martes, 24 de noviembre de 2009

LA VERDAD TRAS EL CASO DE LOS PISHTACOS

Desde un punto de vista estrictamente racional la reciente historia de pishtacos en el Huallaga no se sostiene por ningún lado, y Marco Sifuentes ha detallado las incongruencias del caso en una eficaz columna. Por su lado la prensa internacional se ha jaraneado con el tema, con sarcasmos como “la dieta peruana” (otro ha escrito que no vuelve a comer nueces de pistacho).
Sin embargo el pishtaco, o nakak en algunas regiones, es un personaje muy arraigado en el imaginario nacional, y es fácil detectar la carga mítico-simbólica de sus actividades asesino-comerciales. Una carga que ha ido cambiando con la historia, y que ahora parece haber sufrido una nueva metamorfosis.

Los cronistas detectaron al pishtaco en las sociedades prehispánicas, y desde entonces el personaje ha estado presente casi en todo momento. En algún punto de la República se volvió rubio de ojos azules, una amenaza externa al mundo andino y también una clara metáfora de la explotación que lo adelgaza, i.e. le roba la grasa.



La leyenda ha cobrado los más variados usos. En 1987 corrió por Ayacucho la versión de que Alan García despachaba pishtacos a la zona para con esa grasa humana amortizar la deuda externa del país. En otros casos hay una fusión con otras lacras dedicadas a la cirugía negra, como los chupacabras o los ladrones de órganos.



¿En qué fase de la creación de pishtacos estaríamos ahora? Los de ahora ya no son gringos, pero el producto sigue viajando al exterior. Como la droga que ellos fabricaban según el expediente, si queremos hacer comparaciones. La cifra de 30 años dedicados en este caso al negocio de la grasa humana es críptica, pero no deja de ser sugerente.



Que ahora la grasa humana supuestamente vaya a producir cosméticos en otros países es un giro nuevo. Antes se le asignaba un papel en aceitar máquinas o mejorar el sonido de las campanas. Ahora serviría para embellecer los rostros de la globalización. Rostros embellecidos por la codicia de verdaderos demonios.



Takahiro Kato ha llegado a la conclusión de que los brotes más actuales de pishtaquismo podrían ser reacciones de una parte del mundo andino al avance de una modernidad percibida como exterior y amenazante, y dentro de ello calculadora y violenta. La grasa vendría a ser el símbolo de la vida misma del mundo andino.



Es más o menos claro que en este caso los policías han sido engatusados complacientes. Pero que los detenidos se hayan presentado como asesinos seriales, un delito bastante más serio que fabricar coca, debería mover a reflexión. Sobre todo debería mover a una buena entrevista con detenidos y captores sobre el tema.

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