miércoles, 3 de enero de 2007

SOBRE LA ORCA DE SADAM


César Hildebrandt

Señores de horca y cuchillo
Si Saddam Hussein mereció la horca, ¿qué guillotina a medio afilar merecen los que lo sostuvieron y armaron cuando era el dictador que se enfrentaba al Irán que humilló a los Estados Unidos?
¿O no queremos recordar que Hussein fue el niño mimado de la política exterior norteamericana cuando agredió en 1980 al Irán pos Sha? (El corrupto Sha que debió su ascenso al golpe de Estado de 1953 organizado por la CIA en contra del primer ministro nacionalista Mohammed Mossadegh).
¿Y por qué la CIA, junto a Gran Bretaña, derrocó a Mossadegh en 1953? Porque Mossadegh había empujado la nacionalización del petróleo en 1951 y aspiraba a una política exterior autónoma basada en la riqueza del crudo y en propuestas moderadamente modernizadoras. El Sha, en cambio, mantuvo por el tiempo requerido por sus aliados el barril del crudo a 20 centavos de dólar. La British-American Petroleum, nombre decidor por aquel entonces, jamás ganó tanto dinero.
Y Mohamad Reza Pahlevi, el Sha, dirigió los destinos de Irán convirtiéndose en el principal comprador de armas de los Estados Unidos y haciendo de Irán poco menos que un protectorado de segunda. Eso hasta que llegaron los molás, con Jomeini a la cabeza, en 1979.
Fue el mismo año en que Saddam Hussein, que venía del Partido Baas –un movimiento fundado por un cristiano sirio en 1953 y cuyo primer objetivo fue unificar a los árabes– se hizo con el poder absoluto en Irak tras derrocar a quien lo había nombrado vicepresidente de la junta militar baasista, Hasan al Bakr.
A este Hussein, matón de la política, autócrata desde sus primeros discursos, peligroso desde sus primeras decisiones, Estados Unidos lo armó, lo arropó y lo encubrió en la ONU; todo con tal de que mantuviera la bárbara guerra de agresión en contra del Irán de los ayatolás.
La guerra en contra del Irán islamista y antiimperial duró ocho años y produjo un millón de muertos entre los dos bandos. Pero Irak no pudo ganarla, como sí ganó la guerra interna en contra de los kurdos alentados desde Irán y masacrados con el conocimiento de la Casa Blanca. Como fueron perseguidos y masacrados los opositores chiítas, con la tácita aprobación de Washington mientras Irak cumpliese su papel de hacerle la vida más difícil a Jomeini y su teocrático entorno.
Más de 40,000 millones de dólares en ayuda militar norteamericana fue lo que Saddam Husseim recibió para ser el patrullero occidental más vehemente y asesino de la región. Pero lo que pasa con los frankenstein es lo que le pasó al títere de Washington: creyó que podía aterrorizar por su cuenta e invadió Kuwait en agosto de 1990. El socio trocó en villano en 24 horas, las que se demoró Bush papi en anunciar lo que sería la guerra del golfo. El petróleo kuwaití estaba de por medio y no era asunto de dejárselo a un renegado. No importaba que Kuwait se hubiese inclinado a la causa iraquí en su guerra de agresión en contra de Irán. Ni importaba que Irak hubiese reclamado Kuwait como su territorio desde la caída del imperio otomano, muchos años antes de que, en 1938, se descubriera la vastedad de su riqueza petrolera. Lo que importaba era darle una lección a un hermano menor soliviantado.
Y se la dieron. Pero Bush padre paró la guerra cuando las tropas norteamericanas iban a capturar Bagdad. Con lo que Hussein pudo conservarse en el poder, hacer más opresivo su régimen y ensañarse con kurdos, chiítas y miembros del ejército que conspiraron tras el desastre de la derrota. Es que a Bush padre tampoco le interesaba excederse con quien había trabajado tanto por la causa de los Estados Unidos, con lo que demostró ser más fiel a la manchada memoria de la Casa Blanca de lo que sería, años después, su fronterizo primogénito.
Ayer ahorcaron a Saddam Hussein. Lo ahorcó un tribunal títere –hubo que sacar al primer juez porque dio demasiadas muestras de imparcialidad– nombrado por un gobierno patéticamente títere, en un juicio ordenado por las autoridades de ocupación, que no tuvo ningún asomo de seriedad y que ha sido condenado por todo el mundo civilizado: desde el régimen de Michelle Bachelet, hasta el gobierno de Finlandia; desde Amnistía Internacional hasta la Unión Europea; desde Rodríguez Zapatero hasta el nuncio papal en Bagdad. El relator especial de la ONU, Leandro Despouy, especialista en estándares de justicia, censuró el proceso por indebido y la condena por írrito.
Hussein ha muerto con la dignidad que debió tener a la hora de enfrentar al ejército que vejaba a su país. Eso de esconderse en Tikrit para que los mártires de Alá hicieran el trabajo que debió hacer su propio ejército quedará como una vergüenza indeleble en la historia de Irak.
A las pocas horas del ahorcamiento, celebrado por Bush, ya habían estallado en Bagdad cuatro coches-bomba y otros 37 muertos se añadían a la lista de cientos de miles de “bajas de guerra” causadas por una política exterior norteamericana que recuerda la ocupación y captura de Hawaii –derrocamiento de la reina Liliuokalani en 1893– y Filipinas –reemplazo del imperio español en 1898-.
Irak fue invadido en nombre de mentiras ya admitidas. El juicio de Hussein fue otra mentira. El propósito de esta guerra, de la que Estados Unidos saldrá tan herido moralmente como salió de Vietnam, es sólo la rapiña y la expansión del dominio militar de la única potencia que puede invadir territorios y pisotear soberanías con la anuencia de la imbecilidad mundial y la renuncia europea a adoptar un papel de importancia en el mundo. Europa ya no es sólo un viejo continente: es un proyecto expirado. A los que pensábamos que Estados Unidos, a pesar de todas sus miserias, podía ser Roma, nos viene la desilusión: el historiador norteamericano James Carroll apunta a que, más que Roma, Estados Unidos es Esparta, “un Estado-fortaleza”. Y un Estado-fortaleza que gasta más en guerras que en la salud de su propia gente, que vende bonos para financiar su déficit fiscal de seiscientos mil millones de dólares y que sigue cavando el abismo de su balanza comercial mientras a su moneda la sostienen el miedo chino, la solidaridad japonesa y la anglopolítica de la Unión Europea. ¿Cuántas guerras más emprenderá esta Esparta dirigida por lo más ignorante y rapaz de su clase política? ¿Qué quedó de Esparta?

La duda del Alzheimer


César Hildebrandt

La duda del Alzheimer
Estoy pasmado. He leído en el último dominical cultural de El Comercio un texto de don Julio Ortega que me obliga a someterme, de inmediato, a una tomografía axial del cerebro y a revisar lo que yo creía eran relaciones relativamente próximas –ya que no íntimas ni mucho menos carnales– con el idioma castellano.
Hablando de una novela que, sin duda, reúne diversos méritos, don Julio Ortega llega a decir, desde el paroxismo de unas supuestas tinieblas, lo siguiente:“Todas mis muertes… declara ya en su título el rango de su recuento: todos sus nacimientos. Primero, del “yo” del relato (Francisco Neyra, nombre que sustituye al del autor, implicándolo); luego, del escritor adolescente (cuyo oficio de periodista es otra sustitución); y, en fin, de las muertes verosímiles que ocurren en la representación (en la dimensión mimética) y de las simbólicas (cuya economía es un trabajo de luto) que el narrador debe asumir para renacer de las muertes del “yo” en los renacimientos del “tú”, del lector, quien lee los hechos al mismo tiempo que el personaje los vive. De modo que se trata de la construcción de una lectura que nace en la primera novela de un escritor que aprende a escribir gracias a las muertes que le dan nombre. Gracias a la novela, el mundo se hace habitable; y gracias a la lectura, compartible”.
No sé cómo habrá reaccionado el interfecto, es decir el autor, el probablemente talentoso pero aún no leído por mí Ezio Neyra. Pero yo llamé de inmediato a un amigo pidiéndole auxilio y exigiéndole con trémula voz que leyera ese párrafo y me lo explicase.
–Creo que el Alzheimer me devora. Soy un Reagan precoz, un Bush civil y sudaca –alcancé a decirle.
Mi amigo me llamó quince minutos después. Me dijo que él tampoco había entendido nada y añadió que, a diferencia mía, a él no le importaba un comino el asunto.–Primero, porque sé que no tengo Alzheimer. Y segundo, porque la crítica literaria de Ortega hace rato que es un enigma –me dijo.
–Pero esto es más que un enigma. Este es el big bang de un nuevo idioma –señalé.–Es un viejo truco y ya estás viejo como para que te sorprendas: si escribes así es que sabes mucho y el lector tiene que seguirte aunque sea con la lengua afuera –replicó él.
–¿Así de sencillo? –pregunté–.–Me parece –terminó él con ese sentido común que nunca terminaré de envidiar.Pero yo insisto. Desde esas tinieblas del sentido, desde ese paroxismo de la sintaxis epileptoide, desde esa breve orgía interparentética –como diría Marco Aurelio Denegri– don Julio Ortega, el remoto viudo de Cecilia Bustamante, intenta decirnos algo grandioso que los tristes mortales sólo podemos intuir.
Yo insisto en ir al médico y en creer ahora, después de leer a don Julio, que el castellano no es Hernández ni Cervantes ni Vargas Llosa: puede ser también el balbuceo primordial de un poseso en trance de admisión, segundos antes de gritarnos que los dioses del Averno lo han tomado y abusado de sus carnes. n
P.D. Un feo error se filtró en esta columna el domingo pasado. Alguien puso írrito donde debió decir írrita (por la sentencia contra Saddam Hussein). Lo lamento. Quiero también hacer causa común por la suerte del fotógrafo peruano Jaime Rázuri, secuestrado antier en la Franja de Gaza.

EL AÑO DEL DEBER


César Hildebrandt

1) Me parece abominable que siga usted bailando al ritmo de la prensa del Chino, prensa que va desde el pobre diablo que muerde por los evasores Aguá hasta la que expresa al montesinismo asesino, en este asunto tan importante del fallo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Usted sabe que lo importante es que esa condena apunta directamente a Alberto Fujimori, su actual socio de sangre. Por eso es que Chirito, otros servidores y su gran prensa se han encargado de calumniar a la Corte, de intentar desacreditar el fallo y de poner al pueblo en su contra hablando de todo menos de aquello que es sustancial: Fujimori ordenó el asesinato de 42 terroristas vencidos y desarmados y las autopsias demostraron que los disparos que les hicieron no fueron consecuencia de ningún combate sino exterminio a quemarropa. Al intentar enlodar a la Corte de San José, usted, señor presidente, se cura en salud porque ¡también viene! el fallo en contra suya en el caso de El Frontón, donde usted superó frenéticamente lo que su hermano de sangre Fujimori haría seis años después.
2) Usted no se cansa de felicitar a la jueza Carolina Lizárraga por lo que está haciendo en contra de Toledo. Pero, como nos lo acaba de recordar Carlos Castro, resulta que en el caso de la fábrica de firmas de Perú 2000 –en la factoría de firmas clonadas del delincuente Oscar Medelius–, allí sí los planillones fueron considerados documentos privados y por lo tanto el asunto pasó de puntillas por el sistema anticorrupción. Usted sabe que esa diferencia es esencial pero usted la silencia porque es parte de su acomodo con la abyecta mafia que saqueó al país, mató por simple sospecha y ensució los uniformes de Grau y Bolognesi.
3) Usted dice delante de Alex Kouri –visitador de Montesinos, amante político de Montesinos, y hoy socio suyo en esto de aliarse con sus pares– que el Sutep es retardatario y que usted es progresista y que el Sutep es un obstáculo para la renovación de la educación. Lo que no dice es que el presupuesto real de la educación será este Año del Deber menor, en cifras relativas, que el del año pasado. Parece usted repetir, además, ciertos argumentos aparecidos en el diario El Comercio, que tras una historia dedicada a defender a todos los Sánchez Cerro, Benavides y Odrías del siglo XX afirma ahora que el Sutep, más que los presupuestos degradados, es el responsable del estado actual de la educación peruana. Usted y Fujimori se han reconciliado. Usted y Kouri se han reconocido como de la misma catadura. Usted y El Comercio han conocido, por fin, el entendimiento. Total, no me sorprende: ya en 1939 Haya de la Torre daba órdenes para que ciertos apristas apretaran la mano de sus verdugos y “sondearan” lo que pediría, a cambio de una alianza política, el líder fascista Luis Flores, secretario general de la Unión Revolucionaria sanchezcerrista. No es usted demasiado original, doctor García. Es usted una sencilla reencarnación de su jefe y terminará comiendo cebiche con Dionisio Romero, el Beltrán a la mano de estos tiempos globales.
4) Recibe usted los halagos de las señoras de Asia, de todas las Madeinusa en pantalla, de esa Martha Moyano que quiere encausar a García Sayán con la ayuda de los votos apristas en el seno de la comisión de acusaciones constitucionales, de los editores de El Comercio vestidos con túnicas blancas en una de sus preventas personales, del flamante tránsfuga Ántero Flores Aráoz, y, en general, de todos aquellos que usted trataba a la distancia cuando fingió ser una opción de cambio responsable en la segunda vuelta. En este Año del Deber cumplo con el mío de decirle, señor presidente de la República, que, desde un punto de vista electoral y quizás ético, es usted el más exitoso, carismático e irresistible traidor de los últimos tiempos. Como Fujimori, ni más ni menos. Esto dicho con todo el respeto que su altísima investidura merece.

NO AL RETROCESO DE LA POLÍTICA DE EDUCACIÓN INTERCULTURAL BILINGÜE

“Desde el gobierno de Sagasti venimos arrastrando recortes presupuestales a la Política de EIB, que tiene impacto directo en la formación y ...