martes, 24 de noviembre de 2009

LA NECESIDAD DE UNA REFORMA TRIBUTARIA


Por Armando Mendoza
Economista


Mientras todos cruzamos los dedos y nos encomendamos a Santa Rosita para que la campaña navideña levante la economía, no es mala idea darles una revisada a las cifras de la recaudación y comentar sobre algunos temas que no deberían descuidarse como la regresividad de nuestro sistema tributario, el cual –tradicionalmente– se ha sustentado en un esquema en el que los impuestos indirectos (que gravan el consumo) tienen un peso excesivo con respecto a los impuestos directos (que gravan la riqueza).


Recordemos que ese 19% de IGV que pagamos como consumidores y usuarios nos afecta a todos, cierto, pero afecta mucho más –comparativamente– a los sectores de menores ingresos que dedican una mayor proporción de su presupuesto al consumo. ¿Por qué? Simplemente porque mientras mayor es el ingreso, mayor es la porción del mismo que se puede ahorrar o invertir en lugar de gastarlo. Así, el IGV es –fundamentalmente– un impuesto indiscriminado que no diferencia entre ricos y pobres; en otras palabras: conmovedoramente ciego y bruto. Si el gerente de una compañía y un obrero deciden tomarse cada uno una gaseosita, pagan exactamente el mismo 19% de IGV, sin distinguir entre el obrero –que con las justas la ve– y el gerente, cuyo sueldo es probablemente 10, 20 o más veces mayor.


El contrapeso a esta “ceguera” tributaria son los impuestos directos –como el impuesto a la renta– que son los que permiten que quienes más ganan sean precisamente los que más paguen. Por ello existe consenso en que un sistema tributario sano y progresivo tiene que basarse en impuestos directos y no en los indirectos. El problema es que nuestra tributación se ha construido sobre el IGV y el ISC, dejando la equidad y la justicia para después.


En efecto, revisando la composición de los ingresos tributarios en los últimos años, vemos que el aporte del impuesto a la renta ha sido usualmente inferior al de los impuestos indirectos. Sin embargo, también es interesante notar que entre el 2006 y el 2008 su aporte se elevó justo por encima del 50%, sobrepasando a los impuestos indirectos. La explicación principalmente recae en el boom minero de dichos años, que disparó las ganancias y la tributación de ese sector. Es decir, sin querer queriendo, el sistema tributario ha venido arrojando resultados progresivos, no como resultado de reales reformas sino simplemente porque nos sacamos el huachito de los altos precios internacionales de los minerales.


El problema es que, con la recesión mundial, los precios de los minerales han regresado a niveles “normales” (ciertamente aún altos), y –lógicamente– la tributación minera se ha contraído. Como consecuencia, la regresividad tributaria –que en realidad nunca se fue– ha vuelto a alzar cabeza, y nuevamente son los impuestos indirectos los que están parando la olla fiscal. Así, acorde con la Sunat, el aporte del impuesto a la renta ha caído sensiblemente en lo que va del 2009 hasta igualarse con el aporte de los impuestos indirectos (véase gráfico), reflejando que no tenemos una real política fiscal, y que más que un barco con rumbo la tributación en el Perú es un madero que las olas llevan y traen… hasta que otra vez nos saquemos el huachito. ¿Cambiará esto alguna vez


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