acuerdos con el fin de hacer posible la acción del Estado en beneficio de la sociedad.

Esto ha empezado a suceder la semana pasada a través de una serie de reuniones entre los cinco candidatos principales en un contexto en el que los dos que pasaron a la segunda vuelta están inmersos en el esfuerzo de persuadir al elector de que no son lo que la mayoría sospecha o está segura que en realidad son. Un indicio positivo de este proceso es que, por ahora, han cesado los insultos entre ellos.

Es obvio que Pedro Pablo Kuczynski, Luis Castañeda y Alan García apoyarán a Keiko Fujimori, y que Alejandro Toledo respaldará a Ollanta Humala, pero, al margen incluso del resultado final, el país avanzaría bastante si las conversaciones y negociaciones en marcha se concretan en un pacto alrededor de un consenso básico sobre el rumbo futuro del país que haga viable la política y le otorgue a la economía la certidumbre que está requiriendo

Dos equivocaciones

Por Fernandop Rospigliosi

Keiko Fujimori ganará fácilmente porque concentrará dos tercios de votos que están con el “sistema”. Ollanta Humala realmente ha cambiado.

Las dos afirmaciones mencionadas han circulado mucho desde el domingo 10. Creo que ninguna es cierta.

Así como se sostiene que los dos tercios que no votaron por Humala se alinearán con Fujimori, se podría decir también que los cuatro quintos que no votaron por ella y que repudiaban el gobierno de su padre la década pasada se inclinarán por Humala.

Estas aseveraciones son erróneas. No hay que olvidar que pasaron a la segunda vuelta los dos candidatos que tenían más resistencia. El que tenía menos resistencia, Luis Castañeda, quedó quinto.

Superar el negativo

Esta situación plantea a ambos candidatos vencer el rechazo que suscitan, por diferentes razones. El que más ha avanzado, sin lugar a dudas, es Ollanta Humala.

La campaña de “blanqueo” orquestada por los asesores brasileños ha funcionado muy bien. Y Humala se ha puesto en movimiento de inmediato, acentuando la imagen moderada y dialogante que le han fabricado los expertos.

Tomó la iniciativa de visitar a Castañeda y ha hecho correr el rumor de que reclutaría al ex ministro de Economía Luis Carranza.

Aunque sea solo un chisme, ya desmentido, va alimentando las expectativas de quienes quieren creer que ha cambiado. Igual que el rumor de que nombraría primera ministra a Beatriz Merino. No era cierto, pero la idea queda flotando en el ambiente y sirve para justificar las adhesiones de personas que están dudando.

El 2006 Humala se identificó, por propia decisión, con Hugo Chávez y con Evo Morales, viajando a Caracas y La Paz, y difundiendo sus imágenes junto a esos personajes desagradables, autoritarios y fracasados. Hoy día rehúye toda asociación con ellos y más bien pretende hermanarse al exitoso Lula y a su sucesora Dilma Rousseff.

El 2006 Humala estuvo enfrentado a los izquierdistas radicales y a los organismos defensores de los derechos humanos, que lo denunciaron enérgicamente por su comportamiento en Madre Mía. Hoy día ha subido a su carro a esos izquierdistas y los organismos de DDHH están mudos, o lo apoyan abiertamente como el mal menor.

El 2006, Mario Vargas Llosa y la revista Caretas eran rotundos opositores a Humala y respaldaron a García. Hoy rechazan absolutamente a Keiko Fujimori y abren la posibilidad a Humala. (Ver el categórico editorial de Caretas, “Hasta aquí nomás”, 14.4.11).

La mayor opción

En suma, Humala ha avanzado mucho en vencer las resistencias y Fujimori no ha adelantado un centímetro. Muy lejos del 50% más uno que se requiere para ganar.

Hasta el momento, parece confiada solamente en el miedo que puede suscitar Humala. Eso, está claro ahora, no basta.

El 2006 Humala se enfrentó al político peruano más hábil, Alan García, que lo derrotó por unos pocos puntos. Keiko Fujimori no tiene ni la experiencia ni la destreza de García.

Por último, no hay que olvidar un dato básico. Humala alcanzó alrededor del 33% de los votos. Le falta conquistar un 17% para ganar. Fujimori llegó a 23%. Necesita más que duplicarlo, es decir, 27% adicional.

Por eso cuando Caretas le pregunta al experto uruguayo Luis Costa Bonino ¿quién tiene más oportunidad de ganar la presidencia?, responde “Ollanta Humala, sin lugar a dudas”. (“Se descarrilaron”, 14.4.11).

Racebook

Por Jorge Bruce

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. El célebre microrrelato de Augusto Monterroso, filoso como un haikú, sintetiza admirablemente la experiencia de miles de peruanos el lunes 11 de abril por la mañana. Si bien para un sector considerable el resultado de la primera vuelta ha sido una angustiante y hasta deprimente decepción, para algunos miembros de las capas privilegiadas ese retorno inopinado del otro aborrecido y temido, que yacía confinado en su lugar alejado, es aterrador. Y ante acontecimientos que introducen tal nivel de incertidumbre y zozobra, las reacciones vienen impregnadas de odio y deseos de muerte: que desaparezca esa amenaza que jaquea mi estilo de vida.

Es en la red social Facebook donde se hallan las evidencias más potentes de estos afectos destructivos, colgadas por internautas asustados por el fantasma de la tortilla volteada:

“sabes una cosa, en que momento se jodió el Perú? En el momento en qe tu naciste… Eres la forma humana d eso qe siempre he odiado “la ignorancia” eres la ignorancia en persona,… sentire una vergüenza inmensa de saber qe el presidente de mi país, es un webon qe no tiene estudios importantes, qe no habla idiomas (…) pero no cantes victoria, prefiero a qe ganes tu a qe gane keiko, asi dentro de un año, kuchinski o toledo te den golpe de estado… y te vallas a la mierdaaaaa!!”

O en una peculiar versión del voto voluntario:

“¡¡Quitémosle el DNI a todos los Serranos  y paguemos su multa!!”

Y ya sin ambages:

“Cholos de porquería deberían morir todos carajo!!!”

¿Qué pasó? ¿No era que el racismo estaba saliendo de la escena nacional gracias al crecimiento económico? ¿La gastronomía no había integrado nuestras papilas gustativas? ¿La cumbia no había derribado las barreras vip?

El racismo, como la bestia de Monterroso, nunca se fue. Solo que no era preciso enarbolarlo de manera ostensible, en la medida que el poder parecía seguro en manos de quiénes, los autores de las líneas transcritas, consideran los garantes de su modelo, no solo económico sino de existencia. El otro estaba bajo control (esta frase se la he escuchado, cambiando “otro” por “esos”, a un gerente de relaciones comunitarias en áreas de explotación minera).

Los flashes del domingo han resquebrajado ese suelo y avivado, en consecuencia, miedos atávicos que combinan el retorno de lo reprimido con el retorno del oprimido. El racismo funciona como un arma de eliminación selectiva, al servicio del clasismo. Por eso ahora las “cruzadas” apuntan, en algunas personas que se expresan en Facebook, predominantemente contra Humala. Sin embargo en el año 90, cuando no existía esa red, ocurrió lo mismo en los medios contra Fujimori padre, a favor de la candidatura de Vargas Llosa.

Pero su “blanco” es análogo: la eliminación del otro segregado en el que deposito los aspectos repudiados de mí mismo. Por ejemplo la ignorancia que reluce en los mensajes citados. Gramatical y social. Sin entender que es ese desconocimiento el que ha producido ese resultado electoral. El enemigo del desarrollo es el Racebook, el libro de la raza superior, no el Facebook, el de los rostros múltiples con igual derecho a manifestarse y elegir.

La batalla final será en Lima

Segunda vuelta. La gran capital es decisiva en las elecciones. Las cifras que nos deja la primera vuelta nos dibujan nítidamente las preferencias de los electores en todo el país, dónde se encuentran los bolsones electorales de los candidatos y dónde deben trabajar más su imagen y propuestas. También revelan que Lima será el gran elector en esta segunda vuelta.

Fernando Tuesta soldevilla

Profesor Principal PUCP

Han pasado a la segunda vuelta los candidatos más disciplinados, con las mejores campañas y los que no se sumergieron en las contracampañas, que sí agotaron a los otros. Pero en camino a la segunda vuelta, los candidatos Ollanta Humala y Keiko Fujimori tendrán que labrar duramente para conseguir aquellos votos que no solo les han sido esquivos en la primera elección, sino incluso provienen de serias resistencias, por lo que son y representan.

Es cierto que gran parte del resultado se explica y define por la propia campaña electoral. Pero, al lado de las campañas, los candidatos y, sobre todo, lo que representan, dibujan un perfil de su votante. Esto en el Perú no ha cambiado mucho en relación a lo que se ha configurado en las tres últimas décadas. En los 80, los cuatro importantes partidos tenían asentamientos preferentes y claros. El clásico sólido norte aprista, el centro y sur andino de izquierda, el limeño pepecismo y el oriente acciopopulista. Hoy los candidatos y partidos son distintos, pero esas denominémoslas regiones siguen más o menos el mismo patrón.

Castañeda: una escalera corta

No es una maldición, ni menos la mala suerte, pero Luis Castañeda, en su segundo intento por llegar a la Presidencia (1,8% en el 2000), logra menos del 10% de los votos, con lo que una vez más un ex alcalde no es elegido presidente (Luis Bedoya Reyes, Alfonso Barrantes, Ricardo Belmont y Alberto Andrade). Y es que si bien las gestiones exitosas de los cinco fueron plenamente reconocidas, en un Perú centralista, desatan también un antilimeñismo que impide este traslado entre palacios.

Es conocido que Castañeda nunca logró organizar un partido sólido. Los vínculos entre sus componentes pasaban más por lealtades hacia él. Su equipo de plan de gobierno era tan distinto como distante de su lista parlamentaria, como presidencial y sus voceros, cada cual más agresivo por defender a su líder, que no hizo sino aparecer una campaña sin rumbo y poco tolerante.

De esta manera, Castañeda quedó quinto con el 9,8% de los votos, superado incluso por el promedio nacional de su lista parlamentaria (10,3%) y no gana en ningún departamento.

El perfil del voto solidario es básicamente limeño y urbano costeño. Lambayeque (donde nació y sacó su más alta votación), Lima, Callao, La Libertad e Ica superan su promedio nacional; pero de allí es poco lo que logra en el resto del país, sobre todo en la parte más pobre (Huancavelica, Apurímac, Ayacucho), donde su promedio es de 2,5%. Su discurso, basado en el logro de obras de ciudad metrópoli, está lejos de atraer votos de provincias.

Toledo: la experiencia no sirvió

Alejandro Toledo no solo ha sido presidente de la República sino que esta elección es su cuarta campaña (1995, 2000, 2001 y 2011). Pero aquello que sirve de experiencia y que era un punto a favor de su candidatura se convirtió en un efecto negativo.

Trazó una primera parte de una buena campaña que ayudó a recordar aquel aspecto positivo de su gobierno, lo que le abrió el espacio para tener la mejor adhesión de votos. Sin embargo, más tarde, no logró aplacar sus impulsos que lo convirtieron en un candidato que se peleaba sucesivamente con todos (M. Aráoz, Castañeda, Alan Gacía, Navas, Kuczynski), hasta aparecer con la soberbia que no podía evitar y que pagó caro con su caída a casi la mitad de su votación. Toledo había recogido un cierto voto de centro y centroizquierda, que fueron a parar a Humala.



Al observar el mapa de votación del partido de la chakana, nos muestra que sus mejores votaciones las tiene en el oriente peruano: Loreto, Huánuco, Amazonas, Madre de Dios y en el norte, salvo Piura y Lambayeque. Es decir, el corte de voto de acciopopulista y Somos Perú. Ahora es claro que Toledo sumó votos, en el 2001, de votantes de izquierda y Acción Popular. En el proceso de caída, Toledo perdió su voto de centroizquierda y se quedó con el acciopopulista, aliado de su candidatura.



PPK: Lima no es el Perú



Pedro Pablo Kuczynski logró asomarse a una segunda vuelta y contagió de entusiasmo a sectores del electorado. Pero quizá lo más importante fue su súbita trepada en las últimas semanas, acompañado por Humala y en sentido contrario de Toledo y Castañeda. Si PPK obtiene el 18,5% a presidencial, a nivel parlamentario logra algo menos, 14,4%. Es decir, hubo un trasvase de votos hacia él de otras candidaturas. Pero el efecto que produjo fue también de espejismo. Desde hace una década, quien gana en Lima no gana en el Perú (en primera vuelta). El resto del país se distancia, electoralmente hablando, de Lima. Siente, piensa y vota distinto y a veces contrario a la capital.



Si se observa su votación, aquel importante 18,5% se encuentra hiperconcentrado. Lima, Callao, Arequipa y Moquegua son los únicos departamentos que superan su promedio nacional, el resto es de porcentajes menores, llegando a tener en la región más pobre del Perú (Huancavelica, Apurímac y Ayacucho) entre 4% y 5%. Su voto es limeño y ubano costeño y, en estos departamentos, muy alto en los niveles socioeconómicos A y B, como mostraban las encuestas. Su hiperconcentración desarrolló un efecto de ganador que no se tradujo en la realidad y que se debía a que en aquellos sectores se concentran las élites. Su perfil es muy parecido al de Unidad Nacional del 2001 y 2006.



Keiko: el sólido norte fujimorista



Keiko no es Alberto Fujimori, pero no sería candidata sin su apellido. Su peso electoral se lo debe al efecto recuerdo y agradecimiento del gobierno del padre. Sin embargo, Keiko Fujimori hizo una campaña sobria y sin ingresar a contracampañas, como varios de los otros candidatos. Fue muy disciplinada en su estrategia y logró mantener su intención de voto e incluso un pequeño porcentaje adicional, que le permite estar en la segunda vuelta.



Al observar el mapa que dibuja su votación, nos encontramos con un sólido norte fujimorista. Gana a Humala en Tumbes, Piura, Lambayeque, La Libertad, Cajamarca y tiene buenas votaciones en el oriente. Es posible que en el norte el voto aprista se hubiera desplazado a la agrupación que le ha sido próxima en este quinquenio. Su voto es parejo en Lima y a nivel nacional, pero desciende mucho en el sur: Cusco, Puno, Arequipa, Tacna, Madre de Dios. La candidatura fujimorista tiene resistencia y adhesión por la misma razón, el gobierno de Alberto Fujimori. Keiko es clave para lograr atraer aquel voto resistente y eso lo puede encontrar básicamente en Lima.



Humala: hoy como ayer



Al igual que Keiko, hizo la campaña más coherente y disciplinada. Su lectura atenta de la campaña del 2006 lo llevó a acumular imagen y posicionamiento, que le sirvió en el momento que se abrió la brecha en los primeros lugares y así atrajo los votos de electores de provincias y de distritos de menores ingresos de Lima. De esta manera, si se compara las votaciones del 2006 y 2011, se puede encontrar un parecido en los porcentajes, por departamento, impensada hace poco tiempo.



Terminada la elección del 2006 la figura de Humala se desdibujó desde una oposición que se confundía con una decepcionante desempeño de su bancada parlamentaria. Su intención de voto hasta hace casi dos meses era baja. Al caer Toledo y Castañeda, Humala era el único que seguía manteniendo un discurso sobre temas cercanos a la gente, pero además hablando de cambio, contra el resto que hablaba de continuidad. Es el sector del electorado que siempre ha votado por aquellos que encarnan las propuestas de cambio, moderado o radical.



Por esta razón, la geografía del voto humalista llega a superar la mayoría absoluta en varios departamentos pobres (Puno, Cusco, Ayacucho, Apurímac, Huancavelica) o de demandas sociales (Arequipa, Moquegua y Tacna). Lo más bajo, pero no tanto, se ubica en Lima y Callao (21%).



La batalla final será en Lima



Como suele suceder con los que pasan a la segunda vuelta, quienes votaron por Humala y Keiko volverán a votar por ellos. Por lo tanto, ambos candidatos deben ir a la captura del 45% de los electores, como lo hicieron Humala y García el 2006. Al ver la geografía de aquellos votantes, se puede apreciar que es en Lima y Callao donde el porcentaje de los que no votaron por ambos candidatos presidenciales supera el 55%, pero además es la plaza que concentra la mayor cantidad de votantes.



Si bien es importante que Castañeda, Toledo y Kuczynski intenten tener incidencia en la segunda vuelta, es claro que ya nadie en el Perú dirige el voto. No sabemos cómo ha respondido el electorado ante el resultado del 10 de abril, pues no hay encuestas aún, siendo esto como navegar sin brújula. Sin embargo, todo hace suponer que la segunda vuelta será muy competitiva y altamente polarizada.

sábado, 16 de abril de 2011

¿Y los que no pasaron a la segunda vuelta?

Los candidatos presidenciales Ollanta Humala y Keiko Fujimori se han lanzado nuevamente al ruedo electoral en búsqueda de alianzas o aliados políticos para enfrentar la segunda vuelta.

Ambos candidatos requieren constituir una coalición que respalde su programa de gobierno y genere confianza en el electorado. Asumiendo esta realidad y que los votos no se endosan, ¿qué rol político jugarán los partidos de Luis Castañeda, Alejandro Toledo y Pedro Pablo Kuczynski en la segunda vuelta?

Solidaridad Nacional: Entre esta agrupación y el fujimorismo existen algunas coincidencias: la “filosofía de las obras” y la continuidad del modelo de crecimiento económico. Así, aparentemente, Solidaridad Nacional podría optar por respaldar a Keiko Fujimori. Sin embargo, Fujimori podría ponerle paños fríos a este apoyo si, como señala, quiere encabezar la lucha contra la corrupción, pues el ex alcalde capitalino no ha podido librarse del tufo de corrupción que ha empañado su gestión municipal. Asimismo, un apoyo de Luis Castañeda a Ollanta Humala podría trasladarle réditos políticos en Lima y en los sectores sociales medios. Empero, como ya lo señalamos, Humala tendría que asumir también los pasivos que han afectado la imagen de Castañeda.

Perú Posible: Esta agrupación ha dejado sentada su posición frente a Fuerza 2011: no apoyarán a Keiko Fujimori, pues Perú Posible se potencia a raíz de la lucha contra el régimen autoritario de Alberto Fujimori. De esta manera, a pesar de las críticas de Toledo a Humala en la campaña pasada, ¿tendrán puntos de encuentro a favor del desarrollo del país? Toledo plantea un crecimiento económico con “rostro social”. Asimismo, ha reconocido que existe un descontento en la población por los pocos beneficios que recibe de la actual bonanza económica. Por esto, la necesidad de distribuir la riqueza sería el primer punto de encuentro entre Perú Posible y Gana Perú y, en segundo lugar, evitar que la mafia fuji-montesinista regrese al poder. Finalmente, Toledo tiene un importante apoyo en los sectores económicos altos, lo cual jugaría a favor del líder de Gana Perú si es que logra concretarse un apoyo político.

Alianza para el Gran Cambio: Si Pedro Pablo Kuczynski, en nombre de la alianza política que encabezó, decidiera apoyar a un candidato, difícilmente este sería Ollanta Humala, pues ambos representan dos perspectivas económicas contrarias: mientras Kuczynski es el representante directo del gran capital en el Perú, Humala recoge las viejas aspiraciones nacionalistas y de las clases populares. Esta hipótesis sería reforzada con lo mencionado el miércoles por Toledo, sobre una entrevista que sostuvo con Kuczynski: “PPK insinuó el apoyo a Keiko”. Así, la derecha más conservadora del Perú se arriesgaría a apoyar a Keiko Fujimori con tal de asegurar sus intereses económicos.

El panorama político se pone cada vez más interesante. Esperemos que, por el bien del país, se logre un consenso político con las fuerzas democráticas que - sin abandonar las importantes banderas que han llevado a Ollanta Humala a ganar la primera vuelta - permita enfrentar al fuji-montesinismo que busca llegar de nuevo al poder.

El mito del modelo intocable

Por Humberto Campodónico

Presentamos extractos de la entrevista que dimos a “Hildebrandt en sus trece”, realizada por Juana Gallegos, Edición # 50, 8 de abril del 2010.

“¿Qué pasaría si cambiamos algunos aspectos del modelo económico, significaría que “nos vamos al abismo”?

Parto de dos premisas. Uno: una nueva relación entre Estado y mercado. La economía del Perú, a diferencia de otros países de América Latina, ha quedado sustentada en la preeminencia del mercado y de las inversiones, así en general. Dos: el tipo de crecimiento económico debe traducirse en la diversificación del aparato productivo. No podemos quedarnos como un país primario-exportador donde el 70% de las exportaciones son minerales y petróleo.

Debemos avanzar hasta invertir esta proporción. Se necesita un Estado que guíe la inserción del país en una perspectiva que nos haga más competitivos. Tenemos la más baja inversión en ciencia y tecnología, solo el 0,15% del PBI, mientras que en Chile es 0,80% y en Francia es 3%.

¿Qué sucedería si ponemos un impuesto a las sobreganancias?

Hay empresas mineras que tienen contratos de estabilidad tributaria y que están blindados por la Constitución. Solo pueden ser modificados por acuerdo de las partes, sin considerar siquiera la intervención del Congreso. Fíjese, la ganancia de las empresas ha crecido desde los 90 cuando empezó la inversión. El precio del cobre, por ejemplo, era 90 centavos de dólar por libra y ahora está en US$ 4,30. Ya recuperaron su inversión, no habría ningún problema en negociar con las mineras. Pero, claro, ninguna te va a decir que va a dar parte de su ganancia voluntariamente. Tiene que haber un gobierno con voluntad política para hacerlo y plantearles que el Perú necesita una mayor participación en la explotación de sus recursos naturales.

Es un mito que eso significaría romper con el modelo. Radical sería otorgar subsidios indiscriminados o controlar la tasa de cambio. Es más, parece que nadie se ha dado cuenta de que existe el óbolo minero y que, más allá de que se trata de un monto pequeño, es el reconocimiento de que hay una ganancia extraordinaria.

¿Qué pasaría si fortalecemos a las instituciones reguladoras del Estado?

Además de Osinergmin y Osiptel, mire lo que pasa con Indecopi: se ha bajado el IGV y los aranceles para las medicinas contra el cáncer y el sida y los precios siguen igual de altos. Los únicos ganadores aquí terminan siendo los laboratorios que ponen de pretexto que “en el país hay libertad de precios”. Entonces mejor que restituyan el IGV para que el Estado no deje de recaudar ingresos tributarios.

Mire lo que pasa con las AFP, que cobran lo que les da la gana por comisión. El nivel de ingresos que obtienen supera ampliamente sus gastos. Dicen que eso es así porque estamos en una economía de “libre mercado”. La Superintendencia de Banca y Seguros plantea un proyecto de ley para regularlos y responden “es un acto inconstitucional”.

Lo que el sentido común dicta a la gente es que, con este modelo, cuando la marea sube no suben todos los botes, suben algunos y no los de ellos. Respecto a las prendas dumping, es extraordinario que se importen ternos por 9 soles y los vendan a 92, hablando de un precio hipotético. En Colombia, por ejemplo, se ha establecido un precio mínimo de 12 dólares para un jean importado, venga de donde venga. Aquí hay prendas que entran a 80 centavos de dólar el kilo y no pasa nada.

¿Es ir contra el modelo revisar la Constitución del 93 respecto a todo aquello que significó desmantelar los derechos laborales?

No. No solo es la Constitución del 93. La Ley del Trabajo está congelada en el Congreso desde el 2003, por eso persisten las services, así como las amenazas cuando se forman sindicatos. Estudiar los artículos sobre los derechos laborales no significa ir

contra el modelo. Otra cosa sería volver a la estabilidad laboral tipo Velasco que impedía a las empresas despedir a cualquiera.

Sin embargo, sin sindicatos importantes los trabajadores no pueden proteger sus derechos, lo dice la OIT. Los que dicen que esto sería “retroceder” son los que, verdaderamente, están atrasados y persisten en escucharse solo a sí mismos, mirándose el ombligo”.

El miedo, la mentira y la exclusión

Por Alberto Adrianzén M.

En estos tiempos agitados, por cierto, es bueno preguntarse si aquella frase de Norbert Lechner sobre cómo se constituye un orden político tiene sentido en este país: “Como enfoque general, supongo que un orden político se constituye junto y por medio de los sujetos políticos. Ningún sujeto se forma por autorreferencia; nos reconocemos como un nosotros por medio de los otros. Y el orden no es sino el proceso de mediación en el cual se reconocen mutuamente los sujetos… presumo que el orden político se estructura en un mismo movimiento junto con la delimitación de las identidades políticas”.

En realidad, la pregunta no es ociosa y podría ser enunciada de la siguiente manera: ¿qué pasa cuando en una sociedad una de las partes –es decir, aquellos que detentan el poder– no quiere o no requiere reconocer a los “otros” para reproducir un orden político?; o ¿qué pasa cuando un orden (político) no se fundamenta en un proceso de mediación y en el cual una parte decide no reconocer a la otra? ¿Existe un orden político? Y si existe, ¿a quiénes abarca ese orden y de qué tipo es?

Porque conforme se vive el proceso electoral uno va descubriendo que el orden político que se quiere perpetuar en este país se fundamenta no solo en la destrucción de la identidad política del otro, sino también –y esto es lo más grave– en su exclusión.

La mejor manera de comprobar este hecho es la histeria que viene provocando el triunfo democrático de Ollanta Humala en esta primera vuelta. Con ello no hago referencia a aquellos columnistas que proponen imaginarios frentes antifascistas apelando a una épica maniquea y falaz. Mi interés, más bien, es señalar que el actual orden –el mismo que se quiere perpetuar en estas elecciones– tiene como fundamento tres elementos: a) la mentira; b) el miedo y c) la exclusión.

La mentira para descalificar a un adversario político que rápidamente se convierte en un enemigo al cual hay que eliminar. El miedo (o el famoso “salto al vacío”) como el elemento mediador entre aquellos que detentan el poder y la sociedad. Y la exclusión política del otro como el resultado final de este proceso.

Por eso no nos debe extrañar el carácter conservador y autorreferencial de aquellos que hoy detentan el poder. Hablan para ellos mismos y lo único que ofrecen a los “otros” es el mismo orden y el miedo como principal vínculo social. No buscan convertirse en un sujeto político –ello explica el por qué la derecha en este país nunca ha constituido un partido político y por qué nunca ha sido liberal– sino más bien en una suerte de “guachimanes” y “protectores” frente a una fuerza extraña a la que siempre hay que rechazar. Para ellos, la democracia no se fundamenta en el respeto a las formas y al Estado de Derecho –como se comprobó en el fujimorismo–sino más bien en el “sagrado respeto” de sus intereses. Antes que un sujeto político constituido son, más bien, un grupo social que se comporta como “patrones” cuando su orden es cuestionado.

El resultado es el siguiente: para unos pocos existe un orden político minoritario (abarca a unos cuantos y es excluyente) con reglas definidas e infranqueable para los otros; para la mayoría lo que existe más bien es un gran desorden social y político. Viven en un caos permanente.

Me parece que eso es lo que está en juego en estas elecciones. Si continuamos viviendo en un orden político y social para unos cuantos o si somos capaces de construir un orden ciudadano para todos. Dicho en otros términos, un orden político capaz de establecer mediaciones democráticas entre los “unos” y los “otros” para constituir sujetos políticos capaces de pactar. Es decir, un orden democrático que incluya y no que excluya como hoy nos proponen los adversarios de Ollanta Humala.

(*) albertoadrianzen.lamula.com

Sobreganancias mineras y contratos de garantías

Por Humberto Campodónico

Uno de los temas que han ido ganando consenso es, de un lado, que las empresas mineras están obteniendo ganancias elevadísimas debido a los altos precios y, de otro, que el Estado no está percibiendo la participación que le corresponde, tanto por impuesto a la renta como por regalías.

Uno de los puntos clave a resolver para avanzar son los contratos de estabilidad firmados entre el Estado y las empresas mineras. ¿Por qué? Porque el Art.62 de la Constitución de 1993 establece que solo pueden ser modificados por acuerdo entre las partes. Por tanto, la discusión aquí debiera centrarse en las negociaciones que lleven a su modificación.

Antes de entrar a ese tema, veamos: los Contratos de Garantías y Medidas de Promoción a la Inversión Minera han sido firmados por las empresas y el Ministerio de Energía y Minas, al amparo del Art. 78 de la Ley General de Minería (DS Nº 014-92-EM).

Estos contratos duran 15 años y están en el Portal del MINEM (www.minem.gob.pe). Vemos que los contratos con Southern y con Yanacocha (por Maqui Maqui) ya vencieron en el 2010 y el 2011 (el cuadro no incluye contratos más antiguos que ya vencieron). Vemos también que el contrato de Barrick (por Pierina), el de Cerro Verde y el de Yanacocha (por Cerro Yanacocha) vencen en el 2012, 2013 y 2014, respectivamente.

Uno de los contratos más importantes es el de Antamina, por US$ 2,094 millones, que vence en el 2015. Luego viene Barrick (por Alto Chicama), vence el 2020, y también Toromocho de Chinalco, que debe comenzar su inversión en el 2012, por lo que su contrato expira recién en el 2027. A estos debe sumarse el de Xstrata por Las Bambas, firmado en el 2009 al amparo de los DL 662 y 757 del año 1991 (la inversión debe comenzar el 2011), motivo por el cual no aparece en el cuadro.

¿Cómo negociar? El punto de partida debiera ser explicarles a las empresas que las condiciones económicas y sociales de 1991 y 1992 (precios internacionales bajos, guerra interna, hiperinflación), no son las mismas que las de hoy (precios altísimos debido al fuerte crecimiento de los emergentes –sobre todo en Asia–, inflación baja).

Ese cambio da lugar a nuevas condiciones económicas y sociales que ameritan modificar los contratos en beneficio de la estabilidad económica y social de las partes. Algo parecido invocó el Presidente Piñera de Chile con respecto el terremoto y las necesidades de la reconstrucción, lo que fue aceptado por las empresas mineras (ver Impuestos mundiales a las sobreganancias mineras, www.cristaldemira.com, 26/2/11).

El tema de fondo es que la rentabilidad de las empresas no se va a afectar. Aquí la cuestión clave no es la carga impositiva existente, sino las exorbitantes tasas de retorno de la inversión que ya están obteniendo las mineras, con las que nunca ni siquiera soñaron. ¿Por qué no compartirían una parte de esa sobreganancia con el país receptor, como por ejemplo ya lo hicieron –aunque en una cantidad ínfima– con el óbolo minero que, justamente, vence a fin de año?

Para terminar, debe modificarse la ley de minería para que los nuevos contratos permitan un reparto adecuado de las utilidades y las sobreganancias entre las empresas mineras y el Estado. Esas modificaciones se pudieron hacer bajo Toledo y García y hoy son moneda corriente en todo el mundo. Pero nada. Esta es, por tanto, la oportunidad para hacerlo. Salvo peor parecer.

Malditos egoístas

Autor: Patricia del Río

CompartirEnviar.“Cholo bruto. Serrano de mierda no deberías votar. Ándate a violar perros con tu Kenji y con tu Keiko. Solo los imbéciles votan viciado. ¿Eres idiota, le quieres regalar el país a los comunistas? Pitucos ignorantes, váyanse a Miami”. ¿Han escuchado frases como estás? Yo sí.

He presenciado insultos en vivo y en directo y los he leído en redes sociales. En la mayoría de los casos han sido conversaciones cargadas de virulencia que irremediablemente me remiten a finales de los noventa, cuando el régimen de Fujimori se desmoronaba, y en las calles reinaba una batalla campal entre seguidores y detractores del régimen del Chino.

Hacía tiempo, debo decirlo, no veía tanto ceño fruncido, tanta cara larga, tanta preocupación. En muchos peruanos hay un comprensible temor porque la economía se vaya al traste y volvamos a las espantosas épocas de crisis económica en las que nadie sabía qué podría pasar al mes siguiente. Y están por supuesto, todos aquellos ciudadanos que consideran que un eventual triunfo de Keiko Fujimori sería la vía perfecta para legitimar la impunidad, la corrupción, y la violación de los derechos humanos que caracterizó el gobierno de Alberto Fujimori. No son pocos, aquellos a los que ambas propuestas les parecen absolutamente peligrosas para el país, y que no piensan apoyar a ningún candidato en esta segunda vuelta.

Así están las cosas. Horribles. Y digo horribles, porque en estos diez años se supone que el Perú había avanzado en estos dos aspectos fundamentales que hoy se ponen en entredicho: aparentemente, se estaba consolidando un progreso económico que nos sacaría del tercer mundo; y todos creímos que tras la nefasta década del fujimontesinismo ya no íbamos a sucumbir tan alegremente a propuestas autoritarias. Pero ya vemos. Hay alrededor de 9 millones de peruanos que piensan distinto.

Y la pregunta es ¿por qué? ¿Será porque son brutos? ¿Ignorantes? ¿Indios apestosos? Definitivamente no. El que se zurra en el modelo económico, ya lo decíamos la semana pasada, no es mejor ni peor que el que se zurra en la democracia. Son electores que están eligiendo por ellos mismos, para ellos mismos, sin apostar por una visión de país que nos involucre a todos. Y claro, el 50% restante, los cívicos, los que sí elegimos a candidatos democráticos en primera vuelta los miramos con asco. Con cara de ya viniste a malograr el país, tan bien que estábamos, caracho.

Por eso las caras largas, los pucheros, los gritos histéricos. Porque en el fondo nos sentimos superiores, y nos creemos arrastrados al abismo por una sarta de cacasenos. Nos hemos colocado en una suerte de Olimpo moral como si no formáramos parte de este país. ¿Se han preguntado, acaso, los hoy aterrados empresarios qué pasaba con sus empleados que siguieron recibiendo sueldo mínimo mientras sus negocios sí prosperaban? ¿Dónde estuvo el grito de protesta de la mayoría de peruanos cuando los aguarunas, hartos de que no se les escuchara se sentaron a esperar 50 días en una carretera perdida? ¿O cuándo murieron los policías a los que enviaron a enfrentárseles en las peores condiciones? ¿Qué hemos hecho para exigir que a los corruptos se les meta preso? ¿Para pelear por una mejor educación y una mejor salud? ¿Para que nuestros compatriotas de Ica y Pisco reciban asistencia oportuna y de calidad?

Pues nada. Nos comimos el cuento de que el Perú avanza (porque definitivamente avanzaba para nosotros), y permitimos que este gobierno ninguneara a quienes tenían reclamos válidos y urgentes. Permitimos que se instaurara una democracia, débil, bobalicona, sin instituciones sólidas, incapaz de ofrecer un mínimo de seguridad y respeto a todos los ciudadanos. Nos hemos comportado como unos malditos egoístas, viviendo en una burbuja, y ahora nos sentimos con derecho a dar lecciones de democracia. De esa democracia que nos costó tanto recuperar, pero que gracias a la frivolidad y a la mediocridad no hemos podido defender. Ahora, pues.

El pacto como posibilidad

Por Alberto Adrianzén
Una democracia es aquella capaz de albergar en su seno una pluralidad de posiciones, actores e intereses. Sin embargo, para que esa pluralidad sirva para consolidar, estabilizar y profundizar dicha democracia debe tener, también, la capacidad de dialogar y pactar. Aquel famoso aforismo de Ramiro Prialé afirmando que “conversar no es pactar” también puede ser leído como expresión de esa enorme dificultad por llegar a pactos y acuerdos, ya que política no es solo hablar.


Pasando a nuestro proceso electoral reciente se podría decir que la afirmación anterior se evidencia en dos mensajes importantes de los electores: a) que se cumpla lo prometido, es decir que se pacte con los electores; y b) que los políticos lleguen a acuerdos.


Sin embargo, hay un sector de la derecha, y allí incluyo a algunos medios de comunicación, que viene diciendo que conversar, dialogar o pactar es expresión de una política tradicional. Llaman a esto “cubileteo” o “negociaciones bajo la mesa”. Incluso afirman que se buscaría la impunidad o la protección de los políticos. Estas y otras afirmaciones, en verdad, resultan graciosas ya que son esos mismos grupos los que se han pasado la vida “cubileteando” y negociando ellos mismos “bajo la mesa” para, justamente, excluir, no dialogar y no pactar entre sectores distintos y/o diversos.

Es como decir: la democracia la practicamos solamente “nosotros”, los “otros” no tienen el derecho a negociar ni a pactar, solo les queda obedecer. Eso, en palabras simples, ha sido un poco nuestra historia. Hay un grupo que solo quiere mandar y que se ha negado sistemáticamente a pactar con los “otros”.


Hoy estamos frente a la posibilidad de encontrar un camino que nos libere de este viejo problema. La idea de consensuar un programa de gobierno, como ha planteado Ollanta Humala en estos días, entre diversas fuerzas sociales y políticas es esa posibilidad. Pero también es la posibilidad, como lo dijera Valentín Paniagua en su primer discurso como Presidente, de inaugurar un largo ciclo democrático. La condición es clausurar el ciclo autoritario que el fujimorismo inauguró con el golpe de Estado el cinco de abril de 1992 y que hoy se quiere perpetuar. Un ejemplo de ello son los recientes rumores de una amnistía para el dictador Alberto Fujimori.


Sabemos que esto no es fácil. Y si bien el autoritarismo no tiene como única expresión al fujimorismo sabemos bien que es éste quien lo representa políticamente. Recomiendo que busquen en el Facebook la página: “Vergüenza Democrática” para que puedan darse cuenta de lo que está en juego. Como ejemplo de este autoritarismo –que es al mismo tiempo racismo y, hasta diría, fascismo– transcribo a continuación algunas de estas frases: “cholo desgraciado hideputa indio imbécil”; o “mis ojos se llenan de lágrimas no puedo creerlo… no hay esperanzas… son los peores resultados electorales que he recibido… tristemente tiendo a aceptar que necesitamos a Pinochet”; o “Partido Aprista, Alan! Esta vez acepto que hagas fraude. Por favor”; o esta otra frase que es de una twittera: “es mejor pagarle la multa a tu empleada a que le dé un voto a Ollanta”.


Incluso un reciente e interesante artículo de Nelson Núñez V. (“La polémica entre Palacios y Tapia”) que asume la defensa de Carlos Tapia, señala lo siguiente: “Un tema que se agregó durante la noche (se refiere a la polémica) fue la aparición de una cuenta de Facebook donde publicaban la dirección del domicilio de Carlos Tapia, y varios ponían cosas como “Se busca un patriota que envíe una bomba a la sede del partido de Humala!!! Será recompensado como héroe peruano!!!” o “es un maldito terrorista reciclado, como la gente que acompaña a Humala y muchos más”.


Sabemos que el camino hacia un acuerdo entre diversos no es fácil. No porque esté empedrado de buenas intenciones sino más bien porque está lleno de racismo, autoritarismo, desconfianza y personas que solo quieren mandar.


(*) albertoadrianzen.lamula.com


viernes, 15 de abril de 2011

PERDIO EL NEOLIBERALISMO

Entre pullas, golpes y peleas estas elecciones nos dejan un perdedor indiscutible: el modelo neoliberal. Los peruanos no quieren mantener las cosas como están y quieren cambios, no están dispuestos a tener más experiencia como las del proyecto Tía María en Arequipa, no quieren más "negociados" de los recursos naturales al estilo camisea y, prinicipalmente, con estos resultados se plantea un cambio de enfoque, poner el interés de las personas por delante de la rentabilidad del capital y la generación de riqueza al servicio de más gente. Nuestro modelo económico, implantado por Fujimori luego del golpe de 1992, que Toledo mantuvo al identificarse como un "segundo piso" y García ha protegido en los últimos cinco años, requiere ajustes en su base. El final de esta campaña ha mostrado un debate económico escaso, los grupos económicos más poderosos lucharon por difundir miedo con ventilador y las bolas en la población han respondido con crudeza: Se requiere un cambio. No se trata de destruir las bases económicas del país, por el contrario es necesario fortalecerlas y ampliarlas, pero se requieren cambios en los mecanismos de distribución, en la calidad y la cantidad de empleo y un incremento sustancial de la participación del país en las sobre-ganancias del capital. ¿Qué podemos esperar hacia adelante?. Gana Perú tendrá que trabajar con prudencia sus alianzas, correrse a saltos hacia la derecha por ganar a toda costa, sería una traición a sus electores y mostraría, a nuestro modesto entender, una profunda incapacidad para leer el resultado electoral y su importancia para la historia del país. Pero es una gran tentación.Otra alternativa, compleja para construirla en dos meses, es trabajar sobre la base de un programa de gobierno mínimo. Aquí tienen que definirse los pilares para la gobernabilidad, asegurando reformas que son impostergables: la revisión de los contratos de empresas que explotan recursos naturales (minería y gas), un incremento en la presión tributaria y un cambio en su configuración, la definición de metas objetivas del gasto social en educación y salud, entre otros. Así mismo, tiene que demostrar que en un potencial gobierno nacionalista la macro económica será sana, con una inflación controlada y un "colchon fiscal" para los potenciales problemas externos. Gana Perú tiene una gran responsabilidad, generar confianza de los electores (no de los capitales) y librarnos del retorno de la mafia clientelista que gobernó el país en los noventa.Por Edgardo Cruzado Silverii

NO AL RETROCESO DE LA POLÍTICA DE EDUCACIÓN INTERCULTURAL BILINGÜE

“Desde el gobierno de Sagasti venimos arrastrando recortes presupuestales a la Política de EIB, que tiene impacto directo en la formación y ...